viernes, 12 de octubre de 2012

JUAN CARLOS SOSA AZPÚRUA/ 07 DE OCTUBRE: CEMENTERIO DE LIBERTAD

Hace más de un año, cuando comenzaron a perfilarse las elecciones presidenciales, insistíamos en que nos parecía un disparate hablar de comicios democráticos cuando todos los poderes públicos, y especialmente el CNE, están secuestrados por un régimen autócrata y totalitario.
Afirmamos con reiterada narrativa que estábamos a punto de producir el clon de una película que ya habíamos visto y que no nos había gustado nada. Nuestro silogismo se fundamentaba en las premisas que si uno repite las mismas estrategias, usa los mismos actores y aplica el mismo guion, el resultado tiene que ser igual y no diferente.
Recordábamos el famoso dicho que se le atribuye a Albert Einstein: la definición de locura consiste en la repetición de las mismas acciones esperando resultados diferentes.

Si aplicamos el pensamiento del genio alemán para construir un silogismo sobre las premisas que acabamos de experimentar, la conclusión irremediable es que Venezuela está loca; que es lo mismo que decir que los venezolanos perdimos la chaveta. El mal que padecemos, la forma de locura que sufrimos, es similar a la que padeció Patty Hearst cuando la secuestraron.
Tras catorce años de vivir secuestrados, hemos demostrado que somos un caso de libro del llamado Síndrome de Estocolmo. La única opción al síndrome, es padecer masoquismo, y eso también es una forma que tiene la locura de manifestarse.
Entiendo que muchos apoyen a Chávez, y esos sí que no están locos. Al final del día, el comunismo sigue siendo una filosofía de vida muy atractiva para decenas de millones de personas en todo el mundo. El comunismo es tan atractivo porque responde perfectamente a la naturaleza humana en sus estadios menos evolucionados, cuando las bajas pasiones dominan la psique y empujan al individuo a resentir del éxito ajeno y querer apoderarse del mismo sin que medie esfuerzo alguno; partiendo de la base que todo aquel que tiene algo es porque se lo quitó a otro.
En el comunismo no se comprende que la riqueza puede ser producto del trabajo, del esfuerzo, del ingenio; esas cualidades jamás  son reconocidas o apreciadas por los comunistas; éstos buscan arrasar con todo, ser genuinas fábricas de pobres, igualar siempre hacia abajo, que todos seamos iguales compartiendo la miseria; evidentemente salvando de la regla a los jerarcas comunistas, quienes nunca aplican para ellos las mismas medicinas (venenos) que pretenden aplicar a sus vasallos.
En el comunismo eventualmente el espíritu involucionado encuentra armonía, deja de sentirse excluido del éxito, que se considera inalcanzable. Al ser todos fracasados, la envidia duerme y entonces se vive mejor.  Allí radica el éxito de Chávez con su público incondicional. Esa es la explicación del porqué tras catorce años de sistemática destrucción, donde el país se parece más a un basurero que a una nación, sean tantos millones de personas los que sigan viendo en Chávez a un redentor y no a una salvaje destructor.
Chávez redime la envidia y lo feo; mientras destruye la riqueza y lo bello; ese es el paraíso comunista. Y en ese olimpo de antivalores, Chávez siempre será un emperador imbatible.
Pero no estoy analizando aquí al comunismo, ni a Chávez ni nada de eso que ya todos sabemos.
Lo que importa tratar de entender es porqué las personas que no comulgan con el comunismo, que tienen a Chávez como lo que realmente es; en lugar de luchar por diferenciarse completamente de lo que representa, buscan en cambio parecerse a él. Y esa fue la estrategia electoral de la MUD y allí reside buena parte de la crítica que necesariamente tenemos que hacerle a los responsables de la estrategia que culminó en la hecatombe del 07 de octubre.
Los resultados electorales fueron para mí totalmente predecibles, incluyendo los porcentajes anunciados por el CNE. Jamás pensé que existiera oportunidad alguna de vencer a Hugo Chávez en una elección presidencial, y de esta convicción dejé constancia de múltiples maneras.
Cuando decidí apoyar a Henrique Capriles, siempre lo hice dándole un voto de confianza a la posibilidad de que al final del proceso, y habiendo conquistado millones de voluntades, Henrique tendría la fuerza necesaria para desconocer lo que fue una farsa desde el principio, deslegitimándola y haciendo un llamado público al desconocimiento colectivo de la autoridad usurpada de un régimen que hace años perdió toda legitimidad, de origen y de ejercicio.
Y aun dándole mi apoyo personal al candidato, nunca abandoné las suspicacias que me generaban los voceros de su campaña, quienes jamás perdieron la oportunidad de legitimar al CNE y activar una agresiva estrategia para imprimirle a la gente confianza absoluta en el voto.
Partiendo del falso supuesto que hablar de irregularidades en el ente comicial generaría abstención, la estrategia de la MUD consistió en blindar al árbitro y crear un manto protector que tapara cualquier rasgo perverso que pudiese asomarse.
Y una vez anulada toda posibilidad de exigir condiciones mínimas para que al menos el acto de votar fuera menos estéril, la MUD emprendió la segunda parte de su estrategia: el contenido de los mensajes de la campaña.
Otra vez subestimando muchas cosas, la MUD concluyó que confrontar a Chávez sería perjudicial y que mientras más parecido fuera Capriles al autócrata, mayores serían las opciones de conquistar voluntades. Al hacer estos supuestos y activar sus acciones siguiendo esas pautas, se abandonó por completo la posibilidad de enseñarle a los venezolanos que efectivamente es posible tener un país diferente y mejor al que ha ofrecido y logrado Chávez. 
Esta campaña era la oportunidad perfecta para quitarle el velo a la bruja y enseñar toda su fealdad sin anestesia. Horrorizados por el espanto de semejante esperpento, entonces se tenía que haber enseñado lo que puede ser un país liderado por personas que no comparten la filosofía del fracaso, y que son capaces de implementar en Venezuela un sistema genuinamente libre y capaz de generar prosperidad a través de la materialización de una filosofía de vida antagónica al comunismo y los antivalores que le dan forma; una manera de concebir la vida y la humanidad diametralmente diferente a la de Chávez; no rindiéndole culto a nada de lo que el autócrata implementó para engañar al pueblo, para hacerle creer que regalándole cosas la vida mejora.
Una de las implicaciones más terribles de la campaña diseñada por la MUD fue el homenaje que le hizo a la “obra” de Chávez, aplaudiendo sus misiones se reivindicó una mentira y en lugar de ofrecer una alternativa se cayó en la trampa del régimen, en su farsa.
Más allá de la frescura del candidato, de su juventud e ímpetu innegable, la falla mortal consistió en no representar ante los ojos de los comunistas ninguna diferencia respecto al emperador que ya tienen; mientras que en aquellos que no somos comunistas, más que emoción y convicción, la campaña nos generó decepción en su contenido y simple resignación de votar por alguien sencillamente por no ser Chávez, y no por representar intrínsecamente una diferencia en la forma de concebir la vida, en la filosofía que arroparía a las políticas públicas que se emprenderían.
Hasta aquí podemos referirnos a dos fallas: 1) Blindar con titanio las irregularidades del CNE; 2) Una campaña electoral fundamentada en mejorar lo que Chávez ha hecho; sin diferenciarse estructuralmente, lo que conllevó implícitamente a un reconocimiento de la “obra” de gobierno chavista y su consecuente legitimización.
Y a estos puntos hay que añadir un tercero: el caso omiso que se hizo de la naturaleza totalitaria y delincuencial del régimen que se confronta; transformando un evento absolutamente aberrante por lo desproporcionado e injusto; en una carrera de iguales donde el vencedor gana en justa lid y el vencido reconoce su derrota, felicitando al primero por una legítima victoria que ontológicamente jamás podía darse.
Son múltiples las razones por las cuales la carrera era una competencia nula y tenía que haberse suspendido a tiempo para exigir la justicia que le estaba negada.
Primero: Chávez no podía ser candidato. Su candidatura violaba el principio constitucional de alternancia en el poder  y el referéndum que permitió la relección es doblemente inconstitucional, porque viola este principio de alternancia y porque fue producto de una segunda consulta en el mismo período constitucional. Además, su candidatura violaba otra vez la constitución por tratarse Chávez de un militar activo según la nueva ley de las Fuerzas Armadas y constitucionalmente un militar activo no puede optar por la presidencia de la República.  
Segundo: El uso indiscriminado de las arcas del Estado para promover y consolidar la candidatura del autócrata. Nunca fue tan pública y notoria la corrupción administrativa del régimen como en esta campaña.
Tercero: El abuso desproporcionado de los espacios televisivos y radiales para encadenar el país promoviendo su candidatura; sin que mediara sanción alguna por parte del CNE, organismo que supuestamente es autónomo según la MUD.
Cuarto: De cinco rectores que tiene el CNE, cuatro han estado inscritos en el PSUV, violando la ley electoral.
Quinto: Un REP de 19 millones de personas que rompe toda lógica matemática, estadística; histórica y demográfica.
Sexto: La existencia de presos políticos a quienes se les ha negado toda justicia porque de manera pública y notoria el autócrata ordenó que así fuera. Esto evidencia sin duda el carácter ilegítimo del régimen.
Y podríamos añadir muchos puntos más, pero a los fines de este análisis los anteriores son suficientes para ilustrar el por qué no podía convocarse al país a un proceso que solamente puede darse cuando existe separación de poderes, autonomía de los mismos, transparencia y posibilidades reales de hacer una competencia equilibrada y razonablemente civilizada, con competidores legítimos y capaces de optar para el cargo que aspiran.
De no existir estos supuestos, la convocatoria de unas elecciones presidenciales es un acto que contempla riesgos mortales, haciendo que todo el proceso sea una completa farsa, independientemente de lo que suceda el día específico cuando las personas depositan su voto.
Y es bajo esta premisas que hacen totalmente ilegítimo a Chávez, que abrigamos la esperanza que Henrique Capriles así lo entendiera y usara las voluntades conquistadas para hacer lo correcto: desconocer la autoridad de entidades ilegítimas, convocar a los venezolanos a acompañarlo en su gesta, hacer un llamado a todas las fuerzas vivas del país, convocar a la comunidad internacional y exigir el restablecimiento del orden constitucional vulnerado por el régimen de Chávez. Esa actitud quizás no hubiese rendido frutos inmediatos, pero definitivamente hubiera herido de muerte la legitimidad de Chávez, erosionando su base de poder y conllevando a su desplome en un tiempo perentorio.
Pero en lugar de hacer esto, Henrique hizo lo peor que pudo haber hecho. Al conocer los resultados de las elecciones, su discurso, en contenido y forma, logró lo siguiente:
1)  Consolidación de confianza sobre un proceso que nació abortado, blindando con más fuerza al CNE y despistando cualquier posibilidad de cuestionar su autoridad y su legitimidad como poder público secuestrado por Chávez. También colocó un obstáculo infranqueable para cualquier posible auditoría que cuestionase la veracidad de lo dicho por un CNE que no cumple con las exigencias constitucionales. Los resultados electorales, sean los que fueren, quedaron tapiados con acero indestructible.
2) Legitimación de Chávez como candidato en justa lid y como presidente demócrata de un país libre.  El discurso de Henrique jamás mencionó las premisas que hicieron que todo el proceso fuera una morisqueta; y cuando se aceptó derrotado, lo hizo con una narrativa que ponía a su contendor en igualdad de condiciones en todos los sentidos, jamás poniendo en entredicho la aberrante victoria de un hombre que cometió todas las faltas posibles antes y durante la competencia, viciándola de nulidad absoluta.
Visto lo anterior es evidente que la MUD y su candidato jamás entendieron lo que realmente estaba en juego en estas elecciones. Nunca asumieron el reto como la oportunidad real de salvar a Venezuela de la esclavitud, liberarla para llevarla a estadios donde los valores humanos sean la premisa, no los antivalores que hoy padecemos.
Lo que se deduce de esta historia, es que la MUD y su candidato concibieron este proceso como la oportunidad de sumar apoyos para sus respectivos partidos políticos, y salvaguardar ciertos espacios que les permitan a ellos seguir respirando como entidades partidistas, cuidar algunas gobernaciones, conquistar ciertas alcaldías y obtener recursos financieros para su operatividad.  Esta premisa se evidencia a la luz de todo lo que fue la campaña, de las actitudes tomadas el día de la votación y de las declaraciones que han dado sus voceros desde el domingo hasta el momento de escribir estas líneas.
Afirman que respecto a las elecciones del año 2006, la oposición avanzó dos millones de votos, mientras que Chávez no llegó al millón. Celebran esos resultados como una victoria e invitan al país a acompañarlos en los próximos eventos electorales.
Los voceros de la MUD continúan sus discursos libres de autocrítica, alejados de reflexión, completamente orientados a los siguientes comicios, a la continuación indefinida de su estrategia electoral, que es lo mismo que decir, orientados a la continuación indefinida de su concepción de país y de su entendimiento de lo que representa el régimen de Chávez y las maneras de confrontarlo.
Uno tendría que preguntarse: ¿Ha sido la MUD exitosa en su estrategia?
Sus acciones, ¿han llevado al país opositor a lugares donde queremos vivir, a situaciones que nos den paz y armonía?
¿Ha contribuido la MUD a desenmascarar al tirano disfrazado de demócrata, o más bien sus acciones han fortalecido la máscara, haciéndola parte inseparable del horrendo y verdadero rostro que tiene la tiranía de Chávez?
Esos espacios conquistados por la MUD, ¿han frenado algo el avance de la revolución chavista y su destrucción de Venezuela?
Con cada proceso electoral: ¿se fortalece la sociedad venezolana o se reitera que el interés partidista y temporal respira con independencia del interés trascendental de libertad y progreso de dicha sociedad?
El 07 de octubre apenas marca un capítulo en la historia indefinida y continua de los partidos políticos. Para éstos, el 07 de octubre es un día para sacar cuentas de cuánto dinero recaudaron, de cuántos feligreses reclutaron; de qué posición ocupan entre ellos y cómo enfocarán sus futuras movidas.
Para los partidos políticos y sus dirigentes todo indica que la Venezuela de Chávez es un tablero de juego donde ellos son fichas que pueden circular respetando ciertas reglas impuestas.
Dentro de este tablero, las elecciones son fundamentales. Ganen o pierdan, para los partidos siempre es ganancia una elección, permanecen en el tablero y algunos réditos acumulan con cada ficha que mueven, en cada espacio donde se mueven, sobre los espacios que el dueño del juego les permite tener.
Y el dueño del juego es inteligente y por eso el juego se llama democracia, aunque lo que no sea parte del juego se esté hundiendo en la más oprobiosa tiranía.
Cabe preguntarse, ¿son los intereses de estos jugadores los mismos intereses que tienen los que no juegan?
Si se deslegitima el juego… ¿quiénes pierden y quiénes ganan?
El problema se acentúa cuando extendemos la mirada y nos damos cuenta que efectivamente estamos secuestrados, y padeciendo el síndrome de Estocolmo.
¿Por qué afirmo esto?
Porque es evidente que una matriz de opinión no se crea únicamente con el esfuerzo de los partidos políticos. Que son muchas las personas que a pesar de estar secuestradas piensan que el juego de Chávez puede seguir siendo el juego del país.
Articulistas de prensa, representantes de la iglesia, empresarios, periodistas, amas de casa, otros profesionales y estudiantes contribuyen con sus acciones y palabras al fortalecimiento del juego de Chávez.
Ante la incertidumbre de lo desconocido, optan por lo que creen es el mal menor, aplicando el dicho que mejor malo conocido que bueno por conocer, se resignan a ser seguidores de los dirigentes políticos y, al hacerlo, también se vuelven fichas del juego de Chávez, aunque sin recibir los mismos cuantiosos réditos que reciben las fichas principales.
Y es que deslegitimar el juego implica paralizarlo. ¿Quieren las fichas de un juego ser engavetadas o prefieren continuar jugando?
Cuando un país carece de una dirigencia con visión trascendental, caemos en la trampa donde nos encontramos. El síndrome de Estocolmo que la mayoría padece, ha hecho que los venezolanos se precipiten en el embrujo de una fantasía que jamás se cumplirá, pero que tiene suficiente fuego para mantenerla caliente por mucho tiempo.
A los cubanos les pasó, también a los europeos del Este durante el reinado de la Unión Soviética. En estos países, el sentimiento de rechazo mutó en rabia, para dar paso a la aceptación y finalmente a la resignación. Esta fórmula se está aplicando en Venezuela.
Y ocurre que la única salida que tenemos al dilema que hoy nos condena pasa por asumir actitudes que lucen lejanas.
Se insiste en tapar el sol con un dedo; en decir que la tierra es cuadrada y el cielo es verde.
No hay luz que permita ver a alguien que desea ser ciego.
Lo estamos viendo hoy. Los primeros que insisten en negar la farsa son los primeros que deberían querer evidenciarla.  Y las discusiones caen en terrenos estériles, como tratar de discutir cuántas espinas tiene el erizo. 
El fraude ya no está en cuántos votos sacó uno y cuántos el otro; el fraude ni siquiera pasa ya por el organismo que cuenta los votos; el fraude es todo el juego con sus reglas, lo que hay que erradicar de tajo es el juego entero, y eso tiene costos e implica riesgos, y los jugadores, ninguno de ellos, quiere eso.
Venezuela está atrapada y sin salida. La única solución que yo veo implica asuntos que son muy complejos y no parece existir ni el entendimiento, ni la voluntad, ni tampoco la fuerza para materializarlos.
La dirigencia actual tendría que revisarse, y es obvio que no lo hará.
Los seguidores de esa dirigencia tendrían que exigirle cuentas a la misma, hacerle críticas y solicitarle cambios de estrategias, y nada de eso ocurrirá.
Y aún si esto se hiciera, muy probablemente tendría que surgir una nueva dirigencia con la visión, determinación y apoyos suficientes para implementar las acciones necesarias que permitan romper la pared del callejón sin salida que hoy nos entrampa.
¿Dónde están esos líderes? ¿Quiénes son estos pensadores, políticos y sociedad civil que deben tomar la batuta? ¿Existen entre nosotros?
La respuesta es terrible. Si existieran, muy probablemente ya los conoceríamos, pero todo indica que esto no es así.
Quizás lo que resta es resignarse al juego actual, esperando que suceda un hecho fortuito que cambie la dirección de las cosas para lograr el milagro de curarnos la locura y permitirnos la posibilidad de ser genuinamente libres.  Esta conclusión es desoladora, pero así veo hoy al país, con desolación.
Para aquellos que no somos fichas del juego de Chávez, ni seguidores de los jugadores, el 07 de octubre fue una hecatombe trágica, dura, y final.
Para nosotros, los que ni somos fichas del juego, ni fanáticos del mismo, ni locos ni víctimas del síndrome de Estocolmo, lo que ocurrió el domingo no puede ser positivo en ningún sentido que se le vea.
Para nosotros, el saber que somos seis, ocho o diez es irrelevante, igual de irrelevante que saber que en lugar de cuatro, ahora son seis los pasajeros de un avión al que se le apagó el motor en pleno vuelo.
Para nosotros, el 07 de octubre representa un día de luto, como si hubiese sido el día en que asistimos al entierro de un ser querido asesinado. En este cementerio, el muerto se llama Libertad.
Todo lo que mató a ese ser querido está representado por estrategias fallidas, líderes equivocados y una sociedad integrada por tres tipos de seres: los comunistas (esclavos por decisión propia); los locos (incluyendo a los masoquistas y víctimas del síndrome de Estocolmo) y los reaccionarios, estos últimos los que salimos llorando del cementerio, ese seco 07 de octubre de 2012.
Hasta que los venezolanos estemos dispuestos a ser distintos a lo que hemos sido, estaremos condenados a repetir los errores una y otra vez, hasta la eternidad; tal y como Einstein diría, signados por la locura, con el coco patinando en una pista congelada por el frío de la esclavitud.
Lo primero que deberíamos hacer es sentarnos a reflexionar. Hacer un juicio muy crítico de lo que nos ha ocurrido, y mejorar en nosotros aquello que haya contribuido a traernos hasta donde estamos.
Tenemos que exigir cuentas. Lo que ocurrió el 07 de octubre es muy grave, para los hombres y mujeres libres la muerte de la Libertad es algo serio.
Hecho lo anterior, abracemos a aquellos dirigentes conocidos que estén dispuestos a cambiar, a reconocer sus erradas estrategias, teniendo la capacidad de ofrecer alternativas a los caminos que ya hemos recorrido y que condujeron a este callejón sin salida, al cementerio de la Libertad.
Busquemos nuevos dirigentes y apoyémoslos para que tengan fuerza y puedan liderar al país con más sabiduría y aciertos.
Al final, lo que nos queda es repetirnos que la esperanza es lo único que sobrevive. Pero aquí también hay que hacer una salvedad.
La esperanza que se cultiva en el terreno de la mentira es el arma perfecta de los dictadores.  Todo país esclavizado es víctima de este tipo de esperanza, si no pregúntenle a algún cubano si uno de cualquiera de los 53 años de dictadura sufridos ha sido un año en que ha dejado de pensar que sería el último que viviría como esclavo.
La esperanza se tiene que abonar en el terreno de la verdad. Y la verdad a veces es muy dura.
Pero a menos que tengamos la valentía y determinación de asumir el costo de la verdad y confrontar la realidad, estaremos condenados a vivir en el juego de la fantasía, un juego que se llama democracia pero que no tiene un final feliz.
La opción de ese final es tarea pendiente.
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