Incontables son las
veces que en Venezuela nos hemos referido al abandono criminal generalizado en
que nos ha hundido un gobierno durante 14 años, y hoy los hechos lamentables de
la refinería de Amuay (península de Paraguaná) es una muestra patente de eso.
La situación
deplorable de hospitales, escuelas, universidades, electricidad, agua potable,
oficinas públicas, calles, avenidas, carreteras, empresas estatales, puentes,
parques y cárceles, reflejan que las palabras seguridad, prevención,
mantenimiento y aseo no existen en el léxico gubernamental actual.
¡Cómo les gusta vivir
en el desorden y la suciedad¡ Todo es improvisación y chapuza¡ No ven más allá
del momento en que viven. La ranchificación * de la vida es su modelo de
existencia y gestión. El día a día se los come, no hay previsión, la desidia y
la ignorancia presiden su conducta administrativa. Sólo su ideología política
demencial les importa, las ventajas del poder y sus canonjías; y a unos cuantos
vivos, el billete que podrán embolsillar mediante los mecanismos de la
corrupción.
Basta viajar por el
país para corroborar lo que estamos señalando. Es doloroso. Nunca antes esto se
había visto. Las deficiencias de los gobiernos anteriores son nimiedades frente
a la ruina presente. Las carreteras y autopistas del llano, del centro, de
occidente y de oriente son intransitables por los huecos y llenas de basura. No
hay señalizaciones, ni alumbrado, ni trazados. No hay respeto por las normas de
tránsito, ni nadie que las imponga.
El relajo es la
norma.
Pero no es esto solo
lo grave. Lo son aún más las consecuencias para la seguridad y vida de los
venezolanos que tal proceder acarrea. Cuántas calamidades no habríamos podido
ahorrarnos si se cumplieran cabalmente con las normas mínimas y elementales en
todos aquellos espacios sociales en que las vidas corren riesgos, y a cuyo
cargo está, principalmente, el gobierno.
Estas indolencia e
impericia criminales causan altos costos, muertes, cuando no, daños al
patrimonio de todos los venezolanos. Los vehículos automotores de pobres, ricos
o clase media viven en los talleres por el estado deplorable de las vías, y
para rematar no se consiguen los repuestos. Debemos gastar más en seguridad
privada y en clínicas costosas. Por el caótico sistema de transporte y la
anomia del tránsito, perdemos horas productivas valiosas.
Todo por culpa de un
gobierno inepto que no ha sabido ni tiene idea de cómo resolver los viejos
problemas ni los nuevos.
Los dolorosos hechos ocurridos
en estos días en Amuay es evidencia clara de lo que venimos diciendo. El
abandono negligente y criminal del que es víctima nuestra industria petrolera
viene señalándose desde hace muchos años.
Desde que fue asaltada por una caterva de incompetentes chapuceros, que
la han desnaturalizado, endeudado y envilecido a más no poder. El puesto
destacado que tuvo como empresa petrolera en el mundo, lo perdió, y hoy da
lástima.
Allí las normas de
seguridad y mantenimiento no se cumplen, ni hay interés en cumplirlas. Cuando
uno va a Puerto La Cruz, por ejemplo, áreas
de tuberías sensibles, cercanas a urbanizaciones y barrios, y que antes
estaban cercadas y bien cuidadas, hoy las cercas están tumbadas, son basureros,
y para rematar los niños y jóvenes juegan allí. ¿Es que acaso no hay dinero ni
personal para que cumplan con esas labores de mantenimiento?
En días pasados
revisamos el estudio que hizo el ingeniero Diego González Cruz el año pasado
sobre las causas de los accidentes en PDVSA (“Por qué ocurren accidentes en
instalaciones de PDVSA”. Barriles de Papel No. 93). Son alarmantes sus
hallazgos: 74% del personal no ha participado en ningún comité de seguridad;
49% no ha leído la política de seguridad de la empresa; 68% no asiste a las
reuniones de seguridad industrial; el 57% afirma que está parcialmente o no
formado en las labores que realiza; y el 56% no conoce el Sistema integrado de
riesgos. La conclusión de González C.: hay falta de supervisión y poco
compromiso de la empresa para velar por la seguridad de sus trabajadores e
instalaciones.
Qué nos puede
extrañar entonces que la causa última de lo sucedido en Amuay y del rosario de
accidentes de los últimos años en nuestra industria petrolera, sea producto
directo de la irresponsabilidad de quienes manejan ese sector.
Estos graves hechos
ameritan, sin duda, una investigación exhaustiva por técnicos independientes
que no escondan las responsabilidades de los que estaban llamados a
prevenirlos.
Lo más cierto de todo
esto es que el signo del gobierno actual es el de las calamidades. Unas
ocasionadas por él y otras por la naturaleza se han incrementado. Cientos de miles de muertos en manos del
hampa en las calles; cientos de muertos en las cárceles; los asesinatos de
Puente Llaguno; las muertes del deslave del Litoral; los aguaceros y crecidas
de ríos; los derrumbes de cerros; Guarapiche, Yare, El Rodeo y Cúpira, el
desastre de las empresas estatales; la destrucción de la capacidad productiva
privada y paremos de contar.
Ante tanta
adversidad, sólo queda prepararse para votar bien temprano el 7 O, defender los
votos y iniciar el rescate de la democracia. Vade retro, mabita¡
@ENouelV
*Se llama ranchos en
Venezuela a las viviendas construidas con desechos de materiales diversos que
abundan en zonas marginales o chabolas.
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