Las clases dirigentes en Venezuela sufren del síndrome del monólogo, en política este ataca con frecuencia a personas mediocres que llegan a adquirir una cuota de poder o figuración, desde allí creen dominarlo todo, se sienten inteligentes porque nadie los contradice, se sienten fuertes porque cuentan con una mayoría accidental, están convencidos que nadie se atreve a enfrentarlos por temor a represalias o porque cuentan con poder político o un "padrino" que está mandando.
Eso les basta para sentirse en las alturas y creer que a partir de ese momento todo les está permitido, con el pecho inflado piensan que llegaron para quedarse.
Desde Chávez hasta Aristóbulo, pasando por Jaua, Cilia o Maduro, desde los cargos más altos hasta el más bajo de los oscuros funcionarios, todos creyendo que, con sus constantes y cínicas declaraciones, se la están "comiendo" y que tienen a toda Venezuela a sus pies.
De esta manera cual guacamayas van repitiendo hasta el cansancio, las instrucciones estridentes que el Jefe Supremo les dicta por teléfono, con ninguna interferencia de su limitada capacidad cognoscitiva. De vez en cuando aparece el ausente y de nuevo se lanza en un interminable monólogo por Venezuela, horas y horas de un discurso tan vacío que tan solo contiene palabras.
El Capo no se ha dado cuenta todavía, que el pueblo no come cuentos y ya se cansó, no quiere más discursos, lo que necesita son realidades, no quiere más palabras vacías y se ha decidido por alguien que actúe.
Las nuevas generaciones creen en la eficiencia, en los resultados y cuando revisan nuestros índices de pobreza, de delincuencia, de pérdida de puestos de trabajo, de empresas arruinadas, el balance negativo no acepta disculpa alguna, quieren un futuro.
Por su parte las generaciones maduras esperaban encontrarse mejor que antes, casi 14 años perdidos es demasiado para pedirles que crean de nuevo.
Ese monólogo se agotó, hace años que dejó de ser un diálogo, este último precisa a dos personas o dos sectores que desean verdaderamente comunicarse, presupone la búsqueda de una concertación de criterios, de opiniones, de consenso.
El presidente-candidato se niega a confrontarse, a debatir, utilizando malabarismos idiomáticos, que solo revelan su inseguridad. Le resulta cuesta arriba enfrentar un análisis público de la realidad, de la problemática que todos sufrimos, simplemente porque sus respuestas no serían tan solo para el candidato opositor, sino porque tendrían que convencer al pueblo venezolano.
Él sabe que eso no lo puede lograr, por eso teme enfrentarse a Capriles y al pueblo, por eso afirma: "lo que tengo enfrente es la nada" y hace alusión a dirigentes desaparecidos, quienes para bien o para mal, guardan un puesto en la historia muy diferente del que conservará su gestión. En realidad lo que tiene al frente es Venezuela, pero él prefiere hablarle al país con un mensaje grabado de antemano, en el fondo siente un profundo temor a tener que explicar lo inexplicable.
Por falta de léxico y argumentos Chávez recurre al insulto, y con sus dotes de ventrílocuo logra que todas sus marionetas salgan raudas a repetir la lección.
Los que utilizan el monólogo constituyen grupos y subgrupos, unas decisiones las toman en el Consejo de Ministros y otras en las reuniones de los viernes, y continúan hablando entre ellos, eso les impide ver que se van quedando solos.
Les impide ver que dan vergüenza, por su cinismo, por su vocabulario, porque representan el atraso y personifican el nivel que la gente con ganas de superación desea dejar atrás.
Un día abrirán los ojos sorprendidos y entenderán lo que afirmaba Jacinto Benavente y Martínez.
"Dicen que me burlo de todo, me río de todo, porque me burlo de ellos y me río de ellos, y ellos creen ser todo".
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