sábado, 1 de septiembre de 2012

ANGEL OROPEZA , TE PROMETO UN PAÍS ENFERMO

Generalmente, se entiende a la enfermedad como una entidad opuesta a la salud, cuyo efecto negativo es consecuencia de una alteración o desarmonización de un sistema. Es un estado de afección de un ser vivo, caracterizado por anomalías físicas o psicológicas que producen malestar. "Enfermedad" se asocia entonces con desarmonía, desequilibrio, molestia, dolor, daño: en una palabra, algo que no está bien.
Si aplicáramos esta terminología sanitaria o clínica, ya no al sistema de una persona, sino a un sistema-país llamado Venezuela, los síntomas de patología, de enfermedad,  brotan por donde se quiera mirar.
En lo económico, tenemos no sólo la inflación más alta de la región, sino un cuadro complejo donde conviven un endeudamiento irresponsable con desabastecimiento, desaparición de fuentes de trabajo y caída de las remuneraciones reales.
En lo social, el actual gobierno permite que se cometan, en promedio, 53 homicidios por día, lo que significa más de 1 asesinado cada media hora. Más del 50% de las víctimas de  homicidios son jóvenes entre 15 y 29 años, al punto que el homicidio es la primera causa de muerte en Venezuela entre los jóvenes de ambos sexos de ese segmento etario. La violencia es la marca de fábrica del actual modelo político.
En lo educativo, sólo 4 de cada 10 de nuestros muchachos logran terminar el bachillerato. Tenemos un déficit aproximado de 5.000 unidades educacionales en el país. Más de 1 millón de  nuestros jóvenes no pueden ni trabajar ni estudiar. Las universidades están estranguladas por un asedio económico intencional.
Y la lista de síntomas patógenos se hace interminable: cada año ingresan al mercado laboral 250.000 trabajadores y se crean menos de 50.000 empleos formales; uno de cada dos venezolanos tiene problemas de vivienda; hay  problemas graves en los controles epidemiológicos, mientras los hospitales públicos son un monumento a la vergüenza y a la degradación humana; hay severos problemas de servicios públicos esenciales como electricidad, agua, desechos sólidos, vialidad y servicios sanitarios. Los puentes se caen. Las carreteras se hunden. Las instalaciones petroleras explotan. Y en medio de una bonanza petrolera sin precedentes, cerca de 700 mil familias venezolanas se acuestan cada noche sin comer.
Desde el punto de vista político, se ha querido instalar en el país una división artificial y estúpida entre quienes quieren y quienes no quieren a un hombre. Tenemos una institucionalidad de maqueta, servil, disfuncional: una Asamblea que no discute los problemas de los venezolanos, unos poderes del Estado subalternos a la voluntad del Ejecutivo, una Defensoría que no defiende, una Contraloría que no controla.
Cuando un país presenta tal cantidad de síntomas patológicos, que causan molestia, daño, malestar, pues estamos hablando de un país enfermo, que requiere tratamiento y curación, porque tiene derecho a vivir, porque no está condenado a seguir enfermo, y mucho menos a empeorar.
Este es el debate que los venezolanos merecen en esta campaña electoral. No las ridiculeces insultantes para la inteligencia, como que discutamos quién quiere más al país, quién habla más bonito o con la voz más engolada, o quién tiene el corazón más grande. El debate debe ser sobre los derechos que usted tiene, y cómo satisfacerlos y garantizarlos, lo cual pasa por una necesaria evaluación que explique por qué alguien que le ha administrado su casa durante tanto tiempo, y gozado de tanta plata para hacerlo, le pide que ahora sí va a hacer su trabajo, justo cuando la casa se le está cayendo y sus habitantes enfermos y muriendo.
En términos sanitarios, presenciamos un cuadro patológico de un país enfermo, que necesita una alternativa de sanación. En términos politológicos, este es evidentemente un cuadro de gobernabilidad precaria. En términos de la calle, esto es un caos. Y prometer como hace el presidente saliente que si yo gano en Octubre esto se va a perpetuar y a profundizar, es anunciar de una vez que el caos va a continuar y se va a poner peor. Es prometer un país cada vez más enfermo. Con gente como usted y como yo, prisioneros de enfermedad y caos.
Nadie tiene por qué estar condenado a vivir en la indignidad.  Hay un camino distinto, que pasa por poner a la persona, y no a los intereses de los poderosos que gobiernan, en el primer lugar de la agenda. Es posible, necesario y urgente.
@angeloropeza182

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