viernes, 7 de septiembre de 2012

PEDRO PAÚL BELLO, DEL SENTIDO DE CIUDADANÍA

Ese notable venezolano que fue Don Rómulo Gallegos, en la Revista “Alborada”, que con otros distinguidos compatriotas fundara en 1909,  dejó estampado esta reflexión:
 “Nada importa el valor teórico de un principio o de una ley, si no ha penetrado en la conciencia de un pueblo; el nuestro viola las suyas porque las ignora casi siempre, y no porque estén en  pugna con su naturaleza, sino porque  en su  naturaleza no está el respetarlas.”

Tan contundente advertencia, hecha a más de un siglo y procediendo de quien la pronunció, algo ha debido sembrar en la conciencia del venezolano. Sin embargo, como se constata a diario en todas las ciudades y poblados de nuestro país, ello no ha sido así:  ¿Por qué? podemos preguntarnos.  La respuesta no cabría en estas pocas cuartillas:  Habría necesidad de disponer de varios cientos de ellas para exponer la compleja colección de causas y de “por qué” que darían precaria explicación de ello.

En un trabajo que está por ser publicado, incurrí en la osadía de tratar de expresar algunos de los hechos, circunstancias y razones que, a mi manera de ver, concurren en el proceso de desarrollo y malformación de nuestra manera de ser ciudadanos de esta querida Patria venezolana que, como lo expresara Ortega de la suya, tiene también profundos rasgos de invertebración. Pero cuidado: se habla de la tierra propia, como patria, como si se tratara de un ser ajeno a nosotros, sus ciudadanos. Pero si la patria es invertebrada es porque lo somos nosotros, esos ciudadanos. Si. No existe entre la tierra en la que se nace y quien nace en ella una suerte de relación de filiación tal como la que hay con los genitores, quienes en los genes transmiten tendencias, inclinaciones y maneras de ser que, si bien no son determinaciones absolutas, pueden llegar a serlo en función del uso personal de la libertad interior y de la conciencia de cada cual.
El concepto de ciudadanía es la plena pertenencia a una comunidad. Pertenencia al margen de todas las desigualdades que existan en ella, pues el concepto define una igualdad que es de base y más profunda.  En lo más hondo, esa igualdad se funda en la existencia de una Naturaleza humana común a todas las personas por el sólo hecho de ser tales, de la cual dimana un conjunto de derechos correlativos de deberes que tiene la persona humana miembro de la sociedad y, por tanto, ciudadana.
Así, no es que el Estado, porque garantice los derechos humanos sea fuente de los derechos. La obligación del Estado es garantizarlos. Igual como, al policía, corresponde garantizar la vida de la persona pero  no es fuente u origen de esa vida, tampoco el Estado es fuente del derecho.  De este modo, no solamente  se postula la igualdad de las personas sino que se reconoce la existencia de  una igualdad esencial que, en el plano de la esencialidad,  le es común a todas aquéllas.
Sin embargo, lo que no es posible es pensar en una inexistente igualdad existencial, pues todos los seres humanos somos existencialmente distintos, de tal radical manera que el fenómeno humano de la existencia de cada cual es irrepetible en el espacio y en el tiempo, a tal punto que no existirá otro igual a lo que cada cual es, ni en toda la extensión del cosmos y por los siglos de los siglos.
Entonces, como conclusión de lo anteriormente expresado, si la Nación es invertebrada es porque los ciudadanos lo somos. En efecto, la Nación venezolana no es la tierra que pisamos y donde nos asentamos sedentariamente; ni las montañas sean colinas o cumbres inmensas; ni los ríos sean arroyuelos o corrientes tormentosas; ni los valles extendidos hasta perderse en lontananza. No. La Nación somos nosotros, los venezolanos;  seres humanos aquí nacidos o llegados para arraigarse en esta tierra; seres con nuestro meldar o aprender; con nuestro decir y enseñar; con nuestro amar u odiar.
El tema conduce, necesariamente, a revisar a fondo el concepto de ciudadanía, no para ilustrarse, sino para actuar en consecuencia.
El moderno concepto de ciudadanía comprende las tres dimensiones de la Sociedad: civil, política y propiamente social. La dimensión civil contiene las relaciones que, entre ellos, entretejen los miembros de la Sociedad. Éstas se agrupan en dos categorías: relaciones interpersonales y relaciones impersonales. Acá tiene asiento el derecho, en cuanto garantiza la justicia en esas relaciones, pues significa garantías para la diversas expresiones de la libertad individual y, así, asegura el general derecho a la justicia.
La categorías de las relaciones interpersonales se refieren a los tipos de intercambios que derivan de la proximidad o vecindad del Otro: familiares, amistosos, laborales, comerciales, culturales, deportivos, etc.  La categoría civil también abarca intercambios con semejantes que no corresponden a una sistemática orgánica, como los anteriores, sino a la casualidad de encuentros, frecuentes y diversificados, que cada persona tiene con semejantes no  conocidos de manera personal sino de manera accidental: policías de tránsito; asistentes a un espectáculo; dependientes de tiendas, etc. Estos encuentros son de gran importancia y se producen en espacios llamados “públicos”, que no son sólo simples ámbitos espaciales. 
La dimensión política comprende la participación en actos de la orientación del Cuerpo Social hacia el alcance de su finalidad, que es el Bien Común General, función propia del Estado, en cuyas acciones y decisiones al ciudadano le corresponde influir directamente cuando ejerce funciones de gobierno, o indirectamente cuando de alguna manera influye sobre dichos actos.
La dimensión social reúne actos por los que los ciudadanos participan de los beneficios de la vida social que, como Bien Común General, debe proporcionar logros que debe proporcionar la Sociedad para el desarrollo del potencial que cada persona tiene, a fin de que exista igualdad de oportunidades en el conocimiento y  participación de servicios. Ejemplo de esto es la Educación.
Muchas manifestaciones de la vida expresan nuestra carencia de ciudadanía. Quizá una de sus más evidentes expresiones la encontramos en el tráfico:  es trágico ver y padecer cómo la circulación de vehículos en nuestras ciudades, especialmente en la Caracas, se hace más lenta, pesada y difícil como consecuencia del comportamiento individualista de la mayor parte de los ciudadanos, sean conductores o peatones:  cuando se llega a una intersección, no nos detenemos al ver que en la inmediata calle el tráfico esta detenido por la cantidad de autos, camionetas y camiones que la ocupan, sino que pasamos --si la luz del semáforo es verde y no pocas veces roja-- sin percatarnos de que vamos a obstruir la circulación perpendicular y sin tener en cuenta que, en el próximo cruce, tendremos que detenernos porque otros han hecho lo mismo que acabamos de hacer y que ello, realizado por todo el conjunto de los conductores, en actos semejantes, determina que el tráfico se haga mucho más lento de lo que es, con perjuicio general para todos: Ello es el desconocer la importancia y significado del Bien Común que redunda en el Bien personal.
Lo mismo puede decirse de los autobuses que no respetan las olvidadas “paradas” y se detienen para tomar y bajar pasajeros en cualquier sitio; de los peatones que hacen caso omiso de los semáforos y líneas para pasar las calles, pero que desconocen que tienen el derecho a pasar donde existan esas líneas y semáforos y, por supuesto, de los motociclistas que se lanzan velozmente, por calles y autopistas, con abuso e irresponsable riesgo de la propia vida.
En una importante conferencia Moisés Naim en el IESA  expresaba un quehacer urgente en nuestra realidad del presente:
 “No debe haber reto mayor para la Venezuela de estos tiempos que romper con la apatía y la indiferencia hacia cualquier esfuerzo dirigido al bienestar colectivo.”
Es un quehacer de todos y cada uno de los venezolanos, que nada tiene de imposible; de algunas manifestaciones del mismo, tenemos grandes ejemplos:  El imponente valor y significado universal que significan los esfuerzos realizados por el promotor, José Antonio Abreu, los músicos y tantas personas que se han dedicado a conformar ese formidable ejemplo y sorpresa universal que es el conjunto de Orquestas Sinfónicas, integradas por jóvenes entregados a asumir el reto de convertirse en actores musicales de alta categoría.  Y si queremos citar otro ejemplo de los días presentes, sea el reto asumido por quienes, con paciencia y tesón, fueron trabajando para organizar y elevar el nivel futbolístico personal y colectivo de la Vino Tinto, que, en estos días y ante la situación critica que vivimos en nuestro país, nos ha llenado de alegría a todos los venezolanos.
Si esas   -y muchas otras grandezas-  se han podido hacer, quiere decir que si se puede.
¡Si! Podemos superar carencias, vencer limitaciones y transformar, en poco tiempo, esta situación de país en camino de un ulterior y mucho peor subdesarrollo, para hacer de Venezuela, más que Nación de primer mundo, bendita “tierra de gracia”.
ppaulbello@gmail.com

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