Carmen es una mujer humilde, fruto de un típico hogar pobre venezolano: un padre que no conoció y una madre incapaz de proveer las cosas básicas que necesita la educación de sus hijos. Desde los doce años tuvo que defenderse sola, lavando y cosiendo ropa y empleándose como doméstica en casas de familias con status social relativamente mejor que el suyo.
No es la típica venezolana que emigra a un país
extraño, no tiene la preparación ni la educación para desempeñar un trabajo estable, y sin
embargo, dejó su país buscando un presente más seguro y un mejor futuro para
ella, su hija y sus dos nietos.
Hoy Carmen está en México. Se vino a la aventura.
Trabaja en lo que puede, vende cuanto producto se pueda vender y mantiene
dignamente un hogar sin padre. Desde que la conozco no la he visto descansar, y
me dice que ya está acostumbrada porque así ha sido toda su vida.
Hace unos días, antes de clase, conversamos y Carmen
me contó de cuando vivía en Caracas, a
media cuadra de Miraflores. Me contó que el día del intento de golpe de estado
de 1992, liderado por el hoy presidente de Venezuela, una bomba lanzada contra
Miraflores por un avión insurrecto, se clavó en la calle, justo frente a la
puerta del edificio donde vivía, y milagrosamente no explotó, porque hubiera
matado a más de veinte personas.
Me contó que tras diecinueve años de vivir en el mismo
apartamento tuvo que mudarse, para huir de los “comandos revolucionarios” que
le preguntaban, cada vez que iba a su casa, “Eres chavista?” y su respuesta
siempre era; “Si no trabajo no como”. Me dijo que una vecina, cansada de ser
acosada, les respondió con insultos hacia un régimen que ya comenzaba a
mostrarse dictatorial, y que el apartamento de esa vecina fue saqueado esa
misma noche, y no hubo víctimas porque la vecina y su familia no estaban en
casa en ese momento.
Así que Carmen se llevó a su familia un poco más
lejos, a La Pastora, donde el terror revolucionario no campeara.
Una sola frase, salida de los labios de esta humilde
mujer, me estremeció. Me dijo “Yo no sé nada de política, pero quiero que gane
Capriles para que ya no haya odio entre hermanos venezolanos”
Una frase que resume, en palabras llanas y directas,
lo que más de uno expresa con argumentos de todo tipo.
Carmen no tiene formación política, ni ha estado
inscrita en ningún partido. No conoce la trayectoria de los candidatos a estas
elecciones en Venezuela, pero conoce los efectos de este régimen en su familia,
en su humilde núcleo, en su sociedad. Ella quiere que gane Capriles para no
seguir sufriendo el exilio y volver a su casa, a su ciudad, a su país. Carmen
quiere abrazar de nuevo a los suyos.
Carmen quiere ser venezolana, como siempre lo fue,
antes de que el resentimiento de un desadaptado social se impusiera como norma
de conducta de estado.
Carmen necesita nuestro voto para regresar a
Venezuela.
No se lo podemos negar.
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