La mayoría venezolana permitió que Hugo Chávez continúe por varios años más en el poder.
Las elecciones funcionaron sin obstáculos visibles y, por ello -lo hemos visto en los medios estos días-, se piensa que Venezuela pertenece a lo que llamamos democracias occidentales. Se cree que por ganar limpiamente elecciones, Venezuela es una democracia hecha y derecha.
No parece importar que desde hace muchos años los partidos opositores no hayan podido consolidarse, ni tampoco observar la deificación del Presidente con el concurso de los medios oficiales.
Tampoco, los intentos de postrar y amedrentar a la oposición, desde los cada vez más desmesurados y agresivos discursos y actos del presidente, quien propone, demagógicamente, el camino de un autoritarismo cada vez más exacerbado.
Gran parte de los sufragantes ha delegado el poder en un líder hipócrita, quien, con artimañas populistas y con cada nueva reelección, se autonomiza más y más de la sociedad venezolana. Mientras aclama al sistema democrático se está apoderando de todos los medios que debieran controlar al poder ejecutivo.
Si tenemos en cuenta que todo poder tiende a ser absoluto, y, solo puede ser controlado si existen otros poderes independientes, vemos que éstos son atacados permanentemente. La propiedad privada, los partidos políticos, la pluralidad de ideas y otros poderes no ligados al poder estatal, que permiten la existencia y consolidación de la democracia son debilitados o doblegados por la acción de Chávez.
Si bien en Venezuela la oposición está luchando por hacer frente a un Gobierno que no trepida en violar o crear nuevas reglas para imponer su voluntad en toda la sociedad, le va a ser cada vez más difícil vigilarlo. Salvo que el azar les preste ayuda no podrán imponerse a quién con los resortes del estado hace años que manipula el poder en su propio beneficio.
El sistema democrático es el que representa la más igualitaria distribución del poder. Los dirigentes son revocables y la opinión pública es aceptada por el poder político. De esta forma por la competencia de poderes la sociedad es mucho más espontánea y el poder político más observable y menos autoritario.
No es lo que ofrece el socialismo del siglo XX, al que alude constantemente Chávez, presentándolo como una panacea.
Los fondos necesarios para sostener la enorme burocracia que administra a la sociedad son de los contribuyentes cada vez más expoliados a medida que más se promete.
La injusticia se ha convertido en una constante.
Se tiende a igualar a los gobernados no buscando su felicidad como el presidente dice, sino su obediencia.
Es cierto -si es que se pueden considerar correctas las estadísticas- que la pobreza ha disminuido, pero se olvida el alto índice inflacionario que siempre come buena parte de los salarios.
Chávez, le ha hecho creer a la gente que, como administrador del Estado, puede colmar sus necesidades en un futuro cercano. Mediante algunas dádivas, consiguió el voto de los más pobres. No es difícil satisfacer a quienes por serlo tienen pocas necesidades y no saben que en los países socialistas donde se abolió la propiedad privada, la desigualdad social no acabó, como decía que iba a ocurrir Marx, sino que produjo un costo social altísimo.
Chávez irá por más en la imitación del modelo. Es así como será su Gobierno que seguirá repartiendo, a los miembros de su partido los privilegios y la mayor parte del excedente económico que produzca Venezuela. Y, las promesas hechas desde el podio, no se cumplirán, mientras que el nivel de vida empeorará apenas baje el precio del petróleo.
El modelo socialista no puede funcionar, salvo que solo le quede el nombre, como sucede en Chile, China, y otros países, que en nombre del socialismo adoptaron el sistema capitalista.
Muchos venezolanos, como tantos otros latinoamericanos, siguen creyendo que el Estado los puede y debe proveer de todo sin ver que, éste, nunca podrá distribuir con Justicia. Solo debiera proveer a quien no pueda hacerlo por si solo y no pueda acceder a la solidaridad social: a enfermos y desvalidos.
El hombre debe proveerse mediante la interacción social, libre de la coacción estatal, con una legislación apropiada, igual para todos, una justicia independiente que lo proteja a él y a su propiedad y, sobre todo, que no permita -como ahora sucede en Venezuela- la presencia abrumadora del Estado.
Chávez tiene un arma poderosa para seguir obteniendo votos: la educación. Mediante el adoctrinamiento va imponiendo sus ideas. Estas son decisivas en el momento de interpretar la realidad, por ello, mientras la coyuntura favorezca en alguna medida a Chávez, seguirá teniendo el voto cautivo de millones de venezolanos.
El nacionalismo, la preservación de los valores propios y la hostilidad hacia EEUU y otros países capitalistas, serán una constante en Venezuela.
Pero, es fácil predecir, Hugo Chávez, quien en la práctica quiere imponer el socialismo, verá las consecuencias de una política que va contra la realidad, no respeta principios económicos, sociológicos y psicológicos, y no es otra cosa que una utopía.
El socialismo del siglo XXI lleva inevitablemente a la inseguridad jurídica, propagación de más corrupción, menos producción y productividad, más pobreza y cada vez más autoritarismo.
Lamentablemente, la derrota de la oposición no permitirá consolidar un sistema de partidos. Venezuela, se afirma como una dictadura electiva, con un amplio consenso popular y que, seguramente, continuará con la destrucción del sistema democrático.
Esperemos, que la oposición siga batallando, aún en la adversidad, para que el Estado no extienda, aún más, su dominio sobre la sociedad civil y se convierta en totalitario.
Elena Valero Narváez
Periodista, analista política e historiadora
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