Estimo que nada ha influido más sobre el corazón del mundo moderno que los escritos de Antonio Gramsci y su consiguiente estrategia. Desafortunadamente, muchos son los que se quejan de los sucesos del momento, pero muy pocos los que contribuyen a revertir la situación mediante el estudio y la difusión de los principios y valores sobre los que descansa una sociedad abierta.
En la colección de sus escritos reunida en el libro La ciudad futura , Gramsci apunta: “Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿hubiera ocurrido lo que pasó? [?] Odio a los indiferentes porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas de cada uno de ellos por como ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y, sobre todo, por lo que no ha hecho”.
Desde la perspectiva liberal (y desde muchas otras), todo ser humano está interesado en que se lo respete; ergo, todos (cada uno) tenemos la responsabilidad ineludible e indelegable de contribuir a explicarnos y a explicar los fundamentos de una sociedad en la que prevalezca el respeto recíproco. Es irrelevante a qué nos dediquemos en la vida; esta faena no es tarea sólo de filósofos, sino también de quienes se dedican a la danza, la pintura, el derecho, la economía, la mecánica o la literatura. Todos necesitamos para sobrevivir el cuidado y la garantía de nuestras autonomías individuales.
Antonio Gramsci era marxista; en consecuencia, no consideraba el resguardo de la propiedad de cada cual como parte del respeto recíproco (Marx y Engels consignaron que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta expresión: abolición de la propiedad privada”). Pero el pensamiento citado más arriba ilustra los esfuerzos realizados en pos de un ideal, el ideal del colectivismo, que ha desembocado en los atropellos más brutales a los derechos de las personas. Debido a las enseñanzas gramscianas, estas ideas son las que de un tiempo a esta parte han tenido mayor éxito en el llamado mundo libre. El eje central de Gramsci puede resumirse en su frase: “Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura”. A esto se refiere el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek cuando escribe en Intellectuals and Socialism que los liberales deben tomar como ejemplo las permanentes y persistentes tareas educativas de los socialistas. Ese fue el sentido de la insistente proclama de los Padres Fundadores en los Estados Unidos, en cuanto a que “el precio de la libertad estriba en su eterna vigilancia”.
Los apurados de siempre pretenden buscar atajos y coartadas que no existen y, para no proceder en consecuencia, se escudan en el lugar común de sostener que “la educación es a largo plazo”, sin percatarse de que se han dejado vencer infinidad de plazos y que como ha dicho Mao Tsé-tung, “la marcha más larga comienza con el primer paso”. El asunto no es endosar la responsabilidad a otros, se trate de la llamada oposición o de políticos en el Ejecutivo, sino de preguntarse qué hace uno todos los días para contribuir con un granito de arena a despejar telarañas mentales.
Gramsci sugiere el establecimiento de una contrahegemonía cultural que nazca del proletariado (cosa en la que Lenin descreía y los hechos le dieron una y otra vez la razón) al efecto de arremeter contra la educación burguesa (una intelligentsia “orgánica” para oponerse a la tradicional). En otros términos, influir sobre la cultura (“guerra de posición”) para tomar el poder (“guerra de momento”), lo cual no significaba adherir a todo lo dicho por Marx; por ejemplo, en La Revolución contra Das Kapital , Gramsci sostenía que la sublevación de octubre demostró que no es necesario esperar la maduración del capitalismo para establecer el socialismo.
En la selección de trabajos de Gramsci publicados con el título de Los intelectuales y la organización de la cultura , el autor se detiene a considerar en detalle las estrategias de penetración en revistas, periódicos, centros de estudio, bibliotecas populares, escuelas, universidades y academias en el contexto de referencias históricas y del análisis de diferentes tipos de audiencias y lectores, para concluir que lo que existe refleja “cementerios de la cultura” y que “el objetivo es obtener una centralización de la cultura y un impulso de la cultura nacional”. Y en los ensayos recopilados en Antología , escritos la mayor parte desde la cárcel fascista y muchas veces entre vómitos de sangre debido a su precaria salud, Gramsci alienta a los revolucionarios de todos las épocas, y manifiesta: “Es en verdad admirable la lucha que lleva la humanidad desde tiempos inmemoriales, lucha incesante con la que se esfuerza por arrancar y desgarrar todas las ataduras”.
La mayor parte de mis amigos que han abandonado el socialismo para abrazar el liberalismo confiesan que uno de sus autores favoritos era precisamente Antonio Gramsci, puesto que sin bombas ni metralletas aconsejaba el recorrido cultural y educativo como el arma más potente para implementar el socialismo. Paradójicamente, las recetas de quien sufriera las persecuciones y encierros de Mussolini se han convertido de hecho en políticas fascistas por doquier. Esto es, en lugar de seguir el camino más directo de expropiar la propiedad de modo completo, se opta por permitir el registro a nombre de particulares, pero el aparato estatal usa y dispone del flujo de fondos.
La misma paradoja se presenta en el ahora célebre panfleto de Stéphane Hessel que sirve de base a los “indignados” del mundo: el autor fue apresado por los criminales de la Gestapo y escapó milagrosamente de Buchenwald y, sin embargo, aconseja el programa económico de sus captores nacional-socialistas; es decir, el férreo control y administración de las empresas más relevantes por parte de los gobiernos.
Es a raíz de influencias de este tipo que los “indignados” piden más de lo mismo, a pesar de que un Leviatán elefantiásico les succiona el fruto de sus trabajos y además se endeuda de modo astronómico, establece presiones tributarias crecientes, impone regulaciones asfixiantes, revela déficits alarmantes, alienta sistemas bancarios insolventes, promueve legislación que expulsa del mercado a los que más necesitan trabajar y, como si esto fuera poco, financia a manos llenas con recursos de otros a empresarios irresponsables, ineptos o las dos cosas al mismo tiempo.
Ya escribí antes en estas mismas columnas un extenso artículo en el que mostraba el íntimo parentesco entre “derechas” e “izquierdas” y su común odio al liberalismo (y no digo “neoliberalismo”, puesto que se trata de una etiqueta que ningún intelectual serio de esta época asume).
Tal vez el meollo de la cuestión resida en la incomprensión respecto de las causas de las condiciones de vida de la gente. Se trata de contar con marcos institucionales civilizados, es decir, respetuosos del derecho de todos. Esto significa descartar los discursos de pretendidos brujos que compiten desde los más variados flancos para manejar a su antojo las vidas y las haciendas de los demás. Por eso es que Juan Bautista Alberdi, al referirse a nuestra Constitución fundadora, subrayaba que “no basta reconocer la propiedad como derecho inviolable. Ella puede ser respetada en su principio y desconocida y atacada en lo que tiene de más precioso: en el uso y disponibilidad de sus ventajas [?] El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado en nombre de la utilidad pública”.
Esos marcos institucionales permiten atraer inversiones que hacen de apoyo logístico al trabajador para elevar su productividad. No es lo mismo arar con las uñas que hacerlo con un tractor, y no es lo mismo pescar a cascotazos que hacerlo con una red. Los salarios no son más altos en Canadá que en Angola debido a la generosidad de los empleadores canadienses, sino a que están obligados a pagar sumas mayores como consecuencia de las mayores tasas de capitalización.
Por último, y sin pretender que con este artículo periodístico se agoten los innumerables temas respecto al debate socialismo-liberalismo, resulta de interés destacar que, en un mercado abierto, la tendencia al igualitarismo crematístico atenta contra el nivel de vida de los más necesitados, puesto que los factores de producción se asignan allí donde se atiende mejor la demanda. En esta línea argumental, el que da en la tecla obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos. Este cuadro de situación queda por completo distorsionado cuando los amigos del poder hacen negocios en los despachos oficiales, en cuyo caso los patrimonios resultantes son fruto de una gravísima explotación a los consumidores.
Fuente: La Nacion (Argentina)
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