El duelo del electorado por la pérdida sufrida puede convertirse en un gas paralizante. El impresionante avance logrado a partir de 2007 puede evaporarse si no se logra reconquistar el voto de los seis y medio millones de electores que sufragaron por Capriles
Después del 7-0 la oposición corre el riesgo de caer en una depresión similar a la ocurrida después del referendo revocatorio de 2004. Aquella pérdida nos arrastró por la calle de la amargura. En las elecciones de gobernadores de ese mismo año la frustración convertida en parálisis nos llevó a perder en Carabobo, Miranda y Zulia, tres bastiones democráticos. Al año siguiente se produjo la debacle: decidimos, en un acto de insensatez estremecedor, no concurrir a las elecciones de la Asamblea Nacional con el vano propósito de que la abstención masiva “deslegitimará” al régimen. Le entregamos el Parlamento completo a Chávez, quien aprovechó para levantar el andamiaje legislativo del socialismo del siglo XXI.
Ahora estamos en una situación similar. El duelo del electorado por la pérdida sufrida puede convertirse en un gas paralizante. El impresionante avance logrado a partir de 2007 puede evaporarse si no se logra reconquistar el voto de los seis y medio millones de electores que sufragaron por Capriles. Basta con que retrocedamos unos pocos puntos porcentuales para que perdamos los principales estados del país, incluido Miranda. Esto sería la hecatombe. Habría que comenzar de nuevo, pero ahora desde varios peldaños más abajo.
El reto consiste en recuperar el favor popular. Que los ciudadanos comprendan que en esta larga batalla contra un régimen hegemónico, abusador y corrupto como el chavista, lo sucedido en las pasadas elecciones constituye un tropiezo, pero una caída definitiva. Ocurre, sin embargo, que la gente no reacciona de manera tan racional. Lo primero que emerge en el ciudadano son las emociones y los sentimientos de rabia y desolación. Transformar ese malestar en una fuerza de cambio exige desarrollar una capacidad de persuasión gigantesca. La oposición carece del músculo financiero para “convencer” a los votantes con prebendas, regalos, subsidios y misiones de última hora. Tampoco dispone de todos los recursos del Estado y del Gobierno para acarrear al electorado. No cuenta con PDVSA, ni con el SENIAT, ni con los cuarteles y las milicias para atemorizar a los votantes, ni amenazarlos con que les quitarán la becas, las ayudas o los sacarán de las listas de la Misión Vivienda o de cualquier otro programa de asistencial.
La seducción es lo único que queda para lograr que la gente regrese el 16-D a las urnas electorales. Esta labor de enamoramiento arranca por un análisis descarnado de las causas que condujeron a la derrota frente al peor gobierno de la región. A los ciudadanos hay que andarles con la verdad por delante. El examen integral del traspié ha revelado al menos dos tipos de causas. Unas relacionadas con el régimen; las otras con la oposición.
En el primer campo se encuentran el ventajismo abusivo del Gobierno, el uso obsceno de los recursos públicos para favorecer la candidatura de Chávez, la hegemonía comunicacional, especialmente en la provincia, la parcialización descarada de altos oficiales de las Fuerzas Armadas y el uso de estas como instrumento de intimidación y chantaje. Capítulo especial hay que dedicarle a CNE cuya mayoría oficialista actuó abiertamente para beneficiar al teniente coronel: el organismo no promovió una competencia equilibrada entre los participantes, jugó –a través de las captahuellas- con la posibilidad de que el voto no fuese secreto, y el día de las elecciones permitió que el chavismo cometiera abusos inadmisibles en una jornada electoral democrática.
Por el lado de la oposición, a pesar del brillo de Capriles, se subestimó la capacidad de movilización del Gobierno y el PSUV, que en realidad son la misma cosa, no se enfrentó con decisión el ventajismo gubernamental y la parcialización del CNE (no se exigió la eliminación de las captahuellas), el comando de campaña no fue todo lo incluyente que demandaba la unidad democrática, no se previó la importancia del acarreo el día de las elecciones, hubo fallas notables en la conformación del ejército de voluntarios que se requería.
El examen integral de lo ocurrido –impulsado con decisión por Antonio Ledezma- debería ser el punto de partida para una campaña heroica orientada a movilizar al electorado. La democracia en el corto plazo depende lo que ocurra ese día. Si el chavismo gana en la totalidad o la inmensa mayoría de las gobernaciones, la locura comunista continuará desatada. El comandante se sentirá autorizado por el país para continuar destruyendo la democracia, la economía y la propiedad privada. Creerá que ha recibido un mandato para acabar con la descentralización e imponer el Estado Comunal.
El dolor y la frustración del 7-0 hay que transformarlo en fuerza para defender con el voto lo que queda de libertad.
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