Frívolo
y estulto, el show de la nueva cara de Bolívar es, sin embargo, reflejo de la
celada que la autocracia le ha tendido a la república. Y retrato, este sí
cabal, del intento de secuestrar el futuro de la república y arrojarlo al
pudridero donde se deleznan héroes militares que cada vez tienen menos que
decirnos
La
búsqueda de las facciones auténticas de algún personaje histórico no es nueva.
Cada cierto tiempo se anuncia una pesquisa, generalmente auspiciada por un
canal de televisión, que ha dado con el verdadero rostro de Cristo.
Es
una obvia manipulación a audiencias necesitadas de una efigie concreta para
adorar.
El
caso del Bolívar que Chávez se mandó a hacer no es muy distinto. Es un ardid
propagandístico concebido con la idea de atizar un culto cuya cosecha no
beneficiará al caraqueño sino, supuestamente, al barinés. Pero a diferencia de
Cristo, la figura del Libertador concita cada vez menos interés.
Aparte
de una minúscula comunidad de historiadores, a quién puede concernir el hecho
de que la iconografía ya asentada de Bolívar difiera en milímetros de la que
hubiera tenido en las diversas etapas de su vida. A nadie... excepto a Chávez
cuyo gobierno empleó tiempo y dinero en reclutar a expertos anatomopatólogos
para que acuñaran una versión según la cual Bolívar era negroide (y,
casualmente, muy parecido a él). Un experto del IDEA le comentó a una fuente
confiable que lo estaban presionando para que derivara esta versión de la
manipulación de los restos de Bolívar.
Acaso
fuera este empeño el verdadero móvil de la exhumación de la secuela física de
Bolívar (y no la disipación de la sospecha de envenenamiento por parte de los
antepasados de Álvaro Uribe).
Finalmente,
tras mucho dispendio y horas de cadena audiovisual, tenemos que el Bolívar del
régimen se diferencia de los retratos ya conocidos en que tiene una mandíbula
lombrosiana y una nariz más ancha de lo que cabe esperar en un hombre blanco
como lo fue Simón Bolívar. Ya este punto lo había establecido Tomás Polanco
Alcántara en su biografía: "Si bien Bolívar no tuvo en sus venas sangre de
personas étnicamente negras, recibió de los pechos de las mujeres negras el
alimento primario de la vida". Y quedó confirmado hace poco, con el
trabajo de su más reciente biógrafo, el inglés John Lynch: "Su linaje
familiar ha sido rastreado en repetidas ocasiones en búsqueda de indicios de
mestizaje racial, sin embargo, a pesar de testimonios dudosos que se remontan a
1673, los Bolívar siempre fueron blancos".
Pero
el punto no es la estampa racial de Bolívar, sino el uso que el régimen hace de
la historia de Venezuela, un relato torcido cotidianamente para que el devenir
del país no sea sino el preludio de Chávez. No por nada en periodo electoral el
candidato a la reelección permanente atiza el nacionalismo, fuerza corruptora,
como escribió la ensayista María Luz Cárdenas (Revista Bigott, Nº 53.
2000).
"Los nacionalismos parten", dice Cárdenas, "de un principio universal
según el cual todo aquello que exalta heroicamente las formas estereotipadas de
tradición nacional ídolos, semidioses políticos, reformulaciones míticas de la
historia, anecdotarios costumbristas- será moralmente bueno y útil para la
nación, mientras que todo aquello que pretenda desafiar tales líneas de
autoridad o se mueva más allá de las fronteras, es malo, perjudicial y debe ser
exterminado del mapa histórico y cultural".
Esto
es, quien no acepte semidioses políticos y los considere nefastos para la
república debe ser borrado del panorama. Es la nada y a la nada debe
condenarse.
En
el mismo texto, María Luz Cárdenas hace suyas las palabras de Marta Traba,
quien dejó dicho que el nacionalismo estrecha los límites de la visión,
"estableciendo una especie de mundo absolutorio y benévolo para con todo
aquello que obedezca a los cánones de la cultura nacional, siempre opuesta a la
confrontación, siempre mediocre, siempre parecida a sí misma y negada a
establecer diálogos y puentes con la diferencia".
Muy
grave es esta certeza en el contexto venezolano, donde la diferencia se traza,
precisamente, entre un modelo totalitario, atrasador, anulador de las
libertades individuales, violador de los derechos humanos y otro que se postula
como promotor del progreso y de la apertura al debate con otros culturas y lo
que de estas puede servir a la conveniencia del pueblo venezolano.
Frívolo
y estulto, el show de la nueva cara de Bolívar es, sin embargo, reflejo de la
celada que la autocracia le ha tendido a la república. Y retrato, este sí
cabal, del intento de secuestrar el futuro de la república y arrojarlo al
pudridero donde se deleznan héroes militares que cada vez tienen menos que
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