lunes, 9 de julio de 2012

BERTIE BENEGAS LYNCH, DE ESPALDAS AL MUNDO, DESDE ARGENTINA

Se suele decir con acierto que el menor o mayor grado de atropello de los gobiernos a las libertades del individuo es el resultado inversamente proporcional a la dedicación que el ciudadano le otorgó a las ideas que sientan las bases de la sociedad libre. En el momento en que la gente toma el cómodo papel de espectador y free rider del esfuerzo de otro, se cede un espacio vital ante el permanente acecho del totalitarismo. El gran prócer argentino Juan Bautista Alberdi, ya en aquella época advirtió que se había logrado la independencia de España solo para cambiar de patrón debido a que, en la práctica, pasamos a ser colonos de nuestros propios gobiernos. Lamentablemente en la época que nos toca vivir, lejos de revertir esa situación, se ha abdicado la defensa de la libertad a un grado tal que el trabajo de Alberdi y los grandes próceres de la época parece desvergonzadamente dilapidado.
Para volver a retomar la senda que llevó a la Argentina a ser un gran país a fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, es importante conocer la historia propia y la de aquellos países que gozan de prosperidad y libertad. Mucho daño se le hace a la juventud cuando se desparraman espurias historias o relatos del pasado escindidos de la verdad porque, en definitiva, son los jóvenes los protagonistas del futuro.
Uno de los aspectos sobre los cuales deberíamos meditar es el espíritu nacionalista que históricamente se ha fomentado en la Argentina y en la gran mayoría de los países latinoamericanos. Preservar el espíritu de quienes lucharon por nuestra libertad y recordar las fechas históricas, debe servir para tener siempre presente que la libertad es un don por el que hay que luchar todos los días. Sin embargo, otra cosa bien distinta es tomarse demasiado en serio términos como “patria” y “nación” que confluyen rápidamente en las discusiones acerca de jurisdicciones, territorialidad, soberanía  y otrasconsideraciones que los gobernantes hacen como si se tratara de su propiedad personal.
La exacerbación del espíritu nacionalista que considera que todo lo extranjero es malo, antagónico y una amenaza, ha sido y es vilmente explotado por los gobiernos para mantener al ciudadano con anteojeras sumisos a las políticas nacionales y lejos de las conveniencias que se presentan más allá de las fronteras. Para estos regímenes, la globalización, lejos de considerarla una oportunidad, la ven como una maldición. Algo parecido ocurre con las nuevas tecnologías, que permiten intercambios comerciales, culturales y la transferencia del conocimiento sin necesidad de trasladarse físicamente. No es raro que regímenes totalitarios califiquen dichas actividades como contra-revolucionarias e imperialistas.
La esencia del nacionalismo, tiene una raíz colectivista a partir de que requiere del aparato de la fuerza para dar identidad al vacío y frenético concepto “del ser nacional”. Los nacionalismos necesitan exaltar a la masa popular, mantenerla alejada de la racionalidad y embriagada en la idea obtusa de la autarquía. Todos deben confluir y encontrar pertenencia en el sentimiento xenófobo ya que, en este estado eufórico, la gente puede ser manipulada a voluntad de su majestad.
Una vez que se logra instalar el sentir nacional y popular, se da el zarpazo con los temas de fondo. En materia monetaria, los billetes del gobierno (resulta de mal gusto llamarlo moneda) con grabados de escarapelas, banderas y próceres, permiten a los gobernantes ocultar su propósito de verdadero falsificador legal y estafar descaradamente al ciudadano por vía de la inflación. Las incursiones en el mercado a través de empresas estatales, aumentos en la presión tributaria o la obtención de créditos internacionales, crean enormes desajustes y despilfarro de recursos, aunque para ello también se argumentan aspectos de estrategia vitales en pos del llamado proyecto nacional y la soberanía del pueblo. Para que la masa mantenga su estado de hipnosis y sea desprovista de criterio individual e independiente, de tanto en tanto, es importante inyectarle una cuota de patrioterismo con algún acto que se valga de muchos estandartes y coloridos patrios.
Una de las responsabilidades más vergonzosas del nacionalismo es haber generado espantosas guerras en todas partes del mundo con irreparables pérdidas de personas inocentes y una terrible sangría de recursos extraídos previamente de la población. Me viene a la mente una escena de Love and Death, película de Woody Allen. En ella, se ve a varios generales artífices de un conflicto armado en una alta colina, lejos de la batalla, con sus charreteras lustrosas, uniformes impecables recién planchados mientras montan corceles cuyas crines parecen recién salidas de la peluquería. Uno de ellos destaca cuan distinta se ve la batalla cuerpo a cuerpo desde ese sitio seguro.
Es difícil de entender los trasnochados motivos que puede tener quienes toman la injustificada decisión de ir a una guerra ofensiva. Además de las pérdidas humanas y económicas que cargan sobre su conciencia, deben asumir la deshonra y cobardía de no ser consecuentes con sus actos. Ellos y sus familias deberían constituir la primera línea de ataque y ser los primeros en ponerle el pecho a las balas. Otra ala del arte ha expuesto esto. Como otros músicos, el grupo de rock norteamericano Creedence Clearwater Revival ha dejado testimonio con su conocida canción Fortunate Son, o el músico inglés Roger Waters con su Bravery of being out of range.
Vinculado al comercio exterior, en el contexto argentino, es llamativa la actualidad de lo dicho por el Dr. Joaquín Reig Albiol en el marco de una conferencia ofrecida en Caracas en 1961. Decía el español: “Los corifeos gubernamentales aseveran que el alza de la moneda extranjera es consecuencia de una desfavorable balanza de pagos aprovechada, para su personal beneficio, por los especuladores internacionales. Con miras a remediar las cosas, el estado adopta medidas tendientes a restringir la demanda de divisas. Así prohíbe la importación de toda mercancía que no ha sido previamente aprobada por los órganos de la administración. Dificulta la entrada en el país de aquellos bienes oficialmente considerados superfluos. Veda el pago de principal e intereses de las deudas extranjeras. Restringe los viajes allende las fronteras. Tales medidas evidentemente nunca pueden mejorar la balanza de pagos. Reducidas las importaciones, las exportaciones parejamente disminuyen también (…)” Es así como invariablemente el gobernante echa culpas al extranjero en lugar de reconocer la falta de límite a las facultades del estado.
Las personas parecen dispuestas a intercambiar conocimiento, bienes y servicios libremente sin importar de que latitud sea su contraparte, a tomar como propias tradiciones de otras culturas, a regocijarse por un descubrimiento científico y reconocerlo como un avance para la humanidad y no solo del lugar donde circunstancialmente se desarrolló la investigación. Después que el nacionalismo ha demostrado ser un rotundo fracaso a nivel de la economía doméstica, las libertades civiles y las relaciones internacionales, solo queda preguntarse porque existe en el mundo actual una incansable insistencia de transitar hacia los mismos despeñaderos una y otra vez.  En resumen, podemos concluir que las políticas nacionalistas reducen el nivel de vida de la gente y empobrecen grandemente la cultura y el desarrollo del hombre.
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1 comentario:

  1. Te Felicito !! excelente!!!. Me imagino que debes terner parentezco con ABL (h), a quien leo desde los 20 años (ya tengo 45). Tengo 9 libros de él. Nuevamente te felicito por el artículo, escribís muy bien. Saludos, Gustavo Rodríguez Poceiro.

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