lunes, 24 de septiembre de 2012

CAROLINA GÓMEZ-ÁVILA, PROMESAS DESQUICIADAS

A finales de los 70, en mi adolescencia, tuve un profesor de historia que usaba barba corrida, camisas estampadas y chalecos de jean. Su atuendo nos parecía moda, pero respondía a la ideología que profesaba con, para entonces, novedoso método.
Un día entró al salón y ordenó que nos dispusiéramos en círculo. La clase era sobre liderazgo y caudillismo en Venezuela. Sin preámbulo, varios personajes de nuestra gesta independentista fueron sometidos a la evaluación del corrillo, con la intención de que dedujéramos las características de mando de unos y otros.
Y comenzaron las tensiones.
Para ninguno era fácil ver en Bolívar a un caudillo. Ni el adusto doctor Vargas nos lucía como un líder. El fragor del intercambio derivó el ejercicio a nuestra dinámica como grupo. También con dificultad, comenzamos a señalarnos, entre compañeros, como líderes o caudillos. Contrastarse con esas características, después de todo, a nadie resulta sencillo. Más si se añade que, por distintas razones, algunos líderes se disfrazan de caudillos y viceversa.
Los primeros son casos raros e interesantes: personalidades con aptitudes para imponerse, pero sin egotismo, sacrifican sus intereses personales en función de los del grupo. Y al servicio del grupo ejercen su don de mando. Pero un caudillo disfrazado de líder es sólo un caudillo mentiroso, una plaga que nos asoma a la idiosincrasia nacional. Se trata de individuos que aseguran ser abiertos y sensibles, pero siempre terminan haciendo lo que les da la gana. Identifíquelos: son esos que prometen y nunca cumplen. Esos que cuando no cumplen, lloran.
Más adelante en el tiempo, reforcé aquel listado de características. Pero, esta vez, no me las presentaron como las condiciones que un individuo debe tener para persuadir a otros. Sino para mandar sobre sí mismo.
Así que, además de influir en los demás, el liderazgo le permite disponer de sus recursos para hacer de su vida, la mejor posible. Para usted, su familia, la nación y, si cree en ello, para Dios.  Me refiero a culminar cada jornada con sano cansancio y, al pasar revista, notar que su aporte a la gente, a través de lo que sabe hacer, se ha convertido en bienestar para todos.
Los líderes comienzan por serlo de sí mismos. Sin darse cuenta, lo son de su entorno más cercano. Y terminan siéndolo de todos los demás.
Pero la historia patria está hecha de caudillismo. Pocos son los que prefieren la gloria de la nación. Pocos los que renuncian a ser exaltados como diosezuelos. Poquísimos los que cumplen lo ofrecido e indican, con el ejemplo, cual es el camino.
El caudillo hace lo contrario, pero se le están volviendo dedos las promesas incumplidas en las manos y los pies. Todos feos, todos viejos.
Y los cuenta, una y otra vez.
@cgomezavila

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