“Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”. Mahatma Gandhi (1869-1948) líder de la independencia de la India, político y filósofo de la lucha pacífica.
Un silencio decepcionado y demoledor
desarticula la oposición venezolana, entregada al llanto plañidero de la
pérdida de una batalla en medio de esta guerra desatada por un gobierno cada
vez más radicalmente comunista.
Hay que dejar la pasividad, seguir adelante
siempre, por encima de las tumbas, como decía Rómulo Betancourt, esa es la
obligación de los demócratas. Los ciegos, malvados y mercaderes, serán
arrojados del templo por el látigo de la justicia que corresponda, la divina o
la humana.
La palabra comunista no le gusta a nadie, ni
siquiera a los líderes de oposición que se cuidan de utilizarla para no parecer
talibanes de derecha. Pero el perfil copiado del régimen de Fidel Castro, ha
imitado desde los nombres de las instituciones hasta la forma de operar las
mismas, desde el vocabulario deliberadamente ofensivo hasta el uso
indiscriminado de los recursos del estado para dogmatizar al gobierno y a sus
gobernados. Ya Venezuela es Cubazuela, con similares instituciones, leyes y
estilo de gobierno. Las diferencias son marcadas solo por la distancia en el
tiempo de ambos regímenes y por el caudal de petrodólares que impone
tratamiento diferente de las mismas situaciones.
Y por supuesto, hay un elemento que atenta
contra la imposición de un régimen comunista cerrado en Venezuela: las redes
sociales, algo que no existía en la época de la implantación del castrismo
ultra marxista en Cuba, por lo cual con la confiscación de los medios de
comunicación bastó para acallar las voces del pueblo sometido.
Aquí las políticas son más acordes a los
nuevos tiempos: Ley Resorte para controlar los medios audiovisuales, juicios
por crímenes inventados por una Fiscalía creativamente revolucionaría para
encarcelar a los opositores incómodos y a los “traidores” a la causa; leyes a
contramano de la Constitución, sancionadas con triquiñuelas leguleyas para
someter los sectores económicos y sociales adversos.
Este gobierno ha capoteado, a cuenta de una
supuesta revolución que tiene como fin la igualdad (traducida ella en que todo
el mundo será igualmente pobre y sometido), los derechos humanos más
elementales, como son el de la vida (170.000 muertes violentas en 14 años) el
de expresión (al que no le guste que se vaya del país, Diosdado dixit), el de
libre tránsito (colapso de la infraestructura, control de cambio con escaso
acceso a divisas viajeras, abandono del parque automotor y aéreo), las
libertades económicas (el gobierno estatizando y cohibiendo el accionar de la
empresa y el comercio privado), el derecho a la propiedad (la expropiación como
política de estado, el despojo de los propietarios ante los inquilinos); en
fin, situaciones que dejan a los ciudadanos cada vez más desvalidos ante un
gobierno que controla no solo los hilos del poder ejecutivo sino de todos los
poderes, las leyes, los recursos y hasta las vidas privadas.
Sin embargo, aparte de las redes sociales que
son la vía de salida de la información del descontento y el abuso, hay un
elemento que ningún régimen totalitario ha logrado controlar: la voluntad de
los ciudadanos, sus deseos de libertad y la búsqueda de caminos para salir a la
luz cada vez que un país cae en manos de señores de la oscuridad. Quienes leen
un poco de historia saben a qué me refiero.
Entonces ¿cómo no va a preocupar este silencio
de la oposición? ¿Cómo, después de haber librado una campaña triunfante y con
elementos de ética, esperanza y justicia que nos son indispensables para
sobrevivir como seres humanos y como país democrático, vamos a abandonar el
campo de batalla dejando paso libre a lo que hemos combatido durante 14 años?
Es la pregunta que yo le hago a aquellos que
hoy dicen “boto tierrita y no juego más”. Típico de los malos jugadores, típico
de los malos luchadores, de aquellos que piensan que si no ganan no vale la
pena seguir en el play. Ahora que somos más votos que nunca, algunos piensan en
abandonar. Porque no votar es abandonar, abstenerse es jugar en contra, no
luchar es darse por vencido y dar el triunfo al otro sin luchar. ¿Qué vaina es
esa?
El argumento de no legitimar al gobierno
participando en actos electorales que muchos consideran fraudulentos, es
descocado. ¿O es que las leyes que aprobó ese parlamento totalmente rojo,
gracias a la locura de la oposición de botar tierrita y no participar en las
elecciones de 2005, son inválidas? Qué va, son esas leyes las que nos pasan
como cuchillos por el cuello, sin acordarse de que quienes las sancionaron
fueron electos con apenas un 27% del padrón electoral, porque los opositores
decidieron levantar su ofendido trasero y largarse. Qué guerrera actitud. Yo
fui uno de los pocos opositores que acudió a las solitarias urnas porque soy
una votona empedernida: que me roben el voto, que tengan ese trabajo, que se
esfuercen por disputármelo, pero no les dejo lugar ni les regalo espacios.
Otros no van a votar porque piensan que hubo
fraude. Y claro que lo hubo: un gobierno que sin ningún escrúpulo usa los
recursos del estado, a los empleados públicos, todos los medios de comunicación
estatales, ante la mirada cómplice del CNE y los demás poderes, es un gobierno
atropellador y que gana con ventajismo intolerable. Pero que metieron dos
millones de votos en las urnas, eso es cuesta arriba de creer porque en la MUD
no hay pendejos: de Ramón Guillermo Aveledo para abajo, todos son unos
veteranos electorales, que saben mucho sobre fraude.
¿Ustedes creen realmente que Henrique Capriles
se iba a dejar quitar la Presidencia de la República, que iba a negociar la
Primera Magistratura? Para quienes creen que lo amenazaron les digo entonces
¿qué hace ese flaco aquí en Venezuela, peleando por la Gobernación de Miranda,
si está amenazado? Por favor, un poco de sensatez.
Aquí lo único cierto es que nos enfrentamos a
gente inescrupulosa que se ha apoderado del país, de sus instituciones y de sus
recursos, que nos está costando sacarlos con votos por el ventajismo abusador
que aplican, que tenemos un CNE al que debemos vigilar milimétricamente, que
tenemos la obligación con nosotros, con nuestros hijos y con nuestro país, de
intentar todo lo que esté a nuestro alcance para imponer la vía de la
democracia, la decencia, la justicia, la ética y la libertad.
Anteriores elecciones han demostrado que los
votos –muchos, eso sí- dan resultado. Allí tenemos una fracción opositora
sentada en la Asamblea Nacional. Tenemos gobernadores y alcaldes de oposición.
Ninguno de ellos ganó por concesión graciosa del CNE sino por votos nuestros en
las urnas. Somos seis millones y medio contados, ¿dejaremos perder esa ganancia
tremenda cuando podemos obtener varias gobernaciones, que serán bastiones
frente a la pretensión de un estado comunal?
Sin excusas, sin miramientos, hay que
evangelizar con el discurso democrático a todos los que nos rodean. Tener fe en
que siempre, absolutamente siempre, el bien triunfa sobre el mal. Y esto no es
radical: es la verdad de esta Venezuela de desigualdades y odios implantados
por gente que no encuentra forma de imponerse sino afrentando y dividiendo.
No hagamos el juego de los tontos útiles,
dejando nuestra casilla vacía y dándonos de ofendidos o decepcionados, dudando
de la capacidad de los líderes de la MUD o creyendo en pajaritos preñados.
Mucho menos nos pongamos a discutir las bondades o defectos de nuestros
candidatos: son esos y punto. Esto es lo que hay: no es momento de nombres sino
de planteamientos, o es democracia o es comunismo.
Hay que dejar la pasividad, seguir adelante
siempre, por encima de las tumbas, como decía Rómulo Betancourt, esa es la
obligación de los demócratas. Los ciegos, malvados y mercaderes, serán
arrojados del templo por el látigo de la justicia que corresponda, la divina o
la humana.
AQUÍ ENTRE NOS
*El Comandante Presidente dio un ejemplo
revelador de sus criterios sobre el valor de la academia, la igualdad, la
jerarquía y los méritos, cuando definió las nuevas relaciones de trabajo en una
sociedad comunal: “Un gerente con corbata es una obscena división de poderes.
¿Por qué tiene que ser el mismo que limpie los baños todos los días? […] el
gerente también puede limpiar el baño, botar papeles, pasar coleto [limpiar el
piso]“.
Tanto nadar para ahogarse en la orilla.
*La mitad de los candidatos del Presidente a
las gobernaciones son militares, lo cual corresponde con el diseño de
dominación castrense que ha privado en este período. Tres ex ministros de la
defensa, un ex comandante del ejército y el resto militares participantes en golpes
de estado acompañan este proyecto presidencial de instalar en las gobernaciones
a gente de su entorno militar. El candidato de Carabobo, Francisco Ameliach,
participante en el golpe de 1992, ha sido diputado, ministro de la Secretaria,
ha ocupado cargos directivos en el PSUV y se caracteriza por su fidelidad al
Presidente. Carabobo tiene poco que agradecerle: como su representante,
Ameliach asistió solo a 6 sesiones de las 64 que se realizaron en ese período
en el parlamento nacional.
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