Jamás concedimos que nuestra democracia pereciera a manos de una pandilla envilecida
Despacio al principio, pero cada vez más con una fuerza que ya luce irresistible, Hugo Chávez, y todo el parapeto personalista, barnizado de una ideología cuyo hedor de cadáver putrefacto se extendía por doquier, se dirige inexorablemente hacia el derrumbe. Y justo es decirlo, ese logro hasta hace poco impensable, no sólo para los venezolanos, sino para muchos que con asombro nos contemplan desde fuera, se debe, en alto grado, al abandono en masa, que ya luce imparable, de los cientos de miles -millones diríamos- de venezolanos que, hasta ayer no más, con una fidelidad perruna votaban por Chávez.
Eso sólo ha sido posible por dos razones: la primera, que las promesas de Chávez cada día se tornaban más ilusorias, justamente cuando más desesperadamente mucha gente quería se hiciesen realidad; y la segunda, que, este flaco majunche se apoderó de ellas y de pueblo en pueblo ha ido comprometiéndose a que, una vez que sea el Presidente, lo será de todos los venezolanos y que tiene el firme propósito de hacer cumplir con lo que la gente espera de un Presidente: luz, agua, servicios públicos, caminos, empleo y seguridad. En suma, que será un Presidente para ellos, no para los cubanos, bolivianos o nicaragüenses, y mucho menos para garantizar los negociones de chinos, iraníes y bielorrusos. ¡Eso se acabó! Ya era hora.
Para que tanto votante del chavismo abandonase con alegría el carro al que permanecieron atados durante catorce años, se necesitó de la mayor persistencia en una creciente mayoría que nunca nuestra historia había contemplado. En ese sentido -como decía Churchill a los ingleses en octubre de 1941 ("Jamás Inglaterra ha vivido tiempos más luminosos que los actuales... ")- los venezolanos en toda su historia no habían vivido tiempos tan brillantes y excelsos como estos últimos 14 años, en los que jamás cedimos ante el atropello, pero sobre todo, en los que jamás concedimos que nuestra democracia pereciera a manos de una pandilla envilecida.
Es hora ya de que rindamos el más ferviente tributo, no sólo a los que están presos en violación de toda justicia y a quienes penan en el exilio, sino por encima de todo, a esa masa inmensa de hombres y mujeres que nunca se dejaron atrapar por el engaño ni por el espejismo de las promesas fastidiosamente repetidas. Esa multitud que aguantó tanto, sin aflojar jamás. Esos que, pegados a sus radiecitos o hipnotizados por Globovisión y similares en el interior, confiaron y esperaron contra toda esperanza. Como Santo Tomás, no requirieron "ver para creer", sino que venciendo el miedo y la desesperanza, en lo más profundo de su corazón creyeron en la justicia de su causa. Y junto a ellos, sus dirigentes. Por fin se verán recompensados. ¡Aleluya!
Venezuela también tiene una deuda con Hugo Chávez. Sin él jamás habríamos aborrecido con tanta fuerza su socialismo del siglo XXI. Sin sus machaconas injurias, sin su fidelidad a quienes le acompañan en la tarea de destruir todo lo que este país había logrado, sin su empecinamiento en dilapidar nuestros recursos en proyectos locos e insensatos, sin su enternecedora "solidaridad" con cuanto gandul todavía figura en el catálogo de desmanes y atropellos a sus pueblos, como los hermanitos Castro, el Evo y el Ortega, jamás habríamos logrado tal unidad de miras y de propósitos. Muchas gracias.
Venezuela, tan humillada y maltratada por propios y extraños, está dando al mundo una lección formidable: está a punto de echar del poder a quienes sólo supieron abusar de él; y para lograrlo ha dado un impresionante aporte a todo el que quiera verlo: una unidad a toda prueba, un tesón y un valor que a todos nos asombra.
En efecto, sin vocearlo, cada persona que al paso de Capriles manifiesta, pública y estentóreamente que está con él y con lo que propone, niega rotundamente la especie de que el miedo nos paraliza.
¿Miedo quienes el 12F salieron a votar en Puerto Ordaz con cascos y uniformes? ¿Miedo los que desafían la represión oficial para actuar de testigos de la democracia? ¿Miedo quien se libra de la camisa de fuerza del monopolio del Canal 8 y opta por el cable? ¿Miedo en quienes desafían al inmenso y descarado poder chavista para mantener abiertos radios y acorraladas estaciones de televisión libres y autónomas? ¿Dónde, cuándo, en qué forma?
Todos han colaborado con el fin de la pesadilla y todos unirán esfuerzos para que no retorne jamás. Amén. A todos -Chávez y pandilla incluidos- un Dios se lo pague. A todos, un inmenso y estentóreo ¡Nunca más!
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