Decía Cabrujas que Venezuela no
es un país sino una masa inerte de insensateces donde todo tipo de locura es
posible. José Ignacio tenía razón. Para muestra el botón que un enfermo grave se atreva a aspirar a
otro período presidencial, mostrando ya a la luz pública y con desparpajo
cuánta irresponsabilidad habita en su mente y en su alma. A nadie sino a un
irresponsable se le puede ocurrir semejante muestra de egotismo. Creyéndose
Prometeo, se inscribe en el CNE el último día. Metáfora de un gobierno que,
como los estudiantes de "diez es nota y lo demás es lujo", todo lo
deja para última hora.
Empero, ¡cuánto ha cambiado el cuento! Ni con todo el enorme poder mediático pagado con dinero de los venezolanos, el Gobierno ha conseguido opacar en la mente de los electores el impacto de la marejada de gente que acompañó la inscripción de un joven que se presenta con la sinceridad y la sencillez de quien no ofende con imposiciones ni delirios de grandeza, un joven progresista que entiende que el pueblo se cansó de distancias y quiere cercanías, un joven que no se presenta con la cursilerías épicas del patrioterismo ramplón sino con una inteligente agenda de trabajo, que atiende los verdaderos problemas del pueblo, para que la nación vejada pueda reivindicarse y se termine el guión derrotista. Ese joven presenta su oferta y cambia el guión de la política.
Cuesta encontrar la palabra
adecuada. Fue luz. Eso, luz; sentir que un país en penumbras encendió
luminarias. Esa luz no proviene de ese joven, sino de la gente. Pero el joven
puso en "on" el switche. Ese
joven rompió con todos los esquemas: no fue presentado por un político; no hizo
un discurso largo; cambió la narrativa en un país harto de regaños, de gritos,
de estúpida palabrería, de cursi patrioterismo, de héroes de pacotilla.
Venezuela pudo tener al fin una noche de dormir sobre un colchón de entusiasmo,
en una cama vestida con lencería de esperanza y un despertar con una sonrisa imborrable, luego
de un "gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras de la calle antes
a oscuras y hoy sembrada de bombillas".
Cada 30 minutos muere un
venezolano. La inflación no sólo es la más alta del continente sino que hiere
los bolsillos de todos los venezolanos. La devaluación de todos nuestros
haberes es una realidad. Todo lo que tenemos y que habíamos logrado con el
esfuerzo y el trabajo cada día se deprecia. El capital de cualquier familia
decente y honesta se ha mermado. Un Estado inmoralmente magnate deglute los
dineros de un pueblo que cada día es más pobre. La corrupción es simplemente
nauseabunda y apesta en todo el país. El
aparato productivo, industrial y comercial, está en el subsuelo. Venezuela está
endeudada hasta los tuétanos y resulta que sin comer ni beber del festín, todos
tenemos sobre nuestras espaldas la mayor deuda pública de toda nuestra
historia. El sistema de salud pasó de precario a hundido en la miseria y los
enfermos mueren de mengua. Alrededor de un millón de venezolanos, en su mayoría
jóvenes, han emigrado para intentar conseguir las oportunidades de progreso que
en su país les fueron negadas. Eso es talento nacional perdido. Tenemos una
economía fundamentada en la importación. El 80% de lo que nos comemos y bebemos
no se produce en Venezuela sino en otros países, a los cuales les pagamos esos
bienes a precios exorbitantes que incluyen gruesas comisiones y coimas. Los
números sobre empleo son una farsa, una tormentosa y magna mentira. En el país
llamado potencia energética, millones cocinan con leña en ranchos que cobijan
pobreza.
Con todo y eso, la oferta del
candidato presidente nada tiene que ver con los sufrimientos de la gente. El
pueblo no existe, no es el centro ni el
objetivo. En su discurso habla de sí mismo, de poder, de unidad de su partido
sumergido en traiciones intestinas, de independencia colonial, como si
estuviéramos en el siglo de las guerras emancipadoras hispanoamericanas. Una
agenda que lo pone a él de primero, que gira en torno a él; la agenda de un
hombre pagado de sí mismo a quien la patria poco le importa aunque llene horas
declamando gestas. La de él es una agenda del pasado. Porque él es el pasado.
Angustia que millones de
venezolanos puedan ser todavía timados, engañados en su buena fe, conducidos
como ratas por un criollo flautista de Hamelin al despeñadero del fracaso
social y personal. El triunfo de ese hombre ajado y enfermo, insólitamente, es
posible, aunque ganare las elecciones por un muy estrecho margen.
La otra posibilidad es un
pueblo que despierte de esta pesadilla y vote de manera contundente por el
"flaquito", dándole así un triunfo por más un millón de votos, no a
un hombre sino a la esperanza y al futuro. Eso también es posible y tenemos por
delante el desafío de convertir la posibilidad en probabilidad e inmediatamente
de probabilidad en realidad. Debemos sacudir la conciencia de los venezolanos y
entender que lo contrario sería el suicidio de toda una generación. Tomemos
entonces la decisión correcta, la de construir el futuro con lo mejor que somos
y tenemos, construir con lo que no pudo destruir, construir con lo que el
viento no se llevó.
smorillobelloso@gmail.com
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