El terror social,
característica identificadora de los regímenes totalitarios, se planifica desde
el des-gobierno de Hugo Chávez casi desde el momento en que asumió las riendas
de la conducción política de Venezuela en el ahora lejanísimo 1998.
Lamentablemente es así. Se trata da un Estado forajido que se ha construido
sobre dos pilares: el odio y el miedo.
El odio es la paranoia del
rencor que genera la propaganda del Estado y que se dispersa fácilmente entre
la población cuando el Poder Ejecutivo de ese Estado controla y subsume a los
otros Poderes, y con la anuencia de aquéllos vuelve dócil a la población. En
ese escenario, el odio avanza ‘a-paso-de-vencedores’ (como gusta decir de sus
ejecutorias, el dictador Chávez) porque esa es la forma y el método de los
poderosos para mantener vigente el proceso controlentrópico en las sociedades.
Las explicaciones
socioeconómicas para significar el uso de la miseria, de la pobreza y del
analfabetismo, son fruto de una tesis ideológica que todo lo explica señalando
a otro por sus errores. En tal contra-lógica el pedófilo deja de ser el agresor
de menores para transmutarse en otra víctima de una infancia desgraciada. Se
exime al asesino de ancianas arguyendo una presunta necesidad de dinero para
alimentar a unos hijos que en la realidad tiene pero que abandonó hace años.
Los violadores de barriada se consideran los hijos de la tasa de desempleo
nacional.
Mentiras mil veces repetidas
son utilizadas como coartada para condenar al “sistema”, según la vulgata
marxista, capitalista y, como alienación sistemática. Contrario a ese
pensamiento único del odio mesiánico, que bajo la apariencia de insurrección
contra la miseria y la globalización esconde un catecismo revolucionario, lo
que en verdad se busca es derrocar al sistema democrático que le dio vida
inicial a ese totalitarismo, movilizando
ideológicamente a las masas en nombre de la raza, la nacionalidad, la clase
social e incluso a nombre de pasados y casi olvidados héroes patrios, a quienes
se les violenta su discursos y sus apologías para adecuarlos a la
‘nomenklatura’ del neo-régimen.
Así es como se cultiva el odio
social original, generando y exacerbando el apartheid socio-político como
fórmula del racismo estatal, insólitamente similar en toda su estructura al
odio racial que mantuvo su vigencia hasta muy entrada la modernidad,
representado en el terrorífico apartheid surafricano, iniciado en la Guerra de
los Boers y finalizado con la elección del Nelson Mandela a la Primera
Magistratura de Suráfrica.
Chávez y sus adláteres han
promocionado en Venezuela el chauvinismo social, la más reciente y
permanentemente actualizada construcción de los odios sociales, que se sustenta
en el odio como estrategia política de dominación y control, una estrategia que
no se contiene exclusivamente dentro de los límites de la legalidad de una
sociedad estructurada sino que va más allá pues la integración mediática de la
aldea global (internet) y el impulso sostenido a las singularidades han
generado una amenaza muy particular, la identidad colectiva, que dispara los
procesos entrópicos que amenazan el paradigma cultural del ‘estado-nación’ y
provocan que éste pierda eficacia orientadora en el conjunto social. En esos
momentos, subsumidos a una deliberada política de Estado, cuando el mecanismo
de control psico-social se vuelve incongruente, entre lo que se cree y lo que
se siente.
El miedo controlentrópico, ese
“producto pasional inducido”, es utilizado por las estructuras institucionales
de los gobiernos para reprimir y reconducir a los conglomerados sociales y para
disipar las entropías que puedan conducir en un momento dado al desarrollo de
los vórtices caóticos en la sociedad. Aunque parezca un contrasentido, el miedo
es paradójicamente uno de los sentimientos esenciales para promover el caos, y
existen al menos tres escenarios en los que el odio se transforma en disparador
caótico:
1.- Cuando los individuos
jerarquizan la identidad colectiva por encima de la identidad particular.
2.- Cuando los individuos,
rechazados o no por su entorno, asumen el rol de vengadores anónimos.
3.- Cuando las estructuras
sociales colapsan y surgen la anarquía, la desobediencia civil y el colapso
institucional, cuyas manifestaciones más conocidas son el golpe de estado y la
rebelión popular.
Cuando la controlentropía se
ejecuta en ambientes sociales ‘cerrados’, dirigidos por un líder que controla a
su vez el conjunto de subsistemas sociales y éstos responden a una visión
única, mesiánica y revolucionaria, se cierra el crecimiento social (o lo
condiciona), induce y dirige unilateralmente la economía, genera grandes
insatisfacciones en la población y desestabiliza el inconsciente colectivo,
provocando un cambio artificioso del carácter social que introduce profundas
desviaciones en el contrato social previamente convenido y consensuado que
llamamos proyecto país.
Para reafirmarse y prologar lo
más posible una situación de control y de entropía, el líder mesiánico (a
través de las instituciones gubernamentales, o de los entes formadores y
forjadores del carácter social) utiliza al miedo como generador del escenario
sobre el cual va a ejecutar, sin oposición ni controles, la segunda fase del
proceso: el sometimiento de las multitudes, previamente divididas en clases,
castas o categorías a partir del miedo precedente.
Sea cual fuere su origen o su
sistema político de gobierno, el líder mesiánico utiliza la amenaza y el miedo
como instrumento de dominación política y arma de control social. El miedo,
instrumentado y generalizado de esa forma, impulsa a los ciudadanos a obrar de
modos y maneras previstas por el régimen del líder, y asumen los ciudadanos
esas conductas para librarse de la amenaza y de la ansiedad que produce el
miedo, pues quien suscita miedo se apropia de la voluntad del otro para imponer
su voluntad en la otra persona y que aquélla ponga en práctica una de las
conductas ancestrales para disolver la angustia que produce el miedo: esta
conducta no es otra que la sumisión.
Cuando el miedo impone la
sumisión le resta autonomía decisoria al ciudadano, e incluso puede convertirle
esa sumisión en un eximente de responsabilidad, pues cuando el poder está
estrechamente relacionado con la capacidad de atemorizar, el miedo es utilizado
en las sociedades sometidas como sustituto de sus responsabilidades.
El poder no es otra cosa que la
capacidad del poderoso para conseguir que alguien se someta a su voluntad. Tal
facultad se sustenta en tres capacidades dominantes: la posibilidad de conceder
premios, la potestad para infligir castigos y la influencia para cambiar las
creencias y sentimientos de la víctima por las suyas. Pero el miedo que
sentimos los venezolanos no se circunscribe a un ‘miedo – presente’ como el que
sienten los niños ante la rubiera cometida; No, lo nuestro es un miedo más
ancestral, un miedo que se remonta a la época en que en este país vivía una
población de blancos criollos militaristas que, en los 86 años transcurridos
desde la Guerra de Independencia a la primera Gran Dictadura del Siglo XX -la del
Generalísimo Benemérito- , incrementó su presencia y su poder político de forma
desmedida, y que hoy, luego de 45 años de ejercicio democrático, regresa como
el fantasma olvidado en nuestra niñez republicana, cargado con las mismas
turbaciones y fobias, las mismas angustias y los mismos vandalismos,
avasallando como otrora, con promesas de pasado.
Se trata de un miedo
institucionalizado desde el Estado, que provoca y patrocina el desgobierno de
Hugo Chávez y que funciona desde los medios de comunicación públicos que ha
secuestrado y también desde otros, privados y comunitarios, que ha incautado,
pero que instrumentaliza con un lenguaje agresivo y una puesta en escena
provocadora de cierta violencia simulada, dentro de una representación del
poder (el término es del antropólogo George Baladier) “que no demanda disparar
los fusiles, pues mostrarlos resulta suficiente para sembrar el miedo en el
colectivo que le adversa”.
Pero como todos los fenómenos
sociales, incluso aquellos que nacen desde la controlentropía de un Estado con
gobierno totalitario, cada miedo, cada odio tiene su ‘contra’ y su agente
liberador. En los miedos sociales, el agente liberador no es otro que el
enfrentamiento. En los odios sociales el agente liberador es el diálogo. Ambos
nacen del desplante desinhibido de los ciudadanos, que paraliza y descoloca al
autócrata, porque cuando los odios se dialogan y los miedos se enfrentan se les
despoja de la doble savia que nutre al dominador: la división y la sumisión.
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