jueves, 23 de agosto de 2012

MANUEL MALAVER, CHÁVEZ: ENTRE CÚPIRA Y BARINAS.

Podrá mentir, simular, trajinar, llorar, prometer, insultar, amenazar pero las 24 horas comprimidas entre las 3 de la tarde del miércoles y el jueves pasados sucedieron para quedar tatuadas en la psiquis de un venezolano que no creía lo que oía, ni lo que veía.
Lo llaman el presidente-saliente, pero también Hugo Chávez y hace algún tiempo se complacía llamándose y haciéndose llamar el comandante-presidente.
Pero después de las 24 horas transcurridas entre miércoles y jueves todo eso suena lejano, muy lejano, pues pasó a llamarse y recordarse “como el presidente que gobernaba cuando se cayó el puente de Cúpira” y dejó a los millones de personas que viajaban diariamente entre el centro y el oriente del país rodando por trochas, consumiendo horas en rodeos, atascados en baches y troneras y expuestos a las pandillas de asaltantes y secuestradores que son los únicos que controlan y vigilan a las antes numerosas y funcionales carreteras venezolanas.
Y pienso yo si no sería por eso que 600 kilómetros más al occidente del país, y en la ciudad de Barinas, al día siguiente, el jueves, casi no se quedó un alma en sus casas para ir a recibir, aplaudir, celebrar y apoyar al candidato opositor Henrique Capriles Radonski quien…!cosas del destino!...fue a contarles lo que había ocurrido con el Puente de Cúpira.
 “Era un Puente muy viejo” me cuentan que empezó “, de más de 40 años, que construyeron cuando creo yo que no había nacido, que no había que reparar sino reemplazar con uno nuevo. Y en eso andábamos cuando Chávez inventó el engendro de volver con la centralización, la centralización de los tiempos de Castro, de Gómez, de Pérez Jiménez y de todos los dictadores que quieren que el país se gobierne desde Caracas, desde Miraflores, y todo lo resuelva, ordene y ejecute una sola persona, un solo jefe, un comandante en jefe.
Entonces, una cosa buena que se había logrado en los gobiernos anteriores a los últimos 14 años que ahora pasan para siempre, como fue transferirle el poder a las regiones, a los estados, a los ciudadanos, fue borrado de un plumazo, y otra vez, el presidente sábelotodo y hácelotodo, comenzó a adivinar lo que querían los habitantes de Barinitas, Santa Bárbara, Puerto Nutrias, y hasta de Sabaneta.
Y no hizo nada, no podía hacer nada, porque quienes saben lo qué quieren, cómo lo quieren y cuándo lo quieren son los ciudadanos y no los mandamases que están en Caracas y en Miraflores.
Nos quitaron las competencias sobre las carreteras porque y que son nacionales… Y se estaba cayendo el puente de Cúpira, y enviábamos oficios, y comunicaciones, y cartas, y estudios y memorandos y decían que lo iban a reparar y no reparaban nada. Y un día dijimos: “Caramba, hay que hacer algo, vamos a ver si nos dejan hacer algo, y mandamos unas cuadrillas, con unos obreros, y unos ingenieros, y, ustedes no lo van a creer, estaban empezando a trabajar, cuando aparecieron unos piquetes de la Guardia, del Ejército o la policía (no recuerdo bien) y los retiraron a la fuerza bajo amenazas de meterlos presos, porque y que estaban violando la ley, la estúpida y maldita ley de la centralización.
Y así pasaba y pasa con hospitales, escuelas, liceos, casas, edificaciones, e instalaciones públicas que se están cayendo y se dejan caer, porque hay que quitarle poder a los gobernadores, a Capriles, al pueblo, a los ciudadanos y transferírselo a la burocracia, al mandamás, al autócrata de Miraflores.
Oigan barineses, no es que ustedes, el pueblo de Barinas, y el de Mérida, y el de Apure, y el de Táchira, y el de Portuguesa (para solo hablar de los más próximos), y los de toda Venezuela, no han querido y luchado por sacar adelante a este país, a nuestro de país, sino que este gobierno no los ha dejado, Hugo Chávez no los ha dejado”.
Decir que oír estas palabras fue como llegar al momento en que un hit o un jonrón deciden en el noveno una final entre Caracas-Magallanes es poca cosa, con gorras saltando por los aires, gritos estremeciendo los cielos, rostros y cuerpos asomándose por las ventanas y terrazas de la Avenida Apure con calle 7, y músicas, y tambores, y papelillos y serpentinas en un rugido que, según un amigo que participaba en el acto, no se había oído jamás en Barinas.
 “Vi a una señora mayor arrodillada” sigue mi amigo “llorando, con un rosario en una mano y con la otra bendiciendo a Capriles, a un niño que comentaba asombrado: “Pero es un niño, un niño como yo” y muchachas y muchachos que bailaban un joropo con la letra de: “Algo está pasando”.
En otras palabras, que la auténtica “Tarde Triste” para un barinés que seguía los sucesos desde un salón del palacio de Miraflores en Caracas y a quien le habían prometido que el mitin no se llevaría a cabo “porque el pueblo revolucionario de Zamora no lo permitiría”, y que si se realizaba, no alcanzaría a terminar “porque la orden es infiltrarlo para que los cuatros gatos que estén presentes se retiren en cuanto Capriles empiece a criticarlo comanante-presidente”.
De manera que se levantó (o quiso levantarse) como un rayo, pero el dolor que le martiriza la pierna izquierda por la extirpación del psoas, lo detuvo en seco. Se sentó de nuevo y con la poca fuerza que pudo acumular dijo fuerte:
 “Entonces Adán, entonces Jorguito, entonces Diosdado, entonces Aristóbulo…¿me volvieron a engañar? Entonces, ¿ni siquiera somos capaces, no digamos de sabotear, de hacer deslucir a Capriles en un mitin en mi tierra, en mi Barinas, donde me llamó tirano, dictador y autócrata? ¿Y de dónde salieron tantos caprilistas? Porque no me irán a decir que los llevaron en camiones y autobuses. Y ¿de dónde? ¿De Maracaibo, de Guanare, de Valera, de Acarigua? Entonces, nos jodimos, porque si esos estados tienen tantos caprilistas, ya perdimos?
 “¿Y lo de Cúpira, Elías?” se volteó y se encaró con el vicepresidente que temblaba de pies a cabeza y dando la impresión de que estallaría en llanto “También me lo habían ocultado. Si no es por Capriles, no me entero. Entonces se cayó el viejo puente. Del puente a la mentira, podría llamarse esa canción. ¿Y cuántas veces no se discutió en el gabinete lo del puente de Cúpira, y la urgencia que había en repararlo y se asignaban los recursos y nunca se hizo nada. Todos los ministros de Infraestructura, Montes, Diosdado, Carrizales, tantos, ¡qué se yo¡, hablaron de reparar el viejo puente y nada. ¿Y qué será de la vida de Carrizales? Más nunca he vuelto a saber de él. Como que se lo tragó la llanura, el tremedal. Como a Lorenzo Barquero. Qué bueno es Gallegos y como hay que leerlo siempre y siempre. ¿Cuántos votos se estarán perdiendo en Cúpira diariamente? No se, pero no menos de medio millón. Na guará. Y si no es por Capriles, no me entero. De ahora en adelante, no me pierdo un solo mitin de Capriles”
Momento de enorme tensión porque, casi empujando la puerta, y sin anunciarse, entra el ministro del Interior y Justicia, Tareck El Aissami, con unos cartapacios bajo el brazo. como poseído del maligno y gritando:
 “Presidente, la última encuesta de Schemel: estamos ganando por 18 puntos. Aquí está el resumen”.
Ya Chávez ha logrado levantarse, lo rodea el anillo de seguridad que lo aísla de la gente que lo acompañó hasta ese momento, le traen un bastón en que apoyarse, se detiene, le dan “el resumen”, lo ve con un gesto de fastidio, lo tira al aire sin leerlo y mientras se aleja comenta:
 “¡Qué vergüenza¡…A dónde hemos llegado. Y qué creyendo las huevonadas de ese farsante de Schemel. ¿Cuánto nos habrá costado esta? ¿Cómo puede decir que estamos ganando por 18 puntos después de lo que he visto en mi tierra, en mi Barinas?. Algún día se dirá que esta es la más grande operación de autoengaño que se ha autoaplicado partido alguno en la historia. ¡Y qué ganando con 18 puntos¡. Tareck (se volteó) que no salga un bolívar más de la partida secreta para esos vagabundos encuestadores. El Schemel. el Campos, el Gago. Más bien deberían ir presos por estafadores Porque, está bien que nos engañe Jessi que, al fin y al cabo, fue o es un revolucionario a carta cabal, pero no esos agentes de la derecha”
Y se perdió por una puerta que sorpresivamente se abrió a su paso y que atravesó con lentitud y cuidado, como el que teme perder el equilibrio y caerse y dejando ver su estructura ancha, voluminosa y encorvada.
Ya dentro, y cuando en el salón de donde se había retirado solo reinaba la oscuridad, se seguía oyendo la voz en off: “¡Farsantes, farsantes, farsantes¡”.
manumalm912@cantv.net

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