Últimamente me he puesto a releer libros que he
atesorado muchos años. Comento dos de ellos. Uno es “Men at War”, de Ernest
Hemingway; es una selección de relatos, reseñas e historias ocurridas en
diferentes guerras, desde lo más profundo de la antigüedad hasta 1948, cuando
concluye su trabajo. Se deleita uno, por ejemplo, con “La marcha al mar”, de
Jenofonte; “Horacio en el puente”, de
Tito Livio; “Una visión personal de Waterloo”, de Stendhal, y “Bola de sebo” de
Maupassant. El otro libro es “Lend Me Your Ears”, de William Safire; es una recopilación
de los discursos más notables, por su importancia o por su belleza, también
desde la antigüedad hasta 1997. Encuentra uno el pronunciado por Pericles para
exaltar las glorias de Grecia y el panegírico de Boris Yeltsin por las víctimas
del comunismo; pero también el de Benazir Bhutto alegando que la dominación
masculina sobre las mujeres ofende al Islam y el de Malcolm X exhortando a los
afroamericanos a enfrentar la opresión blanca. También están el de Lenin
defendiendo la revolución del proletariado y el de Hitler declarando sus
intenciones guerreras. En fin, que tiene muchos de los que han marcado hitos en
el desarrollo del mundo actual.
Como un servicio a mis lectores, mientras
escribía, me metí en “Amazon” y encontré que allí todavía se puede conseguir
ambos. Advierto: como son libros que ya no se encuentran fácilmente, han subido
de precios. Pero también los ofrecen usados, más baratos.
De todos los discursos revisados, encuentro
especialmente emotivos los de Churchill. Muy buenos. Todos. No en balde con
ellos aglutinó al imperio británico y lo condujo a la victoria. Es que sir
Winston tenía una prosa que impactaba. En ella aparecían frases que pasaron al
acervo mundial. ¿Quién no sabe a qué se refiere alguien cuando habla de “la
cortina de hierro”? ¿Cuántas veces no se ha repetido aquello dicho de los
pilotos de caza que defendieron a Inglaterra de la Luftwaffe: “Nunca, en el
terreno de las luchas humanas, tantos debieron tanto a tan pocos”? ¿Y qué tal
algo que citamos de cuando en cuando: “sangre, sudor y lágrimas”. Pero que
citamos mal; lo que ofreció Churchill fue: “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”
(blood, toil, tears and sweat), en ese orden y con el “esfuerzo” agregado.
Ningún orador puede garantizar que su prosa sobreviva la erosión del tiempo.
Un truco de Churchill es la repetición: “Me
preguntan, ¿cuál es nuestro objetivo? Puedo responder con una sola palabra.
Victoria. Victoria a toda costa, victoria a pesar de todos los terrores;
victoria, sin importar lo largo y duro del camino; porque sin victoria no hay
supervivencia alguna. Que se entienda: no habrá supervivencia para el Imperio
británico, ni supervivencia para todo lo que ha defendido el Imperio británico,
ni supervivencia para la exigencia de que la humanidad avance hacia su meta”.
Otro: “Iremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y
océanos, lucharemos con más seguridad cada vez y con más fuerza en el aire,
defenderemos nuestra isla, nos cueste lo que nos cueste, lucharemos en las
playas, lucharemos en los campos y calles, lucharemos en las colinas, no nos
rendiremos jamás”.
Pero basta de discursos de guerra. Leamos parte
de un sermón pronunciado por Fulton Sheen, el obispo de Nueva York en 1941.
Creo que tiene vigencia para la Venezuela de hoy. “No existe la vida sin una
cruz. Somos libres sólo para elegir entre cruces. ¿Será la cruz de Cristo que
nos redime de nuestros pecados; o será la doble cruz (la esvástica), o la hoz y
el martillo, o las fasces? (…) Hemos querido estar libres de Dios; ahora
debemos enfrentar el peligro de ser esclavizados por un ciudadano de un país
extranjero. (…) Esta forma de vida indolente e indisciplinada nos ha robado
nuestro vigor individual y pone en peligro nuestra forma democrática de
gobierno. (…) Vivimos en una época de santos en reversa, en la cual unos
apóstoles inspirados por el espíritu maligno sobrepasan en valor a aquellos
animados por el Espíritu Santo de Dios. (…) Creo en el poder de regeneración de
América. (…) pero creo en él sólo como creo en la Resurrección: después de
haber pasado un Viernes Santo…”
Cómo me gustaría que en nuestra patria el
próximo presidente pudiera decir, como Lincoln en su segunda toma de posesión:
“Con malicia hacia ninguno, con caridad para todos, con firmeza en lo que es
correcto como Dios nos da la posibilidad de verlo, nos esforzaremos en terminar
el trabajo en el que estaremos, para curar las heridas de la nación; para
cuidar a quienes han sufrido la batalla, así como a sus viudas y sus huérfanos;
para hacer todo lo que pueda lograrse, y disfrutar de una paz justa y duradera
entre nosotros y con todas las naciones”.
hacheseijaspe@gmail.com
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