En épocas como estas, de crecimiento económico inercial impulsado, principalmente, por condiciones internacionales más que favorables, cierto populismo avanza despiadadamente sobre las libertades, amparado en las bondades que recibe sin méritos propios suficientes.
Sin embargo, estos líderes demagógicos han trabajado duro para construir
su propio relato y poder así explicar cómo han conseguido los logros de los que
se ufanan, pero sobre los cuales poco hicieron.
El despliegue económico generalizado en estas naciones, derivado de los
excelentes precios de los comodities, afirmación fácilmente verificable con
múltiples cifras disponibles, permitieron al populismo, primero llegar al poder
y luego sostenerse en él pese a sus impericias, negligencias e inclusive a su
ya indiscutible corrupción sistemática.
COMODITIES |
En este contexto más que propicio, en el que muchos individuos pudieron
prosperar, el descaro, la ineficiencia y fundamentalmente los profundos errores
conceptuales de quienes gobiernan, han provocado fenómenos absolutamente
innecesarios como la inflación, la destrucción de la cultura del trabajo y un
despilfarro de oportunidades de magnitudes impensadas.
Una soberbia que solo se corresponde con seres inseguros, han
contribuido a dar paso a la inseguridad como matriz cotidiana, un discurso
grandilocuente sin autocrítica, y una escala de valores de gran pobreza moral,
que se ha convertido en el ámbito ideal para una corrupción que parece no
encontrar límites.
Ese escenario que mezcla progreso con degradación, es un coctel que, al
menos por ahora, les ha permitido permanecer en el poder y contar con el apoyo
popular. Y no es que los ciudadanos no se den cuenta de la presencia de la
inseguridad, la corrupción, el deterioro moral o la inflación. Cada uno de
estos padecimientos se viven a diario, y sus consecuencias son evidentes para
cualquiera que quiera darse cuenta.
Lo que parece suceder es que a la hora de poner todo en la balanza,
estas comunidades se siguen rigiendo por aquel viejo principio universal en el
que la economía es la que manda, y determina las preferencias electorales.
Probablemente, en algún momento la humanidad, mayoritariamente comprenderá que
son más importantes las libertades, la dignidad.
El populismo plantea una permanente extorsión por la cual se amenaza a
la ciudadanía con dejar de gozar de los privilegios que graciosamente les
concede su exitosa gestión, si se renuncia a esos liderazgos mesiánicos
Una ciudadanía que viene de malas experiencias, de ciclos inestables, de
idas y vueltas, donde el progreso siempre parece prestado, teme que las
historias se repitan y termina jugando, muchas veces a regañadientes, ese
perverso juego en el que resigna sus valores, acepta lo inaceptable, claudica
en sus convicciones, por lo que entiende, el único camino posible para sostener
su situación actual y no tropezar como tantas otras veces.
Tal vez sea esta la ocasión para replantearse todo esto que sucede desde
los valores. La libertad nunca puede ser moneda de cambio, ni pieza de
negociación, y mucho menos aún se puede aceptar esta modalidad extorsiva, por
la cual para garantizar progreso, deben perderse libertades.
La inseguridad creciente que amenaza con la vida, la integridad física y
los bienes de los individuos, una inflación que se queda con una parte
importante del poder adquisitivo y del esfuerzo de los que menos tienen,
una corrupción que pretende ser aceptada como parte del paisaje, no puede
ser JAMÁS el precio a pagar por cierto progreso.
Estas condiciones inmejorables que propone el presente, y sobre el que
se tiene escaso mérito, debería ser mucho mejor, sin inseguridad, corrupción,
pérdida de libertades, inflación y tanto deterioro moral.
Es tiempo de despertarse. No es justo ni razonable, que una banda de
inmorales dirigentes, que han hecho una profesión de este modo de manipular a
la sociedad, se termine saliendo con la suya.
La libertad, los valores, los principios y creencias, no pueden ser
parte de una transacción donde se debe resignar cada una de estas cuestiones
para acceder a otras tan banales como cierto progreso económico.
En algún momento se debe poder reflexionar sobre esta cuestión de fondo
que ha tomado de rehén a los habitantes de esta sociedad. Lo económico es
importante, muy trascendente, pero jamás se puede aceptar como argumento
central para ceder un centímetro en materia de libertades.
El continente seguirá creciendo económicamente porque las condiciones
son más que saludables para que ello suceda. Algunos ciudadanos preferirán
seguir comportándose como hasta ahora, privilegiando lo estrictamente
económico. Otros apostarán con convicción a no dejarse amedrentar por lo
superficial y secundario.
No se necesita mucho más que poner las cosas en su lugar, recuperar las
convicciones, darle prioridad a lo que vale la pena, y entender que lo
económico es esencial, siempre que no nos hayan humillado previamente para
permitirnos lograr el progreso que tiene que ver con esforzarse y obtener lo
que se desea después de esmerarse para ello. Es tiempo de hacer lo correcto y
dar vuelta la página. La dignidad es el motivo adecuado.
albertomedinamendez@gmail.com
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