viernes, 24 de agosto de 2012

TRINO MÁRQUEZ, ACTA MATA ENCUESTA

        En el plano internacional requiere fortalecer su imagen de prócer. El autócrata, a partir del poderoso lobby internacional que financia, ha vendido la imagen de que supera a Capriles con una holgada diferencia
         El teniente coronel no se da por vencido. Cada cierto tiempo saca de las mangas unas encuestas fraudulentas, elaboradas en laboratorios de guerra bacteriológica, para “demostrar” que disfruta de una amplia ventaja y que su candidatura es invencible. Inmediatamente  el inmenso aparato comunicacional entra en acción. Los medios televisivos, radiales e impresos que posee el Gobierno, le hacen el coro. Todos en comparsa repiten el estribillo: la ventaja es irreversible, el triunfo será arrollador, no hay manera de detener el auge del Presidente, cuya candidatura crece como la espuma.
         En realidad los dirigentes más serios no creen en esta añagaza. Las cifras son falaces, ese sector del Gobierno lo sabe. Sobre todo lo reconoce Hugo Chávez quien es consciente de que si la ventaja real fuese la que señalan sus encuestas, la brecha se reflejaría en sus actos de masas, en sus movilizaciones, en sus concentraciones. El pueblo chavista estaría exultante. El entusiasmo sería desbordante. Abundarían los indicios que reflejaran la gigantesca fisura. Pero, nada de esto ocurre. Lo que se observa es desconcierto en las filas del oficialismo y en el candidato a la tercera reelección. Chávez se ha convertido en uno de los principales promotores de Capriles. No deja de mencionarlo. El abanderado democrático es quien le dicta la pausa al caudillo comunista. La Nada se le transformó en una obsesión.
         Quien moviliza a las masas populares hasta el delirio es Capriles. Quien se conecta con los campesinos, los obreros, los jóvenes, las mujeres, los desempleados y los desesperados porque le han matado a un familiar o a un amigo, es Henrique Capriles. El otro permanece lejano, rumiando su frustración de autócrata cuestionado y padeciendo su malestar físico. Cada acto exitoso del “Flaco” en Portuguesa, Sucre, Barinas, Bolívar, antiguos bastiones inexpugnables del chavismo, le escuecen  el alma y el cuerpo al caudillo solitario.
         ¿Por qué, entonces, persiste en mostrar unos números chimbos?  En primer lugar, para mantener cohesionadas sus huestes y evitar las desbandas que se producen cuando la sensación de derrota inevitable se apodera del alma de los correligionarios. Para Chávez es fundamental alimentar la llama del triunfo aunque este ya parezca una quimera. Si se ajustara a la verdad se quedaría más solo que la una. Los enemigos agazapados de su entorno, que no deben ser pocos, pues son demasiadas las humillaciones, atropellos y abusos cometidos con sus propios partidarios, se le voltearían. Ya no es el líder supremo de algunos años atrás.
         En el plano internacional requiere fortalecer su imagen de prócer. El autócrata, a partir del poderoso lobby internacional que financia, ha vendido la imagen de que supera a Capriles con una holgada diferencia. Para la tramoya ha conseguido un aliado de postín: Lula da Silva, quien  trabaja  afanosamente para convencer a presidentes, a jefes de Estado y a poderosos factores de la opinión pública internacional, de la supuesta ventaja indiscutible y constatable de Hugo Chávez.
         Crear y fortalecer esta ilusión resulta clave para desconocer o escamotear, mediante una maniobra artera, la victoria de Capriles. Una maroma de trapecista destinada a descalificar el triunfo de la oposición estaría justificada de antemano porque las encuestas lo daban “ganador”. Su legitimidad internacional se mantendría incólume. Este es el cálculo. La oposición carece de recursos financieros y poder económico para anular o contrarrestar la campaña del Gobierno en el plano internacional, aunque no sería nada malo que Capriles mantuviera contactos periódicos con los corresponsales extranjeros en lo que resta hasta el 7-O.
         Recordemos que el sistema de votación está diseñado para que las máquinas emitan una papeleta con el voto depositado, estas se colocan en las urnas, luego se cuenten, y a partir de este cómputo se elaboran las actas de votación. La cifra asentada en el acta, que es la aceptada por todos los miembros de mesa, se transmite a los centros de  totalización. Con las actas en la mano la oposición sabrá si ganó o perdió. Es la prueba del ácido, o del pudín, como dirían los chinos.
         El esfuerzo hay que dirigirlo, por tanto, a contar con personas capacitadas en las mesas de votación, entrenadas para evitar que las actas salgan con vicios de forma que las invalide o hagan posible cualquier tipo de recusación. Si las actas dicen que ganamos, ese veredicto popular se hará respetar, sin importar lo que hayan dicho las encestas del oficialismo.
@tmarquezc
trino.marquez@gmail.com

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