No voy a entrar a analizar las implicaciones éticas y periodísticas de
la labor de Julian Assange. Confieso que me simpatiza parte de su ideario, al
menos con esa porción que proclama la necesidad de transparencia en los asuntos
diplomáticos y de gobierno. Pero en Cuba no han sido publicados todos los
cables que ha sacado a la luz Wikileaks; apenas se ha hecho referencia a
aquellos pocos donde el gobierno cubano sale bien parado. De ahí que sea
necesaria una conexión a Internet para hacerse una idea objetiva de los
alcances y los desaciertos del fenómeno que encabeza este australiano,
actualmente asilado en la Embajada de Ecuador en Londres.
No obstante, puedo arribar a un par de conclusiones, al menos en lo que
respecta al uso que está haciendo del “Caso Assange” la prensa oficial cubana.
Como no necesito del escurridizo cable de fibra óptica ni de una antena
parabólica ilegal para ver el noticiero nacional de cada día, tengo todos los
elementos para opinar. Lo primero que salta a la vista es que un gobierno que
ha hecho del secretismo y del silencio un pilar fundamental de su poder, alabe
a un hacker que representa todo lo contrario. Como si la madre autoritaria que
tiene encerrada a sus hijas en casa le lanzara un cumplido a la libertina cuya
descendencia corretea por todo el barrio.
El desclasificador de memorándums es aplaudido ahora en nuestra pantalla
chica por un sistema que se ha cuidado de no dejar rastro de sus tropelías en
papel. El mismísimo “Robin Hood de la información” –como lo han llamado
algunos- recibiendo el beneplácito del Sheriff que nos ha encerrado en el
castillo feudal de la censura. Algo no encaja ¿verdad? ¿Cómo es posible que los
promulgadores de tantas omisiones, utilicen ahora como bandera a un hombre que
promueve justo lo contrario? Sólo se entiende esta repentina fascinación de los
medios cubanos con el director de Wikileaks como parte de un “antiimperialismo”
ramplón que considera siempre “al enemigo del enemigo como un amigo”. Incluso
esa máxima se pone en práctica en casos de evidente divorcio de métodos y
fines, como ocurre entre la política informativa del gobierno de Raúl Castro y
las “filtraciones” masivas promovidas por Julian Assange. Pero el absurdo llega
a arrebatos incalculables cuando el programa televisivo “Mesa redonda”,
conocido por su anti periodismo y complacencia con el poder, muestra a este
joven de 41 años como un héroe de la redes. Esto es, sin dudas, lo más
contradictorio que he visto últimamente… aunque habito en un país de grandes
paradojas.
Si ahora mismo un joven oficial de la Seguridad del Estado
desclasificara el monto total de cuánto le están costando al país los
operativos alrededor de los opositores y los mítines de repudio contra las
Damas de Blanco, ¿qué le ocurriría? Si mañana un médico, movido por la
honestidad personal y profesional, publicara el número real de contagiados por
el dengue en Cuba ¿qué le harían? Imaginemos un militar –al estilo de Bradley
Manning- que filtrara los memorándums militares entre el gobierno de La Habana
y el de Caracas ¿habría clemencia con él? Y en caso de que la conciencia
hiciera a alguien revelar las dimensiones reales de la fortuna personal de Fidel
Castro ¿nos dejarían llegar a escucharlas? Si un simple blog personal de
opinión hace que todo un aparato represivo la emprenda contra un ciudadano,
produce escalofríos imaginar lo que le ocurriría a éste de crear una página de
filtraciones y desclasificados. Pero, volvemos a lo mismo: los regímenes
autoritarios no dejan huellas sobre el papel. Sus archivos pocas veces
contienen algo que los comprometa, pues las órdenes son dadas verbalmente y sin
dejar testigos. Son especialistas en mandar a matar adversarios con tan sólo
levantar las cejas, fomentar guerrillas en todo un continente susurrando
algunas frases, emplazar cohetes nucleares en su territorio bajo la impunidad
del silencio y demorar 15 años en publicar la cifras de muertos que tuvieron en
una contienda en tierras africanas.
Pero en lo que resultan más hábiles estos sistemas enemigos de la
información es en detectar dentro de su país a los posibles Julian Assange. Los
huelen desde que son pequeños cuando hacen preguntas aquí y husmean allá; cuando
no se conforman con la papilla noticiosa que les da la televisión oficial e
intentan investigar más. Los vigilan desde que comienzan a cuestionarse lo que
está mal y en cuanto meten las narices en ciertos temas espinosos. Y entonces
actúan rápidamente contra ellos. Ya sea comprándolos con algunos efímeros
privilegios, haciéndoles la vida imposible para que se marchen al exilio o
satanizándolos para que nadie les crea. No hay manera de llegar a ser un Julian
Assange en Cuba y seguir vivo, créanme.
yoani.sanchez@gmail.com
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