Generalmente, se
entiende a la enfermedad como una entidad opuesta a la salud, cuyo efecto
negativo es consecuencia de una alteración o desarmonización de un sistema. Es
un estado de afección de un ser vivo, caracterizado por anomalías físicas o
psicológicas que producen malestar. "Enfermedad" se asocia entonces
con desarmonía, desequilibrio, molestia, dolor, daño: en una palabra, algo que
no está bien.
Si aplicáramos esta
terminología sanitaria o clínica, ya no al sistema de una persona, sino a un
sistema-país llamado Venezuela, los síntomas de patología, de enfermedad, brotan por donde se quiera mirar.
En lo económico,
tenemos no sólo la inflación más alta de la región, sino un cuadro complejo
donde conviven un endeudamiento irresponsable con desabastecimiento,
desaparición de fuentes de trabajo y caída de las remuneraciones reales.
En lo social, el
actual gobierno permite que se cometan, en promedio, 53 homicidios por día, lo
que significa más de 1 asesinado cada media hora. Más del 50% de las víctimas
de homicidios son jóvenes entre 15 y 29
años, al punto que el homicidio es la primera causa de muerte en Venezuela
entre los jóvenes de ambos sexos de ese segmento etario. La violencia es la
marca de fábrica del actual modelo político.
En lo educativo, sólo
4 de cada 10 de nuestros muchachos logran terminar el bachillerato. Tenemos un
déficit aproximado de 5.000 unidades educacionales en el país. Más de 1 millón
de nuestros jóvenes no pueden ni
trabajar ni estudiar. Las universidades están estranguladas por un asedio económico
intencional.
Y la lista de síntomas
patógenos se hace interminable: cada año ingresan al mercado laboral 250.000
trabajadores y se crean menos de 50.000 empleos formales; uno de cada dos
venezolanos tiene problemas de vivienda; hay
problemas graves en los controles epidemiológicos, mientras los
hospitales públicos son un monumento a la vergüenza y a la degradación humana;
hay severos problemas de servicios públicos esenciales como electricidad, agua,
desechos sólidos, vialidad y servicios sanitarios. Los puentes se caen. Las
carreteras se hunden. Las instalaciones petroleras explotan. Y en medio de una
bonanza petrolera sin precedentes, cerca de 700 mil familias venezolanas se
acuestan cada noche sin comer.
Desde el punto de
vista político, se ha querido instalar en el país una división artificial y
estúpida entre quienes quieren y quienes no quieren a un hombre. Tenemos una
institucionalidad de maqueta, servil, disfuncional: una Asamblea que no discute
los problemas de los venezolanos, unos poderes del Estado subalternos a la
voluntad del Ejecutivo, una Defensoría que no defiende, una Contraloría que no
controla.
Cuando un país
presenta tal cantidad de síntomas patológicos, que causan molestia, daño,
malestar, pues estamos hablando de un país enfermo, que requiere tratamiento y
curación, porque tiene derecho a vivir, porque no está condenado a seguir
enfermo, y mucho menos a empeorar.
Este es el debate que
los venezolanos merecen en esta campaña electoral. No las ridiculeces
insultantes para la inteligencia, como que discutamos quién quiere más al país,
quién habla más bonito o con la voz más engolada, o quién tiene el corazón más
grande. El debate debe ser sobre los derechos que usted tiene, y cómo
satisfacerlos y garantizarlos, lo cual pasa por una necesaria evaluación que
explique por qué alguien que le ha administrado su casa durante tanto tiempo, y
gozado de tanta plata para hacerlo, le pide que ahora sí va a hacer su trabajo,
justo cuando la casa se le está cayendo y sus habitantes enfermos y muriendo.
En términos
sanitarios, presenciamos un cuadro patológico de un país enfermo, que necesita
una alternativa de sanación. En términos politológicos, este es evidentemente
un cuadro de gobernabilidad precaria. En términos de la calle, esto es un caos.
Y prometer como hace el presidente saliente que si yo gano en Octubre esto se
va a perpetuar y a profundizar, es anunciar de una vez que el caos va a
continuar y se va a poner peor. Es prometer un país cada vez más enfermo. Con
gente como usted y como yo, prisioneros de enfermedad y caos.
Nadie tiene por qué
estar condenado a vivir en la indignidad.
Hay un camino distinto, que pasa por poner a la persona, y no a los
intereses de los poderosos que gobiernan, en el primer lugar de la agenda. Es
posible, necesario y urgente.
@angeloropeza182
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