Fernando Lugo ha tenido una Presidencia amarga: el ex obispo que puso fin a 61 años de Gobierno "colorado" en Paraguay padeció y combatió al cáncer, se vio envuelto en sucesivos escándalos de paternidad y fue destituido hoy tras ser considerado "culpable" de mal desempeño de sus funciones.
La destitución constitucional del presidente paraguayo, el ex
obispo Fernando Lugo, una vez ocurrida la masacre de 11 campesinos y 6
policías, y el posterior desconocimiento por la UNASUR de la autoridad del
Congreso y del presidente interino de dicho país - el actual Vicepresidente de
la República, Federico Franco - desnuda a campo abierto el entendimiento falaz
que acerca de la democracia tienen los actuales gobernantes de América Latina.
La suponen como derecho propio e individual - immune a los controles - y jamás
derecho colectivo de sus pueblos que ellos deben garantizar, respetando los
balances institucionales y acatando el Estado de Derecho, según reza la Carta
Democrática Interamericana.
Todos a uno de dichos gobernantes, incluso por omisión o
silencio, son discípulos indiscutibles del Eje La Habana-Caracas. Ellos
predican o toleran la intangibilidad y perpetuidad de los presidentes, pues se
aprecian a sí como encarnaciones vivas del todo, autorizados para disponer
sobre el resto de los poderes públicos constituidos y la misma sociedad que los
elige.
La presidenta brasileña Dilma Rouseff - aprendiz de Emperatriz
regional - se les suma al rompe. Se anticipa entusiasta a protestar el desempeño
del colegiado parlamentario reunido en Asunción, que es expresión auténtica de
la soberanía popular y cuenta con igual legitimidad de origen a la del
presidente destituido. No espera la deliberación serena de la comunidad
internacional, misma ponderación que reclama, paradojicamente, de los
legisladores paraguayos. Pero avanza su opinión. Lo hace por la misma razón que
en el pasado esgrime la Casa Blanca al cohonestar a las dictaduras militares:
el beneficio económico que le significa el statu quo de los vecinos, a costa
incluso de sus libertades ciudadanas y los balances de poder que demanda toda
democracia verdadera, a secas, sin adjetivos. Aplaude hacia afuera lo que sus
compatriotas y el mismo parlamento brasileño no le aceptarían puertas adentro.
Ya Lula da Silva, por ende, declara antes que el soldado Hugo Chávez es el
mejor presidente que haya tenido su país, a pesar de que los organismos
multilaterales le señalan de colusión con el narcoterrorismo y el uso del Poder
Judicial para perseguir a sus adversarios políticos y económicos.
Cuando recién la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
observa la conducta del ecuatoriano Rafael Correa, quien maniata a la prensa
independiente a través de jueces incondicionales, o cuando emite severos
dictámenes contra el Estado venezolano bajo cuya autoridad mueren víctimas de
homicidios, cada año, más de 18.000 ciudadanos, los patriarcas de la UNASUR -
cuyo secretario es un ex ministro de Chávez - no obstante amenazan con
retirarse del Sistema de Derechos Humanos. Y el argumento no se hace esperar.
Apelan a la impermeabilidad de la soberanía nacional, ajena
según ellos a la vigilancia supranacional de "sus" democracias. Tanto
que, en ese orden, los países del Eje citado, aprovechando la indiferencia -
cabe repetirlo - de los pocos gobiernos relativamente democráticos que
sobreviven en la región - entre éstos México, Chile, Colombia o el Uruguay -
cada día que pasa se ocupan de castrar a la OEA y anular sus funciones de
seguridad colectiva democrática. !Y es que la Carta Democrática Interamericana
transforma al organismo multilateral, de hecho, en una inconveniente junta de
instituciones democráticas y sociedades, dejando de ser el sindicato patronal
de los gobernantes.
Basta, pues, que los contrapesos constitucionales operen
regularmente en alguna de tales naciones, amenazando la permanencia de sus
presidentes, para que éstos reaccionen en comandita, como una suerte de Santa
Alianza que les cuida los empleos y prosterna, eso sí, los derechos y
libertades de sus gobernados.
El asunto es grave y habla mal de la madurez democrática de
América Latina, presa de sus tradiciones militaristas desde la hora de la
Independencia y a contrapelo del ideario civil que es fundamento del movimiento
emancipador hacia 1810. A los gendarmes militares - "necesarios" en
patrias bobas urgidas de mesías y traficantes de ilusiones, de padres buenos a
tenor de la sociología de Laureano Vallenilla Lanz - hoy les siguen, con la
excepcion de Caracas, los gendarmes de faldas o trajes de paisano, pero
gendarmes al fin y al cabo.
Unos y otros, otra vez con sus excepciones contadas, una vez
juramentados y al margen de las Constituciones que juran procuran sustituirlas
para asegurarse el dominio total sobre los órganos del Estado o debilitarlos a
un punto tal de hacerlos inermes, con detrimento de quienes no los votan y con
vistas al ejercicio perpetuo del poder; que sólo ceden en beneficio de las
esposas o los hijos cuando no prefieren morir sin testamento.
En cuanto a Cristina Kirchner, sucesora de su clan, mientras
cuenta con el apoyo de la fuerza laboral que conduce Hugo Moyano todo esta
bien; pero cuando éste disiente y ahora protesta democráticamente contra la
presidenta, lo acusa de golpista y destituyente; del mismo modo en que Chávez,
desde Caracas, asume cualquier oposición a su régimen hegemónico y militarista
como práctica insurreccional o traición a la patria. Correa, a su turno, al
toparse con la protesta salarial de los policías ecuatorianos, incapaces
siquiera de mantener la lucha contra la delincuencia, los enfrenta en el sitio
como guapetón de barrio y les intima a que lo asesinen, para luego retirarse y
decirle a sus pares del Eje que es objeto de un golpe de Estado.
Lo anterior, en modo alguno significa que lo dicho y hecho por
el Congreso paraguayo es un absoluto. Así como Lugo ha de someterse al
escrutinio de las instituciones de control, en democracia también éstas son
controladas, pero conforme a los mismos cánones constitucionales que las rigen
y no bajo la presión política de gobiernos extranjeros. La Corte Interamericana
de Derechos Humanos tiene jurisprudencia suficiente al respecto y sobre los
llamados juicios políticos.
Atrás queda - cabe reseñarlo - el ejemplo digno de Carlos Andrés
Pérez, quien luego de ser víctima de un golpe de Estado armado por el actual
líder del sindicato regional de los mandatarios latinoamericanos, seguidamente
es removido como Presidente por el Congreso de su país y el voto de su propio
partido. Acata lo que juzga de injusticia para evitarle a Venezuela la
desestabilización y sobre todo el mal precedente que significa para la
democracia la desobediencia de los gobernantes a las decisiones de los jueces y
parlamentos, así se discrepe de ellas o de sus móviles subalternos. Es otro el
tiempo.
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