lunes, 2 de julio de 2012

ANDRÉS SIMÓN MORENO ARRECHE, ODIO Y MIEDO COMO POLÍTICAS DE ESTADO

El terror social, característica identificadora de los regímenes totalitarios, se planifica desde el des-gobierno de Hugo Chávez casi desde el momento en que asumió las riendas de la conducción política de Venezuela en el ahora lejanísimo 1998. Lamentablemente es así. Se trata da un Estado forajido que se ha construido sobre dos pilares: el odio y el miedo.

El odio es la paranoia del rencor que genera la propaganda del Estado y que se dispersa fácilmente entre la población cuando el Poder Ejecutivo de ese Estado controla y subsume a los otros Poderes, y con la anuencia de aquéllos vuelve dócil a la población. En ese escenario, el odio avanza ‘a-paso-de-vencedores’ (como gusta decir de sus ejecutorias, el dictador Chávez) porque esa es la forma y el método de los poderosos para mantener vigente el proceso controlentrópico en las sociedades.
Las explicaciones socioeconómicas para significar el uso de la miseria, de la pobreza y del analfabetismo, son fruto de una tesis ideológica que todo lo explica señalando a otro por sus errores. En tal contra-lógica el pedófilo deja de ser el agresor de menores para transmutarse en otra víctima de una infancia desgraciada. Se exime al asesino de ancianas arguyendo una presunta necesidad de dinero para alimentar a unos hijos que en la realidad tiene pero que abandonó hace años. Los violadores de barriada se consideran los hijos de la tasa de desempleo nacional.
Mentiras mil veces repetidas son utilizadas como coartada para condenar al “sistema”, según la vulgata marxista, capitalista y, como alienación sistemática. Contrario a ese pensamiento único del odio mesiánico, que bajo la apariencia de insurrección contra la miseria y la globalización esconde un catecismo revolucionario, lo que en verdad se busca es derrocar al sistema democrático que le dio vida inicial a ese totalitarismo,  movilizando ideológicamente a las masas en nombre de la raza, la nacionalidad, la clase social e incluso a nombre de pasados y casi olvidados héroes patrios, a quienes se les violenta su discursos y sus apologías para adecuarlos a la ‘nomenklatura’ del neo-régimen.
Así es como se cultiva el odio social original, generando y exacerbando el apartheid socio-político como fórmula del racismo estatal, insólitamente similar en toda su estructura al odio racial que mantuvo su vigencia hasta muy entrada la modernidad, representado en el terrorífico apartheid surafricano, iniciado en la Guerra de los Boers y finalizado con la elección del Nelson Mandela a la Primera Magistratura de Suráfrica.
Chávez y sus adláteres han promocionado en Venezuela el chauvinismo social, la más reciente y permanentemente actualizada construcción de los odios sociales, que se sustenta en el odio como estrategia política de dominación y control, una estrategia que no se contiene exclusivamente dentro de los límites de la legalidad de una sociedad estructurada sino que va más allá pues la integración mediática de la aldea global (internet) y el impulso sostenido a las singularidades han generado una amenaza muy particular, la identidad colectiva, que dispara los procesos entrópicos que amenazan el paradigma cultural del ‘estado-nación’ y provocan que éste pierda eficacia orientadora en el conjunto social. En esos momentos, subsumidos a una deliberada política de Estado, cuando el mecanismo de control psico-social se vuelve incongruente, entre lo que se cree y lo que se siente.
El miedo controlentrópico, ese “producto pasional inducido”, es utilizado por las estructuras institucionales de los gobiernos para reprimir y reconducir a los conglomerados sociales y para disipar las entropías que puedan conducir en un momento dado al desarrollo de los vórtices caóticos en la sociedad. Aunque parezca un contrasentido, el miedo es paradójicamente uno de los sentimientos esenciales para promover el caos, y existen al menos tres escenarios en los que el odio se transforma en disparador caótico:
1.- Cuando los individuos jerarquizan la identidad colectiva por encima de la identidad particular.
2.- Cuando los individuos, rechazados o no por su entorno, asumen el rol de vengadores anónimos.
3.- Cuando las estructuras sociales colapsan y surgen la anarquía, la desobediencia civil y el colapso institucional, cuyas manifestaciones más conocidas son el golpe de estado y la rebelión popular.
Cuando la controlentropía se ejecuta en ambientes sociales ‘cerrados’, dirigidos por un líder que controla a su vez el conjunto de subsistemas sociales y éstos responden a una visión única, mesiánica y revolucionaria, se cierra el crecimiento social (o lo condiciona), induce y dirige unilateralmente la economía, genera grandes insatisfacciones en la población y desestabiliza el inconsciente colectivo, provocando un cambio artificioso del carácter social que introduce profundas desviaciones en el contrato social previamente convenido y consensuado que llamamos proyecto país.
Para reafirmarse y prologar lo más posible una situación de control y de entropía, el líder mesiánico (a través de las instituciones gubernamentales, o de los entes formadores y forjadores del carácter social) utiliza al miedo como generador del escenario sobre el cual va a ejecutar, sin oposición ni controles, la segunda fase del proceso: el sometimiento de las multitudes, previamente divididas en clases, castas o categorías a partir del miedo precedente.
Sea cual fuere su origen o su sistema político de gobierno, el líder mesiánico utiliza la amenaza y el miedo como instrumento de dominación política y arma de control social. El miedo, instrumentado y generalizado de esa forma, impulsa a los ciudadanos a obrar de modos y maneras previstas por el régimen del líder, y asumen los ciudadanos esas conductas para librarse de la amenaza y de la ansiedad que produce el miedo, pues quien suscita miedo se apropia de la voluntad del otro para imponer su voluntad en la otra persona y que aquélla ponga en práctica una de las conductas ancestrales para disolver la angustia que produce el miedo: esta conducta no es otra que la sumisión.
Cuando el miedo impone la sumisión le resta autonomía decisoria al ciudadano, e incluso puede convertirle esa sumisión en un eximente de responsabilidad, pues cuando el poder está estrechamente relacionado con la capacidad de atemorizar, el miedo es utilizado en las sociedades sometidas como sustituto de sus responsabilidades.
El poder no es otra cosa que la capacidad del poderoso para conseguir que alguien se someta a su voluntad. Tal facultad se sustenta en tres capacidades dominantes: la posibilidad de conceder premios, la potestad para infligir castigos y la influencia para cambiar las creencias y sentimientos de la víctima por las suyas. Pero el miedo que sentimos los venezolanos no se circunscribe a un ‘miedo – presente’ como el que sienten los niños ante la rubiera cometida; No, lo nuestro es un miedo más ancestral, un miedo que se remonta a la época en que en este país vivía una población de blancos criollos militaristas que, en los 86 años transcurridos desde la Guerra de Independencia a la primera Gran Dictadura del Siglo XX -la del Generalísimo Benemérito- , incrementó su presencia y su poder político de forma desmedida, y que hoy, luego de 45 años de ejercicio democrático, regresa como el fantasma olvidado en nuestra niñez republicana, cargado con las mismas turbaciones y fobias, las mismas angustias y los mismos vandalismos, avasallando como otrora, con promesas de pasado.
Se trata de un miedo institucionalizado desde el Estado, que provoca y patrocina el desgobierno de Hugo Chávez y que funciona desde los medios de comunicación públicos que ha secuestrado y también desde otros, privados y comunitarios, que ha incautado, pero que instrumentaliza con un lenguaje agresivo y una puesta en escena provocadora de cierta violencia simulada, dentro de una representación del poder (el término es del antropólogo George Baladier) “que no demanda disparar los fusiles, pues mostrarlos resulta suficiente para sembrar el miedo en el colectivo que le adversa”.
Pero como todos los fenómenos sociales, incluso aquellos que nacen desde la controlentropía de un Estado con gobierno totalitario, cada miedo, cada odio tiene su ‘contra’ y su agente liberador. En los miedos sociales, el agente liberador no es otro que el enfrentamiento. En los odios sociales el agente liberador es el diálogo. Ambos nacen del desplante desinhibido de los ciudadanos, que paraliza y descoloca al autócrata, porque cuando los odios se dialogan y los miedos se enfrentan se les despoja de la doble savia que nutre al dominador: la división y la sumisión.

andresmorenoarreche@gmail.com

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