El candidato
republicano a la presidencia de los EU, Mitt Romney, acaba de seleccionar a
quien lo acompañará como su Vicepresidente en la lucha política que se avecina,
Paul Ryan. Ryan es un joven congresista y uno de los consentidos del Partido
del Té. El debate se torna por demás interesante. En la esquina de Obama los
estatistas gritando; “Ustedes son mis hijos y con los derechos que les otorgo,
me haré responsable de su bienestar de la cuna a la tumba”. En la otra Romney
afirmando; “Nosotros somos sirvientes y nos han confiado la responsabilidad de
protegerlos. El gobierno no es quien los ha dotado de sus derechos, somos solo
los protectores de los mismos.”
El
enfrentamiento político en los EU deberá definir una vez por todas, cual debe
ser la saludable relación del ciudadano con su gobierno.
En esta era de
acontecimientos históricos en la cual los mexicanos nos encontramos intentando
redefinir la relación del ciudadano común con su gobierno. En la cual estamos
también tratando de implementar un verdadero sistema democrático republicano
que conduzca a el país por la ruta de la prosperidad y la justicia, pensamos es
importante analizar algunos conceptos que aclaren las posiciones de ambas
partes.
Una creencia
común en nuestro país es que los derechos de los mexicanos emanan de nuestra
constitución o de nuestro gobierno. Esta es una de nuestras creencias más
erróneas. A través de la historia, la creencia común fue que la gente eran
sujetos incondicionales de los mandatos de sus gobiernos. Si el Rey le ordenaba
a una persona abandonar su familia para pelear en una guerra lejana, tenía que
obedecer. El rey podía controlar y regular vida y propiedad porque era soberano
y supremo. Los ciudadanos como súbditos eran subordinados e inferiores. Cuando
el Rey ordenaba, había que obedecer.
Gradualmente
la gente empezó a cuestionar el concepto del soberano con control irrestricto
sobre sus vidas y sus fortunas. En 1215, por ejemplo, con la promulgación de
carta magna, el Rey por primera vez en la historia fue forzado a admitir que
sus poderes sobre los ciudadanos eran limitados. Sin embargo, fue hasta 1776
con la declaración de independencia de los EU, que el concepto del soberano
todopoderoso fue prácticamente destruido. El gobierno no era soberano y
supremo, Jefferson declaró al mundo. Los individuos lo son. Por lo mismo, los
funcionarios públicos son subordinados a los ciudadanos, son sus sirvientes.
En esos
momentos nació el concepto de que los seres humanos nacen con ciertos derechos
fundamentales que fueron anteriores a los gobiernos. Es decir, los derechos del
hombre no provienen del Rey ni de ningún gobierno. Derechos como la libertad,
la vida, la propiedad y la búsqueda de su felicidad, existen independiente y
previamente a los gobiernos, no por ellos, son los derechos naturales de todo
ser humano.
La razón por
la cual la gente organiza los gobiernos es precisamente para proteger el ejercicio
de esos derechos. Es decir, en la ausencia de un gobierno, los elementos
negativos como los delincuentes harían la vida de la sociedad miserable. Por lo
tanto, se necesita un gobierno para arrestar, juzgar y castigar a ese tipo de
gente. Un gobierno que proteja vida, libertad, propiedad y contratos. No se
necesitan gobiernos promotores, petroleros, electricistas, banqueros etc.
¿Qué pasa
cuando el gobierno quebranta su obligación de proteger y se convierte en un
elemento más destructivo de los que sería en ausencia de ese gobierno? Entonces
la gente tiene el derecho de alterarlo o abolirlo e implementar uno nuevo
designado para proteger, no destruir, el ejercicio de los derechos naturales
que Dios nos heredó. El problema que enfrentaron de inmediato los promotores de
esta nueva forma de organización social, era el comprobar si era posible el
formar un gobierno que permaneciera limitado, inferior y subordinado al mandato
de la gente, y que no asumiera el tradicional papel de soberano y supremo en
sustitución de los monarcas.
Para entender
la actitud del ciudadano común hacia su gobierno en México y la relación con
él, hay que remontarnos a la conquista de la Nueva España y los trescientos
años de control de nuestro territorio de parte de una institución tan autócrata
como la corona de España, y la intervención en estos acontecimientos de una
iglesia católica medieval que siempre promovió una sumisión total a las
instituciones de parte de los ciudadanos. Cuando Adam Smith publicó su magna
obra “La Riqueza de las Naciones” en 1776, en España fue prohibida y el delito
de poseerlo castigado con la muerte por la inquisición.
Después de la
independencia, México se convirtió en un cruento campo de batalla en una lucha
letal por el poder que en esos momentos se estaba gestando para el estado
mexicano, el poder absoluto, el regreso al concepto del monarca absoluto,
soberano y supremo, ahora representado por una infinidad de caudillos tanto
liberales como conservadores. En el ocaso del siglo XIX, Porfirio Díaz se
adueñó de tal poder transportando al país hasta el siglo pasado en un estado de
cacicazgo, mediante una dictadura que encendió las pasiones de los mexicanos.
A principios
del siglo pasado el país se sume en una revolución liberal que fue secuestrada
por los socialistas en el constituyente de Querétaro en 1917, con la
elaboración de una constitución de ese corte, socialista. Este evento fue la
puerta que se abrió para establecer el sistema “político moderno” de México
basado en lo mismo, el poder absoluto, pero ahora ejercido por un solo partido
y un monarca sexenal llamado Sr. Presidente.
Durante los
siguientes 70 años ésta fatal combinación se ha encargó también de convencer a
los mexicanos de que el estado es superior, absoluto, soberano y supremo. Que
los ciudadanos somos inferiores, somos súbditos, que necesitamos para todo
extender la mano al estado, pedir su anuencia, darle eternamente las gracias.
Finalmente, en
el despertar de este nuevo siglo los mexicanos debemos de entender que el ciudadano
es el soberano, no el estado, que el estado debe ser inferior y supeditado al
mandato de la gente, que el estado debe tener limitaciones, que ya no debe
haber monarcas sexenales que afirmen “el
estado soy yo,” que el mismo pueblo debe elegir a sus “servidores públicos” y
no simplemente heredar el trono como ha sucedido. Los mexicanos finalmente
debemos de entender que como seres humanos tenemos derechos naturales
anteriores e independientes del estado, y la función primordial del estado es
el velar y proteger esos derechos.
Desgraciadamente
todavía hay políticos que no lo entienden y no quieren que los mexicanos lo
entiendan. Quieren simplemente regresar a la época del estado feudal y
omnipotente, del monarca sexenal, a la dictadura perfecta. ¡Cuidado caciques
estatales y reyecitos estilo Hugo Chávez!
Twetter@elchero
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