Si
quien escribe no estuviera informado con cierto detalle del acontecer político
de Venezuela, pensaría que Chávez arrasará en las próximas elecciones,
repitiendo -según la mayoría de las encuestas- el resultado alcanzado el año
2006, como si desde esa fecha hasta ahora no hubiera pasado nada.
Es
por lo demás la información predominante en los medios internacionales, los
cuales se limitan a reproducir encuestas como si éstas hubieran sido hechas en
el país más democrático del mundo. Cómo si en Venezuela, igual que en Holanda o
Suiza, los números se ajustaran a cierta lógica. Cómo si en la Venezuela de
Chávez nada fuera comprable ni vendible.
Pero
si la prensa internacional se diera la molestia de averiguar cómo el gobierno
de Chávez se ha apropiado de medios de comunicación, del poder judicial y -sin
tener mayoría numérica- del parlamentario, los lectores extranjeros
entenderían, como yo entiendo, que la utilización fraudulenta de encuestas cabe
estrictamente dentro de la lógica de la -por los chavistas denominada- “guerra
asimétrica en contra del imperio”.
Seamos
claros: para un gobierno que afronta cada elección de acuerdo a estrictos
criterios militares, la manipulación de encuestas forma parte de una táctica
destinada a erosionar la moral del “ejército enemigo”. Por lo tanto, lo normal
en Venezuela no es que el gobierno utilice a las encuestadoras. Anormal sería
si no lo hiciera.
Sin
embargo, al ser situada “la brecha” que separa a Chávez y Capriles por sobre el
20%, el gobierno excedió sus propios excesos. Razón por la cual algunas
empresas oficialistas han debido achicar en Julio “la brecha” en un 4% menos.
Así seguirán haciéndolo hasta llegar a Octubre, cuando endilgarán a Chávez algo
así como un 10% por sobre Capriles. Después de las elecciones afirmarán, por
supuesto, que ocurrieron “factores imprevisibles y no encuestables”. Tiene
razón Ibsen Martínez: las encuestadoras “no pegan una”.
¿Cómo
–pregunta Teodoro Petkoff – justo cuando el gobierno se encuentra peor que
nunca y la oposición mejor que nunca, las encuestas dan como ganador a Chávez
adjudicándole porcentajes tan gigantescos? ¿Cómo puede ser posible si la
tendencia de la oposición ha sido desde hace años ascendente y de pronto, sin
mediar ningún motivo, desciende abruptamente? Definitivamente, algo huele a
podrido. Y no es en Dinamarca.
En
Venezuela hay, efectivamente, dos modos de pronosticar. Uno, de acuerdo a la
lógica de las encuestas. Otro, de acuerdo a las encuestas de la lógica. Esta
última, no es casualidad, es la misma que -de acuerdo a todas las
informaciones- se vive en la calle. ¿A quién creer entonces? ¿A las encuestas o
a la lógica? Pues bien, tratándose de la Venezuela de hoy –es mi tesis- es
imposible creer en las encuestas.
¿Qué
dice la lógica y no las encuestas?
La
lógica dice que no hay ninguna razón para que el gobierno haya revertido la
tendencia que cristalizó en las elecciones parlamentarias del 2010, cuando la
oposición alcanzó el 52%. Los empresarios de encuestas argumentarán, sin duda,
que en esas elecciones el candidato no era Chávez. Mas, eso no es tan cierto.
En todas las elecciones el candidato ha sido Chávez. No ha habido elección en
Venezuela a la que Chávez no hubiera otorgado un carácter plebiscitario.
La
lógica dice que cuando hay que elegir entre un candidato enfermo y otro sano,
las tendencias se dividen. Los que creen en el chavismo como religión, votarán
por el “más allá”. Los que creen en la política, votarán por el “más acá”, es
decir, por Capriles. Por lo demás, no hay ninguna razón lógica que lleve a
concluir que un Chávez enfermo es más carismático que un Chávez sano.
Aceptando
incluso que las elecciones más que racionales son emocionales, todos los
informes de las grandes demostraciones de masas ocurridos durante la campaña
indican que precisamente la emocionalidad, el entusiasmo, el fervor, se
observan en la candidatura de Capriles. Luego, si hay una tendencia “nueva”
después de las parlamentarias, ésta debería inclinarse más a favor de la
oposición que del gobierno.
No
se trata por cierto de hacer comparaciones. Sin embargo, es posible constatar
que las condiciones en las cuales se desarrollaron las campañas presidenciales
anteriores son muy distintas a la que tienen lugar en los tiempos de Capriles.
Por de pronto, a diferencia de todas las candidaturas anti-chavistas, la de
Capriles es la primera que ha surgido respaldada por un frente político cien
por ciento unitario, con un programa común y con una dirección por todos
aceptada.
Más
aún, Capriles no fue elegido por cúpulas, sino como resultado de concurridas
primarias las que le otorgaron altísima mayoría –no vaticinada por ninguna
encuestadora, hay que reiterarlo-. Eso quiere decir: la candidatura de Capriles
posee una legitimación política que no tiene la de Chávez. Quiere decir,
además, que el impulso entusiasta que recogió Capriles en las primarias ha sido
reinvertido en su campaña presidencial. Eso se nota incluso en el hecho de que
el ayer, en la oposición numeroso, “partido de los abstencionistas”, ha dejado
prácticamente de existir. De ahí que los números que dan a Chávez la misma
votación que le permitió derrotar a Rosales, sean un insulto a la lógica.
La
lógica indica, además, que si Capriles ha sabido llegar a los pueblos y
reductos más lejanos, sumará muchísimos votos.
La
lógica dice que si Capriles apela a un discurso de reconciliación y no de
enfrentamiento -en una ciudadanía cansada de vivir en un clima
insoportablemente agresivo- sumará muchísimos votos.
La
lógica establece que si Capriles ha arrebatado a Chávez el rol de representar
al futuro y no al pasado, sumará muchísimos votos.
La
lógica muestra, en fin, que si hay una “brecha” en Venezuela, esa no existe
entre Chávez y Capriles, sino en la cabeza de los encuestadores, o mejor dicho:
entre los números que confeccionan y los todavía no conocidos que surgirán de
esa “realidad–real” que siempre escapa a toda encuesta. Afortunadamente –agrego
yo-. Si no fuera así, las elecciones estarían de más.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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