Según sus creadores, la revolución
bolivariana llegó para quedarse. A propósito del reto electoral de octubre de
2012 su dirigencia, en la voz de Aristóbulo Istúriz, vicepresidente de la
Asamblea Nacional, insistió en el carácter “irreversible” de la revolución,
razón por la cual el Presidente Chávez debe ser reelecto “en forma contundente”
de modo de lograr la “hegemonía” política e ideológica, una vez culminada la etapa de transición hacia el socialismo.
De las palabras claves de este discurso
oficial, irreversibilidad, hegemonía y reelección, se desprende la tensión más importante
que atraviesa al
chavismo: mantener y consolidar definitivamente la revolución,
haciéndola inexorable, en un contexto que le obliga a medirse en las urnas
periódicamente corriendo el riesgo de perder lo ganado. El primer eje de esta tensión, la
irreversibilidad del proceso y su necesidad de hegemonía incontestable, orienta
claramente la perspectiva de unanimidad
social y política a la que ha aspirado el régimen en estos largos años de su
existencia. Copar todos los espacios y teñirlos de un solo color ha sido su
norte. El segundo, la inevitabilidad de la confrontación electoral
a la que está sometido gracias a la presión democrática que sobre él se ejerce,
tanto puertas adentro como puertas
afuera, le obliga a transitar el camino eleccionario, pero interponiendo toda clase de obstáculos a
sus oponentes a fin de resolver la tensión a su favor.
Ingresar a la liza electoral, enfrentar al
“enemigo” en ella y derrotarlo, constituyen barreras que
inevitablemente deben vencerse. Esta suprema necesidad explica la recurrencia, por parte del chavismo, a
mecanismos capaces de asegurar su sobrevivencia en la perspectiva de lo que, en
los últimos años, una corriente
académica ha denominado autoritarismo electoral o autoritarismo competitivo.
Este concepto ha sido diseñado para
calificar a aquellos regímenes en los cuales, a fin de contrarrestar la
posibilidad de resultados perturbadores
e inciertos, las competencias
electorales están sujetas a una manipulación
tan severa, amplia y sistemática por parte del Estado que dichos
regímenes no pueden llamarse democráticos, tal como ha sostenido Andreas
Schedler, uno de los principales exponentes de esta corriente.
Venezuela ha sido presentada por algunos
académicos que comparten este
enfoque como uno de los casos más
representativos de autoritarismo electoral. Nuestra hipótesis al respecto es
que el gobierno chavista encarna un tipo de populismo autoritario que bien
puede comprenderse como una deriva de lo que Juan Linz llamó “totalitarismo
imperfecto” (defective totalitarianism), para dar cuenta de regímenes que
constituyen una fase transitoria de un sistema político cuyo despliegue hacia
el totalitarismo ha sido impedido y tiende, por consiguiente, a convertirse en
algún otro tipo de régimen autoritario.
Pero este autoritarismo electoral no lo
aplica el chavismo sólo fuera de su patio; es decir, hacia la sociedad
venezolana, sino también en el propio. En efecto, muchos de los mecanismos de
manipulación dirigidos a controlar a la sociedad en su conjunto también están
presentes en la relación entre la dirigencia chavista y sus partidarios, en la
que no es concebible la diversidad interna. Las inevitables luchas por el poder
y los debates políticos e ideológicos internos tienen un techo insuperable: el
Presidente-comandante. Es por ello que la democracia interna del PSUV es
limitada, incompleta o inauténtica, rasgos característicos de los
autoritarismos electorales. La identificación de la crítica con la deslealtad o
la traición hace que diferir públicamente del caudillo sea extremadamente
arriesgado. La diferencia de opiniones se asimila a la traición, territorio de
fronteras difusas al que se puede llegar sin darse cuenta, y del que sólo se
regresa a costa de grandes humillaciones. Por eso los debates en el núcleo más
cercano al caudillo derivan hacia intrigas palaciegas, en las que el factor
decisivo es el acceso al “oído del Rey”; este es uno de los rasgos
“sultanistas” del régimen. En esas luchas internas, los competidores deben
conciliar el hecho de la diversidad interna con el mito de la unidad
indisoluble alrededor del líder.
A esta tensión se suma aquella entre las
demandas de participación democrática de las bases y la ambigüedad del discurso
chavista sobre la democracia representativa. Ella ha sido acusada de ser el
origen de los males del sistema político venezolano en las últimas décadas, por
lo que se le opuso la democracia “participativa y protagónica”; pero al mismo
tiempo, el régimen alega como fuente de legitimidad los numerosos procesos
electorales realizados, que en su mayoría lo han ratificado. La demanda de
participación de las bases y de celebración de elecciones justas, no
manipuladas por la dirigencia, es un tema constante en los foros de discusión
de los órganos del partido.
Un primer ejemplo de la tensión entre la
unicidad a la que aspira el proyecto y la diversidad de sus componentes es el
intento frustrado de crear al PSUV como partido único de la revolución. Poco
después de su victoria en las elecciones de 2006, Chávez anunció la creación de
dicho partido, al que convocaba a todos sus aliados a unirse, con el argumento
de que los partidos dividían al pueblo, ya que sus votos en realidad eran “de
Chávez” y no de ellos. Algunos, como Podemos, el PPT y el PCV se mostraron
reticentes a renunciar a su identidad política y organizativa; la respuesta de
Chávez fue acusar a estas organizaciones de potenciales aliados de la oposición
y por lo tanto cercanos a la traición. La posibilidad de contar con aliados
autónomos y con cierta capacidad de crítica no era imaginable. Los partidos que
se negaron a disolverse pagaron un alto precio: perdieron posiciones de poder
cuando buena parte de sus gobernadores, alcaldes y diputados desertaron para
incorporarse al PSUV.
Tanto PODEMOS como, más gradualmente, el PPT
se fueron acercando a posiciones opositoras, mientras el PCV, a pesar de las
descalificaciones y la división inducida de la que fue objeto, se mantuvo como
aliado casi incondicional, lo que le ha permitido sobrevivir. No ocurrió lo
mismo con los dos primeros, ya que al acercarse la campaña electoral de 2012 se
estimularon nuevas divisiones en ambos partidos, impulsadas por grupos
partidarios del presidente. A nadie sorprendió que el Tribunal Supremo de
Justicia decidiera a favor de estos grupos, con lo que las siglas y símbolos de
ambos partidos pasaron a engrosar la alianza electoral oficialista. Uno de los
métodos característicos de los autoritarismos competitivos, el uso de poderes
nominalmente independientes para perseguir a la oposición por medios
formalmente legales, se volcaba ahora sobre los antiguos aliados.
La meta de unificar al chavismo en un solo
partido fue lentamente abandonada. Actualmente, algunos de los pequeños
partidos que habían aceptado disolverse para integrarse al PSUV siguen
existiendo y forman parte de la nueva alianza electoral, el Gran Polo Patriótico,
pero carecen de autonomía o son irrelevantes. ¿Fue entonces el intento de crear
el partido único un fracaso para Chávez? No necesariamente, si se considera que
el resultado del proceso fue intensificar su control personal sobre el
movimiento y sus aliados, mostrarles el costo potencial de la pretensión de
autonomía, y ratificar que son imposibles “terceras vías” entre la
incondicionalidad absoluta y el pase a la oposición, es decir, a la traición.
La misma retórica utilizada para concentrar el poder frente a la sociedad se
aplicó hacia el interior del movimiento.
El presidente Chávez propuso en enero de 2011
la constitución del Gran Polo Patriótico, alianza articuladora de diversos
sectores sociales para incorporarse a la decisiva campaña electoral presidencial
de 2012. La alianza también intenta responder a algunos problemas que han
afectado la lealtad de los sectores populares hacia el partido, como el
excesivo poder de algunos dirigentes, quienes, según el mismo Chávez, imponen
“sus lealtades personales por encima de los auténticos liderazgos populares”.
El presidente aparecía como protector de las bases, pero al mismo tiempo criticaba los
procedimientos electorales internos como las elecciones primarias, a las que
atribuía el alejamiento de la cotidianidad y la separación respecto del pueblo.
Esta tendencia a buscar alternativas a las elecciones por la base fue puesta en
práctica de inmediato, al designar las autoridades partidistas por el método de
cooptación en el primer trimestre de 2011. En cuanto al GPP, el equipo promotor
encargado de la convocatoria a las bases fue designado por el presidente sin
consultas formales. Desde el inicio mismo de la promoción del GPP comenzaron a
manifestarse las tensiones. En el interior del PSUV la contradicción más
importante se manifestaba entre militantes de base y directivos del partido,
muchos de los cuales son también altos funcionarios. Si para algunos militantes
de base el Polo se vio como una nueva oportunidad de democratizar al PSUV,
haciendo suyas las palabras del presidente, estas expectativas se frustraron,
como lo muestra la desaparición del Polo en el discurso de la campaña
electoral.
Las tensiones se han podido contener hasta el
presente por la unanimidad acerca de la meta prioritaria: garantizar la reelección
de Chávez. Sin embargo, esto se hace mucho más difícil al decidir las
candidaturas para las elecciones regionales, como se pudo observar cuando el
presidente designó, en medio de un discurso, a Francisco Ameliach como
candidato a la gobernación del estado Carabobo. Algunos de los asistentes a la
concentración protestaron airadamente, ya que apoyaban a otro líder chavista,
el alcalde Rafael Lacava. La respuesta de Chávez fue característica: “Yo he
dicho Ameliach para la gobernación de Carabobo. …Ustedes verán pero por encima
de eso está Chávez el 7 de octubre, para la presidencia de Venezuela, ahí nos
jugamos la vida.”
Si bien en el PSUV y su periferia se producen
debates, denuncias, conflictos y competencias por el liderazgo, ellos
involucran sobre todo a los niveles bajos y medios, pero al llegar a la cúpula
el debate encuentra su techo en la imposibilidad de criticar a quien carga, por
ser el líder único, con la mayor responsabilidad por los aciertos y errores del
partido y del Estado. Ello hace que las tensiones y disputas que vienen
ascendiendo desde las bases adquieran, al llegar a ese nivel, un carácter
horizontal, enfrentando entre sí a facciones que, por lo demás, no están
autorizadas a tratar sus diferencias en forma pública y abierta. Esta ficción
de unanimidad bajo el manto de la lealtad absoluta al líder máximo se
encuentra, desde mediados de 2011, amenazada por la forma opaca en que se ha
manejado la información sobre su enfermedad, y sobre todo por la negativa a
considerar siquiera la hipótesis de su retiro. El dilema de los herederos
potenciales es que deben prepararse para una lucha por el poder con sus propios
compañeros sin reconocer que lo están haciendo, y en un horizonte de tiempo
indeterminado: si se adelantan pueden ser estigmatizados por el líder; pero si
esperan demasiado pueden ser superados por las intrigas más eficaces de sus
rivales. Dado este conjunto de incertidumbres, se puede prever que una eventual
ausencia definitiva de Chávez desemboque en grandes dificultades para la
gobernabilidad interna del PSUV y sus aliados, y por ende de la sociedad como
un todo.
Esta tensión entre unicidad y diversidad
puede evolucionar hacia diferentes trayectorias: una posibilidad es que el
proceso de imposición de la hegemonía del proyecto en forma irreversible siga
avanzando, aun contra la resistencia de diversos actores sociopolíticos,
gracias al uso eficiente de mecanismos como el control cada vez mayor de los
medios de comunicación, la identificación de la Fuerza Armada con el proyecto del
presidente, el manejo clientelista de la renta petrolera, y el aprovechamiento
de la identificación cuasi religiosa de amplios sectores populares con la
persona de Chávez. La otra posibilidad es que la resistencia de actores
internos y externos al movimiento, aunada al desgaste de las prácticas que
hasta ahora han sido exitosas, pueda detener o al menos frenar el avance del
proyecto hegemónico.
Posted Yesterday by Fernando Mires
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