Este es el texto del discurso
que Mary Anastasia O'Grady dio el 16 de marzo de 2012 en el evento Perspectivas
de Políticas Públicas 2012, organizado por el Cato Institute.
Muchos de ustedes sin duda
están preguntándose qué posiblemente podría América Latina enseñarle a EE.UU.
—dada nuestra fuerte Constitución, mercados abiertos, un poder federal
limitado, y un banco central independiente (nada de mofas, por favor). Yo solía
pensar así. Pero, en los últimos años, he visto una serie de similitudes
alarmantes entre este país y nuestros vecinos del sur. Por supuesto que
aquellos paralelismos no comenzaron con este presidente, pero definitivamente
se han acentuado bajo la actual administración.
La explicación de moda para el
subdesarrollo de América Latina ha sido la corrupción, la falta de educación,
una infraestructura deficiente y —mi explicación favorita— la escasez de
dinero. Pero estos son síntomas de malas políticas, las cuales resumo como las
Tres P's de la Pobreza: Populismo, proteccionismo y prohibición. Nuestros
desafíos son, ¿Cómo podemos evitar que nuestros políticos nos hagan
dependientes del gobierno? ¿Cómo mantenemos los mercados abiertos? ¿Cómo
cambiamos las leyes sobre las drogas de forma que prevengan que el crimen
organizado reemplace a las instituciones democráticas?
Sin embargo, estoy cada vez más
convencida de que, al igual que la corrupción y la mala infraestructura son
productos derivados de las Tres P's, las Tres P's son también producto de algo
más. La fuente de nuestros problemas económicos —tanto en América Latina como
EE.UU. — es, creo yo, mucho más fundamental.
Considere dos simples
observaciones. Primero, tomando prestado un principio fundamental del Instituto
Cato, las ideas importan. Para ser más específica, aquellas ideas que
prevalecen en la sociedad como legítimas son lo que importa. Y en segundo
lugar, sin un espíritu emprendedor es imposible que una sociedad alcance la
prosperidad.
Mirando más allá de los
desafíos inmediatos de las políticas en América Latina, se vuelve evidente que
son las ideas de la academia —y más ampliamente, de los intelectuales— las que
han jugado el papel más importante en desalentar el espíritu emprendedor en
América Latina durante el último siglo. Ideas hostiles a la actividad
empresarial no son solo parte de la cultura popular, sino que están enraizadas
en las instituciones elementales de estos países.
En su esencia, estas ideas
sostienen que las ganancias son moralmente sospechosas y que la propiedad
privada no está justificada, y son estas ideas las que obstaculizan directamente
la prosperidad para cientos de millones de latinoamericanos.
¿Cómo sucedió esto? Como John
Maynard Keynes escribió, "Las ideas de los economistas y los filósofos
políticos, tanto cuando están en lo correcto como cuando no, son más poderosas
de lo que comúnmente se entiende. En realidad, el mundo está gobernado por poco
más. Los hombres prácticos que se creen totalmente exentos de cualquier
influencia intelectual son por lo general esclavos de algún economista difunto.
Los locos con autoridad" —no mencionaremos nombres— "que escuchan
voces en el aire destilan su frenesí de algún escritorzuelo académico de
algunos años atrás. Estoy seguro que el poder de los intereses creados es muy
exagerado en comparación con la penetración gradual de las ideas". Esta es
una verdad que América Latina no entendió hasta que fue demasiado tarde —y así
es como nosotros lo haremos también si no hacemos hincapié en una defensa moral
del mercado. Los latinoamericanos, por supuesto, no tienen problemas con ser
emprendedores. Los que migran a EE.UU. tienen un largo historial de crear sus
propios negocios una vez que llegan. Así que, ¿por qué no muestran estas mismas
habilidades en casa? Creo que esto se debe a que las ideas que han dominado la
región durante el siglo pasado han sido hostiles a la iniciativa empresarial.
En un nuevo libro titulado
Redentores: Ideas y poder en América Latina, en el que el historiador mexicano
Enrique Krauze perfila a doce individuos a quienes considera que representan
las principales ideas políticas en la región desde mediados del siglo XIX hasta
el siglo XX. Comienza con José Martí y termina con Hugo Chávez —y a lo largo
incluye los perfiles de Eva Perón, Che Guevara, Octavio Paz, Gabriel García
Márquez y el obispo Samuel Ruiz, entre otros. Estas personas, afirma Krauze,
fueron los que sembraron las principales ideas políticas durante este período.
Y estas ideas se enfocaron en la hostilidad hacia el individualismo. El
colectivismo, la igualdad económica, y la socialización del riesgo fueron los temas
seleccionados por la filosofía política —y fue la difusión de estas ideas lo
que moldeó las normas y valores de sus respectivos países. Ni un solo nombre en
esta lista, por cierto, es un empresario. Debería agregar que Krauze también
incluye a Mario Vargas Llosa en el grupo. Él no es un colectivista pero es la
excepción a la regla.
El poder de las ideas fue
ampliamente entendido entre los intelectuales de izquierda durante todo el
siglo XX. Se propusieron conseguir el control de la academia y lo lograron.
Considere a Venezuela, donde la izquierda obtuvo el control total de las
universidades y en las aulas surgió una nueva narrativa. Le dio la autoridad
moral al Estado y denunció al mercado como inmoral. Venezuela está cosechando
los frutos de ese adoctrinamiento en la actualidad. Millones de estudiantes
latinoamericanos alrededor de la región han sido marinados en el mismo guiso.
Esta perspectiva —que la redistribución del gobierno es la fuente de justicia y
que el mercado es avaro y lleno de fracaso— ha tenido un profundo efecto en el
clima político y económico de la región.
Hoy en día, las ideas del Che
Guevara y de Eva Perón han sido desacreditadas. Los socialistas modernos
—aquellos que rechazan al comunismo y al fascismo pero apoyan alguna otra forma
de colectivismo— no atacan a la empresa privada de frente. Eso sería suicida
porque el mercado ha creado tanta prosperidad. Ellos, por lo tanto, enfatizan
no la riqueza de las naciones, sino la inmoralidad de la desigualdad. Esto,
para los socialistas, es la parte más vulnerable del mercado.
En sociedades donde la
moralidad del mercado es comprensible, defendida vigorosamente e impartida a
las mentes jóvenes, a la ética del colectivismo no le va muy bien. Pero América
Latina muestra lo que puede suceder cuando el mercado no es defendido. Incluso
en una sociedad que ha logrado ganancias económicas mediante la adopción de
políticas de libre mercado, si la población no está convencida de la
legitimidad del mercado, intentará destruir lo que ha alcanzado.
Considere el caso de Chile,
donde desde el año pasado los estudiantes se han desbocado por las calles,
haciendo todo tipo de demandas a su gobierno, y acusando a aquellos que no
ceden de ser inmorales. La tragedia es que el establishment del país —incluyendo
al presidente— no ha sido capaz de presentar una defensa firme. Esto ocurre en
Chile, el único lugar en la región que ha reducido la pobreza de manera
realmente significativa. Debemos estar agradecidos con académicos como José
Piñera, quienes han llevado la antorcha de la libertad a Chile. Pero el hecho
es que mientras los chilenos son beneficiaros del sistema de mercado, no
parecen convencidos de la moralidad de la propiedad privada —y de los
diferentes resultados.
Fuera de Chile, las cosas son
aún peores. En la mayor parte de la región, la idea de que la igualdad es la
meta fundamental fue transmitida desde las universidades y consagrada en las
mismas constituciones. Las constituciones latinoamericanas son de cientos de
páginas. Tienen objetivos como garantizar el desarrollo nacional, la
erradicación de la pobreza y la protección del patrimonio cultural. La
Constitución de Brasil de 1988 establece derechos constitucionales para todo,
desde la educación a la salud. Garantiza salarios mínimos, bonos de fin de año
y vacaciones pagadas. La sección dedicada al deporte especifica que "el
gobierno incentivará el ocio como una forma de promoción social".
Por supuesto, ¿quién podría
oponerse si la meta principal es igualar al niño pobre con el empresario rico?
El problema con una constitución que garantiza la igualdad de resultados es que
no puede proteger los derechos individuales. Le da al gobierno no solo el
poder, sino la obligación de utilizar la coerción hacia ese fin. El problema
fundamental con el desarrollo de América Latina es la falta de libertad que
emana de los mandatos constitucionales, los cuales se inmiscuyen en cada
aspecto la acción humana.
Lo que estoy describiendo se
origina en la clase intelectual, por supuesto, pero muchas de estas malas ideas
en América Latina ganaron influencia porque la clase empresarial las ha
apoyado. La Constitución venezolana de 1961 fue, en su mayor parte, un
documento bastante sólido. Pero las facciones, como las hubiese llamado James
Madison, comenzaron a desarticularla. La clase empresarial jugó un papel clave.
El periodista venezolano Carlos
Ball describió el proceso así: "Muchos en la comunidad de negocios no se
rebelaron contra la creciente intromisión del Estado porque vieron que era más
fácil convencer a un ministro del gabinete que a un mercado de consumidores.
Nunca olvidaré ver a empresarios venezolanos celebrando la nacionalización de
las compañías petroleras extranjeras, sin darse cuenta que pronto los políticos
irían tras ellos con más controles, regulaciones e impuestos".
La lección es que cuando el
Estado se apodera de la autoridad moral en materia de decisiones personales, no
hay fin a las medidas que tomará para restringir la libertad en el nombre de la
justicia social. Nuestros vecinos del sur lo han demostrado. Usted puede pensar
que esto no puede suceder en EE.UU. Desafortunadamente, yo estoy muy lejos de
estar convencida.
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