domingo, 14 de octubre de 2012

ALEJANDRO PIETRI, VOLVER A UNAS ELECCIONES VERDADERAMENTE DEMOCRÁTICAS

No es agradable oír o ver los numerosos programas de opinión política en los cuales se establecen conclusiones respecto a los resultados electorales que arrojó el CNE.  Principalmente cuando sabemos que ninguno de los comentaristas o analistas que en ellos se expresan confía en él. 
De manera que juzgar a través de esas informaciones la participación o el comportamiento político o las características y tendencias electorales de un determinado sector de la población no puede tener ninguna validez.
O creemos o no creemos en el sistema electoral. Si no creemos, como la mayoría opositora expresa, entonces debemos comportarnos de acuerdo a ello. Aceptar sus números electorales como base de la discusión política, es un absurdo que nunca nos llevará a nada, pues el establecimiento de posiciones, estrategias o el diseño de nuevas actividades siempre estará divorciado de la realidad y eso sólo nos puede conducir al fracaso, que es a lo que apunta el régimen.  
Esta paradoja que nos acompaña desde el fraude del Revocatorio del 2004, de negarlo sin olvidarlo, para no estimular la abstención, es algo así como el viejo chiste de aquel señor que decía haber superado los problemas de una incontinencia intestinal con un sedante que no lo curaba, pero que le evitaba la angustia y la vergüenza que antes sentía al no poder controlarla en público.
Todos llevamos la sensación del fraude electoral en nuestras mentes. Siempre nos preguntamos, mientras esperamos los resultados, cómo los estarán modificando. Nos imaginamos al dictador golpeando las paredes mientras recibe de Tibisay las cifras que lo amenazan y ordenando el necesario reacomodo por que la revolución no puede ser derrotada, o la transmisión de datos a algún servidor, muy probablemente en Cuba, donde en milésimas de segundos un pequeño programa se encarga de una conveniente redistribución automática que lo resguarda de ese tipo de ataques, etc.
Y es que a eso nos han llevado. Hemos sido despojados de nuestras convicciones democráticas. Nos han hecho aceptar aquella ridícula “estrategia de la rendija” que definió un líder de oposición pocos meses antes del Revocatorio de 2004: “nos han cerrado los espacios, pero por cualquier rendija entraremos”. ¡Por Dios! ¡No! Los ciudadanos venezolanos no estamos para rendijas. Tenemos todo el derecho del mundo, como el más humilde ciudadano de cualquier país democrático y libre, al más amplio espacio de ejercicio político, y a todas, absolutamente a todas, las garantías de ejercicio de nuestros derechos de elegir y revocar como lo establece nuestra Constitución. Todo acto de constreñimiento de estos derechos es ilegal y anticonstitucional.
La transparencia electoral es inherente a la democracia. Una no existe sin la otra. El acto de depositar el voto y su secreto debe estar garantizado por el Estado en forma absoluta, y debe ser el resultado de un proceso preparatorio cristalino en el cual figura originalmente el registro electoral. Este debe ser público, de acceso fácil, rápido, inmediato, sin límites, para todos los ciudadanos. Toda obstaculización a su acceso, incluyendo aquella decisión del TSJ, de “invasión a la privacidad “es ilegal, pues conspira contra el elemento principal de la constitución de la sociedad sobre el cual se funda el derecho a elegir: quiénes somos, cuántos somos, donde estamos.
Pues bien, los venezolanos no conocemos el REP. El CNE dice haberlo entregado a los partidos. Pero nosotros, la gran mayoría ciudadana, ¡no lo conocemos! ¡no nos lo han enseñado¡ Hay obscuridad en esto. No hemos visto acción política dirigida a subsanar esta antidemocrática violación.
Con respecto al voto, en los procesos manuales el ciudadano escoge su voto y lo deposita en una caja transparente que luego es abierta, y las papeletas contadas públicamente, una a una, e inmediatamente anotadas en una pizarra visible a todos, en presencia, incluso, de medios de comunicación públicos y privados. Esto ya no existe. Fuimos despojados de ese derecho a tener la certeza absoluta de que nuestro voto estaba allí y fue contado, y que nuestra presencia, nuestra voluntad y nuestra opinión tuvieron una significación concreta para el futuro del país. Ahora el CNE transforma nuestra opinión en una señal electrónica que no comprendemos y la envían a través de cables a un sitio secreto donde se va sumando a otras señales, en unas máquinas que no entendemos, manejadas por unas personas que no conocemos y que no podemos ver, y que luego de un tiempo inexplicablemente largo nos informan como resultado de un sistema tecnológico avanzadísimo, unos números indiscutibles que hasta ahora sólo han generado mucha desconfianza y nada de tranquilidad democrática. Aunado a esto, la posibilidad de observar el transcurrir de los escrutinios, con sus altas y bajas, factor importante a la hora de juzgar las tendencias por medio de encuestas a boca de urna, a lo cual tenemos derecho absoluto los ciudadanos, ha sido eliminada por un CNE capciosamente más interesado en esconder que en mostrar y que escamotea a los ojos de la ciudadanía las rapidísimas e inexplicadas variaciones que por lo general en horas de la tarde han ocurrido en todas las elecciones.
Si a lo anterior sumamos las captahuellas, muy útiles para informar al régimen a quienes buscar una vez comprobada su ausencia para hacerlos votar e infundir temor, deberemos concluir que este sistema electoral es contrario a los intereses ciudadanos, no es  transparente, está fundado sobre un registro electoral que se nos ha arrebatado,  y por lo tanto dolosamente modificado, útil para el poder imperante a la hora de su seudolegitimación ante el país y el mundo.
Es a través de este sistema ventajista, abusivo, obscuro y manipulador como esta dictadura se ha revestido con ropaje democrático ante el país y el mundo. El mismo en el que participamos recientemente para ratificar un sistema autoritario de destrucción nacional y el mismo que ahora nos exige cumplir con el mismo viejo rito de seudoreligitimación en diciembre próximo de este ya demasiado triste año para el país.
Se ha despertado así, nuevamente, el nunca ausente rechazo al fraude. El ascenso que inexplicablemente, dado lo expuesto, esperanza a muchos de nuestros políticos de oposición a cargos en gobernaciones, está en vilo. Mientras muchos expresan por radio, TV, o las redes sociales la disposición a votar, muchos otros se niegan a ello. La MUD debe solucionar ese problema. Ya no vale aquello de que estamos “blindados”. Hubo una tremenda derrota que ni Capriles ni el pueblo merecían, y llegó la hora de hablar claro y con fuerza: ¡hay que democratizar el sistema electoral! es decir, hacerlo transparente, accesible y seguro para lograr una asistencia multitudinaria a las elecciones de diciembre próximo. Las metas deberán ser:
1.      la revisión pública y publicación del Registro electoral de forma convincente,
2.      el conteo público inmediato al cierre de las votaciones, de todas las cajas de votación, paralelamente con el funcionamiento del sistema digital de votación legalmente establecido,
3.      la presencia de los medios de comunicación,
4.      la asistencia de verdaderos observadores electorales nacionales e internacionales,
5.      la ejecución, como en toda democracia respetable, de encuestas a boca de urna,
6.      la limitación del Plan República a acciones de vigilancia en las afueras de los centros,
7.      la garantía tangible y pública de los testigos de la unidad democrática en todos los centros de votación del país y
8.      la eliminación de las máquinas captahuellas.
Es decir, volver a unas elecciones verdaderamente democráticas.
Alejandro Pietri C.
alejandropietri@gmail.com

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