Pocos años después de la caída del Muro de Berlín (1989) y de la disolución de la URSS (1992), la izquierda, muy lejos de extinguirse pudo hoy, en lo que a Latinoamérica concierne, recomponerse notablemente y el mapa de la región nos muestra una importante expansión de este neocomunismo que a diferencias del que prevaleció en el Siglo pasado, ya no tiene su Estado Mayor en Moscú sino en la Habana y Caracas. Este renovado marxismo si bien en esencia es el mismo de siempre, en su apariencia, discursos e instrumentos políticos presenta muchas particularidades y características que constituyen claramente una novedad y que lo diferencian de la versión que conocimos en los tiempos de la Guerra Fría.
Efectivamente, el neocomunismo actual (lo que el dictador vitalicio Hugo Chávez denomina “socialismo del siglo XXI”), al contrario de su antecesor, tiene la característica de legitimar su poder político a través del sufragio. Luego, esta nueva versión de socialismo utiliza la democracia para imponer precisamente un sistema ajeno a la democracia, valiéndose de los votos para construir un despotismo y concentrar los poderes en la persona del caudillo “elegido”, adecuando y desfigurando luego la estructura institucional republicana de poder y acomodándola a imagen y semejanza de las necesidades del novel tirano. Como vemos, el sufragio no le quita al socialismo del siglo XXI la impronta totalitaria (que le es connatural) ni mucho menos, pero el modo de acceso al poder es bien distinto del que fuera experimentado en el Siglo anterior. Vale decir, la revolución ya no descansa en las balas de la guerrilla sino en papeletas electorales, ese es su gran elemento distintivo.
El antecedente arquetípico de esta forma de socialismo revolucionario de tinte sufraguista, lo encontramos claramente en el histórico proceso que en los años 70` protagonizó en Chile Salvador Allende, dado que este último comandó la única experiencia en el mundo en la que se intentó llevar a un país hacia el socialismo revolucionario por medio de un sistema electoral. Siempre se recordó a Allende precisamente por esa particularidad y el propio mandatario, en reportaje concedido al agente francés Regys Debray en 1970, confesó su admiración por el despotismo castrista y agregó que su objetivo político era instalar al marxismo tal como en Cuba pero por medio de una táctica distinta para tomar el poder:
“-Debray: Cuando la transmisión del mando, en el Estadio Nacional, donde Ud. pronunció su primer discurso político como Presidente, estaba el retrato del Comandante Guevara. Ud. lo mencionó como ejemplo para la juventud chilena. Una pregunta: ¿Por qué Ud. con posiciones políticamente distintas de las del Che sigue asumiendo la bandera del Che Guevara, de la Revolución Cubana, del internacionalismo latinoamericano?
-Allende: Porque yo creo, indiscutiblemente, que en la vida de Latinoamérica pocas veces, o quizás nunca, ha habido un hombre que haya demostrado más consecuencia con sus ideas, más generosidad, más desprendimiento. El Che lo tenía todo, renunció a todo por hacer posible la lucha continental. Ahora la respuesta de porqué, está en la propia dedicatoria del libro del Che: “Para Allende, que por otros caminos trata de obtener lo mismo”. Había diferencias indiscutiblemente, pero formales. En el fondo, las posiciones eran similares, iguales.
-Debray: Diferencias de tácticas…
-Allende: Exacto. Cada dirigente debe proceder al análisis concreto de una situación concreta, esa es la esencia del marxismo. Por eso cada país frente a su realidad traza su propia táctica”[1].
Vale decir: Allende reconoció inequívocamente que la democracia fue un simple mecanismo de acceso al poder distinto del utilizado por la guerrilla, pero que los fines y los objetivos eran idénticos (esto es, la toma del poder para la imposición del comunismo en Chile al fiel estilo castro-comunista). Luego, aquello que antes era monopolio de Salvador Allende (intentar una revolución legitimada en el sufragio) hoy ya no resulta algo infrecuente, sino que numerosos caciques de Latinoamérica están repitiendo esa experiencia, aunque de manera mucho más exitosa que la inconclusa revolución del líder chileno.
Cuando decimos que los caudillos socialistas actuales son más exitosos que Allende no nos estamos refiriendo al éxito de su administración o gestión gubernamental, sino al éxito electoral obtenido, no sólo para acceder al poder sino para conservar o perpetuar ese poder político-institucional. En efecto, Allende ganó su elección presidencial en 1970 con menos del 35% de los votos y en 1973 perdió las elecciones de congresistas en medio de un enorme malestar popular que lo debilitó de manera completa, hasta llegar a la sublevación de septiembre de 1973, en cuyo contexto Allende comprobadamente se suicidó[2].
Con motivo del citado fracaso del experimento socialista soviético y sus satélites, hoy las nuevas generaciones de izquierdistas han tenido que aggiornar y acomodar su libreto y su cartel alejándose un poco de la infamante etiqueta comunista y apelar entonces a proclamas difusas tales como impulsar un programa “nacional y popular”, “latinoamericanista”, “descolonizador”, “antiimperialista”, “indigenista”, “progresista”, “bolivariano” y un sinfín de apodos que para simplificar denominaremos, ajustándonos a la jerga chavista, “socialismo del Siglo XXI”.
En suma, estamos en presencia de un fenómeno que es ideológicamente marxista pero políticamente demo-populista. El populismo y la hetero-praxis son sus instrumentos, pero la imposición del comunismo es su objetivo final. En efecto, la gran nota distintiva es que el despotismo socialista actual sustenta su poder en elecciones, que además tienen la particularidad de ser victoriosas.
¿Cuáles son las claves de estos constantes éxitos electorales que vienen obteniendo Chávez, Cristina, Correa o Evo?, creemos que más allá de matices propios de cada país, son fundamentalmente tres las causas que nos explican estos éxitos electivos:
1)
Hoy Latinoamérica vive el mejor contexto internacional de que se tenga memoria (a modo de ejemplo en el primer año de gobierno de Chávez –1999- el barril de petróleo valía 9 dólares y hoy oscila en los 130 dólares promedio). Esto permite practicar una política de anestesia social que no genera empleo genuino ni producción concreta, pero permite distraer a los sectores postergados con determinados “planes sociales”, subsidios demagógicos y otros entretenimientos por el estilo que generan en estos ambientes una percepción de aparente mejoría y a la vez una relación de dependencia de estos para con el Estado.
2)
El socialismo (sea este internacionalista o nacionalista) confunde al partido con el Estado. Luego, las contiendas electorales no consisten en disputas entre dos partidos políticos que compiten entre sí, sino que se trata de un partido político (opositor) que debe competir contra el Estado mismo.
En efecto, el partido-Estado que detenta el oficialismo cuenta con la inacabable propaganda oficial o paraoficial, la cadena nacional, los jueces adictos, los servicios de inteligencia, las muchedumbres dependientes del Estado que obran como votantes cautivos y toda una inmensa estructura de punteros y funcionarios que vuelcan sus respectivos aparatos burocráticos en favor de la perpetuidad del régimen al cual ellos mismos pertenecen. ¿Cómo doblegar tamaña maquinaria en dónde encima es el mismísimo partido-Estado el guardián y custodio de los votos?
3)
Por falta de convicción ideológica o por cobardía política, el grueso de los candidatos opositores no ofrecen a la opinión pública un programa sustancialmente superador al del oficialismo, dado que el grueso de los contendientes (sea Capriles en Venezuela o Binner, Solanas, o Alfonsín en Argentina) adhieren a la socialdemocracia (centro-izquierda), por ende también simpatizan con el Estado dirigista, el progresismo cultural y la reescritura de la historia.
Eso sí, estos líderes opositores se presentan en sociedad como honestos y respetuosos de la institucionalidad, pero ocurre que ese valor agregado es insuficiente e incompleto como para que la ciudadanía independiente decida arriesgarse a votarlos y apoyar una propuesta que en definitiva es muy similar a la ya instalada en el poder, aunque esta ostente modales amables o discursos prolijos.
En conclusión: 1) la desigual infraestructura (Estado-partido Vs. organización cívica); 2) el voto cautivo-dependiente; 3) la falta de convicción ideológica de la oposición, conforman la trilogía por antonomasia que deriva en los contundentes triunfos del socialismo populista contemporáneo.
Los dos primeros ítems señalados son más bien trampas inmorales del oficialismo y prima facie no imputables a la oposición, pero a esta última cabe responsabilizarla por el tercer aspecto (ausencia de convicción y sustancia ideológica).
Estas tres causas esenciales (a las que pueden agregarse otros asuntos colaterales) nos explican por qué administraciones pésimas obtienen elecciones envidiables.
La Prensa Popular | Edición 148 | Viernes 12 de Octubre de 2012nickmarquez2001@yahoo.com.ar
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.