En el plano internacional requiere
fortalecer su imagen de prócer. El autócrata, a partir del poderoso lobby
internacional que financia, ha vendido la imagen de que supera a Capriles con
una holgada diferencia
El teniente coronel no se da por
vencido. Cada cierto tiempo saca de las mangas unas encuestas fraudulentas,
elaboradas en laboratorios de guerra bacteriológica, para “demostrar” que
disfruta de una amplia ventaja y que su candidatura es invencible. Inmediatamente el inmenso aparato comunicacional entra en
acción. Los medios televisivos, radiales e impresos que posee el Gobierno, le
hacen el coro. Todos en comparsa repiten el estribillo: la ventaja es
irreversible, el triunfo será arrollador, no hay manera de detener el auge del
Presidente, cuya candidatura crece como la espuma.
En realidad los dirigentes más serios
no creen en esta añagaza. Las cifras son falaces, ese sector del Gobierno lo
sabe. Sobre todo lo reconoce Hugo Chávez quien es consciente de que si la
ventaja real fuese la que señalan sus encuestas, la brecha se reflejaría en sus
actos de masas, en sus movilizaciones, en sus concentraciones. El pueblo
chavista estaría exultante. El entusiasmo sería desbordante. Abundarían los
indicios que reflejaran la gigantesca fisura. Pero, nada de esto ocurre. Lo que
se observa es desconcierto en las filas del oficialismo y en el candidato a la
tercera reelección. Chávez se ha convertido en uno de los principales
promotores de Capriles. No deja de mencionarlo. El abanderado democrático es
quien le dicta la pausa al caudillo comunista. La Nada se le transformó en una
obsesión.
Quien moviliza a las masas populares
hasta el delirio es Capriles. Quien se conecta con los campesinos, los obreros,
los jóvenes, las mujeres, los desempleados y los desesperados porque le han
matado a un familiar o a un amigo, es Henrique Capriles. El otro permanece
lejano, rumiando su frustración de autócrata cuestionado y padeciendo su
malestar físico. Cada acto exitoso del “Flaco” en Portuguesa, Sucre, Barinas,
Bolívar, antiguos bastiones inexpugnables del chavismo, le escuecen el alma y el cuerpo al caudillo solitario.
¿Por qué, entonces, persiste en
mostrar unos números chimbos? En primer
lugar, para mantener cohesionadas sus huestes y evitar las desbandas que se
producen cuando la sensación de derrota inevitable se apodera del alma de los
correligionarios. Para Chávez es fundamental alimentar la llama del triunfo
aunque este ya parezca una quimera. Si se ajustara a la verdad se quedaría más
solo que la una. Los enemigos agazapados de su entorno, que no deben ser pocos,
pues son demasiadas las humillaciones, atropellos y abusos cometidos con sus
propios partidarios, se le voltearían. Ya no es el líder supremo de algunos
años atrás.
En el plano internacional requiere
fortalecer su imagen de prócer. El autócrata, a partir del poderoso lobby
internacional que financia, ha vendido la imagen de que supera a Capriles con
una holgada diferencia. Para la tramoya ha conseguido un aliado de postín: Lula
da Silva, quien trabaja afanosamente para convencer a presidentes, a
jefes de Estado y a poderosos factores de la opinión pública internacional, de
la supuesta ventaja indiscutible y constatable de Hugo Chávez.
Crear y fortalecer esta ilusión
resulta clave para desconocer o escamotear, mediante una maniobra artera, la
victoria de Capriles. Una maroma de trapecista destinada a descalificar el
triunfo de la oposición estaría justificada de antemano porque las encuestas lo
daban “ganador”. Su legitimidad internacional se mantendría incólume. Este es
el cálculo. La oposición carece de recursos financieros y poder económico para
anular o contrarrestar la campaña del Gobierno en el plano internacional, aunque
no sería nada malo que Capriles mantuviera contactos periódicos con los
corresponsales extranjeros en lo que resta hasta el 7-O.
Recordemos que el sistema de votación
está diseñado para que las máquinas emitan una papeleta con el voto depositado,
estas se colocan en las urnas, luego se cuenten, y a partir de este cómputo se
elaboran las actas de votación. La cifra asentada en el acta, que es la
aceptada por todos los miembros de mesa, se transmite a los centros de totalización. Con las actas en la mano la
oposición sabrá si ganó o perdió. Es la prueba del ácido, o del pudín, como
dirían los chinos.
El esfuerzo hay que dirigirlo, por
tanto, a contar con personas capacitadas en las mesas de votación, entrenadas
para evitar que las actas salgan con vicios de forma que las invalide o hagan
posible cualquier tipo de recusación. Si las actas dicen que ganamos, ese
veredicto popular se hará respetar, sin importar lo que hayan dicho las
encestas del oficialismo.
@tmarquezc
trino.marquez@gmail.com
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