En la sociedad moderna, a
diferencia de la tradicional, la identidad personal y la identidad social no
son la misma cosa, y por ende no existe una diferenciación grupal sino
diferentes formas de comunicación a la luz de las respectivas funciones
sociales y roles que ocupamos; propiciando que el hombre procure encontrar
refugio mental fuera de la sociedad, con entera libertad para construir su
propia identidad. En fin, identidad y sociedad se han separado y se rigen por
leyes distintas.
En la referida separación, subyace
la dificultad de hacer buen uso de la libertad para la construcción de
identidad, dificultad que se acrecienta ante las claras diferencias en el
patrimonio educativo de los integrantes de la sociedad, lo cual hace poco probable
para un alto porcentaje de la población, el hacer uso del pensamiento
divergente (información nueva, aislada cognitivamente de información previa),
base de la creatividad que facilita combinar ideas; convirtiéndose de tal
forma, en potenciales víctimas de la zanahoria retórica , muchas veces cargada
de inescrupulosas intenciones.
Es así, como tras la quiebra del
socialismo real, el marxismo se hundió en una inmensa crisis, dando paso a las
teorías comunitaristas (como si estas fueran ideologías de izquierda), en
detrimento de la libertad individual. De igual modo, y con ese derrumbe del
socialismo, la vieja izquierda ha perdido el criterio para distinguirse de sus
oponentes, pasando de: “Nosotros representamos el futuro, somos los
progresistas; los demás representan el pasado, son los reaccionarios”; para
anclarse ahora en una supuesta diferenciación moral: “Nosotros somos buenos, lo
demás son malos”(majunches, cochinos, nazis, burgueses, etc.); todo ello, como
mecanismo para intentar conducir hacia una supuesta moralización del mercado de
opiniones, en un contexto de campo de batalla; y atribuyendo los malos
resultados del proceso revolucionario a la acción de saboteadores, buscando
culpables para no tener que acusarse a sí mismos.
Al propio tiempo, asumen que
desacreditar al adversario es más importante que la oferta de una propuesta
para la elevación del bienestar general; y para ello recurren tanto al campo
moral: eres un inmoral dueño de tu conducta, como al campo cognitivo: no puede
hacerlo bien dado su bajo nivel académico, y por ende debe ser considerado un
irresponsable.
En un campo de batalla como el
descrito, es donde desean participar algunos personajes primitivos,
desconfiados y astutos (del perfil de A. Hitler), quienes ante una crisis de la
democracia y bajo el mito de la traición de los partidos políticos, procuran
hacerse del poder presentándose como idealistas y altruistas, con la subyacente
zanahoria de saber valorar correctamente el sentir del pueblo.
En tal escenario, pueden estos
personajes resultar electos presidentes, a pesar de rechazar la constitución y
la democracia, para luego convertirse en dictadores por la vía de la legalidad
que confiere una Asamblea Nacional confiscada.
En Venezuela, existe suficiente
inteligencia, creatividad y camino para impedir el advenimiento de un
totalitarismo encubierto de socialismo necesario.
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