Estamos a un mes de las elecciones
presidenciales. Éstas no serán una elección más, sino un momento de gravísima
definición para el país, por cuanto la alternativa a resolver es: democracia o
totalitarismo.
Como miembro de la Iglesia, sin
pretender asumir aquí su vocería oficial –función que toca a la Conferencia
Episcopal Venezolana-, quiero sí, con toda seriedad y responsabilidad, hacer
pública mi interpretación creyente sobre lo que entiendo es y ha de ser la
posición de la Iglesia con respecto al 7-0. Me circunscribo aquí, como es de
suponer, a la Iglesia católica, aunque la validez de los argumentos se extienda más allá.
Ante la alternativa puesta para el
7-0 a la Iglesia no le pueden caber dudas. No se justifica un ni-ni.
El 7-0 no plantea simplemente una
opción ante modelos políticos diferentes por las soluciones que proponen para
determinados problemas importantes y muy importantes del país, como la
seguridad y la producción, el empleo y la educación, el petróleo y los
servicios. No se trata de escoger, en definitiva, tampoco, entre diferentes
posiciones en cuanto a descentralización y
política exterior, a controles en materia de medios de comunicación
social y de manejos financieros.
Éstos y otros elementos han de
tenerse en cuenta. Ciertamente. Pero no son los más de fondo.
¡Lo que se decidirá el 7-0 es algo
mucho más que problemas parciales o sectoriales! Es algo clave, trascendental,
referente a la orientación global del país, desde sus raíces y cimientos. Algo
que toca la identidad nacional misma. El alma de Venezuela, pudiera decirse, y,
por tanto, su definición, no sólo económico-política fundamental, sino primaria
y principalmente, cultural. Y al decir esto se implica también, por supuesto,
lo ético-religioso. Por consiguiente,
para la Iglesia el 7-0, no cabe indefinición, indecisión, in-diferencia, ni-ni.
La opción coherente de los católicos el 7-0 tiene que ser en favor de la
democracia pluralista y, por lo tanto, en contra del socialismo totalitario de
índole marxista y castro-cubano, que propugna el oficialismo.
Tradicionalmente la Iglesia, en
cuanto comunidad de creyentes, ha expresado, a través de su representación
institucional, su neutralidad (la cual no es lo mismo que indiferencia) en los
procesos electorales; no ha querido asumir lo que entiende por alineamiento
político-partidista. Esta vez, sin
embargo, no puede haber neutralidad, pues ahora, el necesario alineamiento no
es propiamente político-partidista, sino nacional, humano-cristiano. Lo que
está de por medio, en efecto, son bienes no negociables pertenecientes a los
Derechos Humanos, a un genuino Humanismo cristiano. Porque el Estado (Gobierno-Partido-Líder)
no es el dueño de la libertad humana, de las propiedades y las convicciones
morales y religiosas de los ciudadanos; no puede erigirse en Poder Absoluto.
Sólo Dios es adorable.
Para la Iglesia no es moralmente
decidible el que un sistema ideológico-político arrebate o no la libertad religiosa y todas las
libertades y derechos de los ciudadanos. Lo que sucede en Cuba y busca
imponerlo en Venezuela el Socialismo del Siglo XXI, no es algo éticamente
abierto a libre escogencia.
Al votar por la democracia, la
Iglesia no se cuadra con un candidato, con un partido, con una Mesa o con la
oposición. Se cuadra con la Nación.
@OvidioPerezM
coroconcert@hotmail.com
ovidioperezmorales@gmail.com
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