Una tragedia que se hubiera podido evitar, pareciera la terrible premonición del fin de una época
Que la función deba continuar, así como
así, como si no hubiera pasado nada, siguiendo la frase de Molière, sobre
decenas de muertos y un país conmovido por la tragedia, no sólo resulta un acto
de suprema irresponsabilidad sino de total carencia de compasión y de sentido
de la justicia. No, esta función, que es farsa y tragedia a la vez, ya ha
durado demasiado tiempo y el costo que hemos pagado los venezolanos por asistir
a ella, bien sea como espectadores pasivos o como víctimas propiciatorias,
supera los límites de la más tolerante de las sociedades.
Para nada se puede seguir aceptando el
chantaje de la no "politización" de catástrofes como la ocurrida en
Amuay, ni esperar investigaciones que nunca llegan a nada o argumentos baladíes
("es mentira que olía a gas"), para tapar las verdaderas causas que
atentan contra un país en vías de disolución por la incapacidad de una clase
dominante cuyo único objetivo es mantenerse en el poder a toda costa.
Los accidentes pasan en cualquier parte
del mundo y a veces forman parte de los imponderables, pero la ocurrencia
sistemática y permanente de este tipo de hechos, a lo largo del tiempo, en
pequeña escala y prácticamente en todas las instalaciones petroleras del país,
así como los informes de los entendidos, según los cuales no se han estado
desarrollando los planes de mantenimiento y mejoramiento tecnológico, dan
cuenta de la inercia y la incapacidad criminales a la hora de manejar una
actividad tan compleja como esa.
Cuando los gobernantes asumen tareas
para las cuales no están capacitados y anteponen a las capacidades y el conocimiento,
la politiquería, el clientelismo y la ignorancia, uno se explica el fiasco de
los fundos estatizados e improductivos, la paralización de las industrias
confiscadas, la construcción de viviendas sin desarrollo previo de planes
urbanísticos, el fracaso de las escuelas bolivarianas, la crisis productiva y
accidentes de trabajo en las empresas básicas , la mortandad de las cárceles,
la destrucción progresiva de la infraestructura, los derrames petroleros y,
ahora, el atroz siniestro de Amuay.
Pero no sólo se trata de una concepción
equivocada que antepone los objetivos de dominación total a cualquier otro tipo
de consideración, a la peor manera estalinista. Para nada porque ni siquiera
son capaces de copiar bien la copia cubana del sistema impuesto por el déspota
georgiano. El problema es que no pueden, ni saben ni quieren hacer obra. Y la
estulticia como estrategia tiene sus límites. No por casualidad los de los
soviéticos en el poder coincidieron con el estallido de Chernóbil. Amuay, una
tragedia que se hubiera podido evitar y se evitó en otros tiempos, pareciera la
terrible premonición del fin de una época.
ragiusti@eluniversal.com
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