sábado, 4 de agosto de 2012

LUIS ALFREDO RAPOZO, EL OCASO DEL EMPERADOR.

! Arde, arde Roma! Gritaba el Emperador romano Nerón ante sus allegados, que le miraban expectantes, sorprendidos por el desbordamiento de su locura. El mismo Petronio, uno de sus más cercanos asesores, con su innegable inteligencia, procuró contener esa intención desbocada del mandatario por arrasar la ciudad, quemándola por los cuatro costados.
Pero Petronio falló en su intento y se encaminó hacia el suicidio, no sin antes espetar al Emperador y decirle “que estaba loco de perinola”-en buen latín-, además de criticarle su ramplona escritura, su mala poesía, y su carencia de talento para las artes, lo cual  habían soportado por obligación en el Imperio; algo terrible sin duda para el Emperador, que tenia un ego tan grande como si estuviese por encima del bien y el mal… No es usual ver a un subordinado renunciar a su cargo y menos a la vida misma. Muchos funcionarios cometen errores y los repiten incluso, a costa del patrimonio común con el mayor desparpajo y no les pasa por la mente rendir cuentas ante la historia..
Quemar una ciudad para hacer una nueva, destruir las casas inmundas acabando incluso con la chusma paupérrima, sin importar en lo absoluto sus vidas, sentimientos y su futuro: Todo, para lograr su finalidad de construir un mundo nuevo, pasando por encima del ser humano y seguramente de la planificación Estatal. No podría sino crear el caos, entre los muertos y la ciudad arrasada, quemada, chamuscada en la noche, en el día, por horas interminables. Un verdadero desastre que tuvo sus consecuencias.
Todo imperio llega a su final-dijo alguien en algún momento-, pero primero lucha por sobrevivir al desplome -digo yo, en un momento de éxtasis poético-. Ya la gente hablaba a voces tildando de loco al Emperador y también su entorno en el Poder trataba de desmarcarse de la locura. Sin embargo, como es costumbre vieja, Nerón buscó un “chivo inocente” y culpó a los cristianos de la quema, dando cabida a una persecución mayor, llevando a esa gente al encarcelamiento;  a la muerte en la arena, bajo las fauces de las fieras. La sangre de inocentes fue derramada por días en el teatro de la muerte, dirigido por el dedo del Emperador como si fuera la mayor fiesta patronal en el llano.
La resistencia cristiana crecía ante la muerte inminente bajo las fieras. Un estoicismo ejemplar que con cánticos y oraciones ante el final, quebraban las piernas del Emperador frente a una población participativa en la conglomeración del coliseo. ¿Qué podía esperarse ante la falta de elecciones y civilidad para salir ante el desorden político? Solamente un golpe de Estado por parte de hombres provenientes de las milicias y del Senado apareció en escena, para buscar el orden y la vuelta a la cordura, a falta de otro mecanismo de cambio.
Nerón terminó desangrado después de un suicidio ayudado que puso fin a su locura y al caos perverso de su administración, devenida a menos desde las alturas del Olimpo. “Quo vadis domini” y entonces, siguió la historia y la vida.
luisrapozo@yahoo.es

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