Se trata de reemplazar la idea del consenso
absoluto, a través de la opresión y la represión
El discurso de la reconciliación no resulta sólo
un componente estratégico en la campaña de Henrique Capriles o, para decirlo
sin rodeos, un ardid electoral lanzado como anzuelo para conquistar voluntades
a costa del hastío de una buena parte de los venezolanos castigados por el
clima de hostilidad y de violencia que se nos ha impuesto como forma de vida.
Se trata, sobre todo, de un esfuerzo por recuperar valores como la convivencia
pacífica y los métodos civilizados para dirimir las diferencias, elementos
imprescindibles en el devenir de toda sociedad organizada. Y aunque parezca una
perogrullada afirmarlo, sin esta condición básica, sobre la cual se asientan
los modelos políticos, no puede existir una democracia real.
La contradicción fundamental del chavismo,
durante estos últimos catorce años, ha sido la de destruir esa base que le
sirve de apoyo a cualquier modelo (siempre en democracia), bien sea de izquierda
o derecha, para liquidar cualquier forma de pensamiento o de acción política
que implique la existencia del disenso y de las contradicciones constructivas.
Su objetivo es lograr, bien sea a través del método democrático, bien sea a
través de la violencia o bien sea a través del adoctrinamiento y la cooptación
de todos los poderes, el consenso absoluto, aun cuando éste se logre (y no hay
otra manera) mediante la opresión, la represión y el terror.
Cuando Chávez amenaza con "aplastar" a
su adversario no está esbozando una metáfora, se está expresando (debe
reconocérsele la sinceridad) literalmente porque con un Capriles en la
presidencia no sólo se estaría produciendo un cambio de gobierno, sino el
desplazamiento de un régimen que no ha dejado de proponerse el objetivo supremo
del totalitarismo como sistema definitivo y lo más cercano a lo que Chávez
suele denominar "infinito" y "eterno".
Así planteadas las cosas la tarea civilizatoria
de Capriles va mucho más allá de un sentimiento nacional de rechazo hacia la
violencia, en todas sus manifestaciones. No se trata de llevarle la corriente a
la gente según y como lo dicten las encuestas A estas alturas ya luce evidente
que una mayoría decisiva ha comprendido la necesidad de un recambio de
paradigma que implica, apenas, el comienzo de una durísima tarea de
reconstrucción material, ética y, ¿por qué no decirlo?, espiritual. Lograrlo,
como parece que está ocurriendo, no sólo significa el desplazamiento de un
gobierno, sino de una aberrante concepción política fundamentada en el
sometimiento general. Y ahí está el acierto de un Henrique Capriles
perfectamente consciente de encarnar algo mucho más trascendente que una simple
candidatura presidencial.
rgiusti@eluniversal.com
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