miércoles, 20 de junio de 2012

ARMANDO DURÁN, EL DESAFÍO ELECTORAL

El domingo de su postulación, Henrique Capriles Radonski tenía que poner a prueba su capacidad para movilizar a centenares de miles de partidarios. De paso, demostrar que estaba en magnífica condición física. Logró con creces ambos objetivos.

El lunes, Hugo Chávez estaba obligado a convencer a propios y extraños de que no se hallaba a un paso de la tumba. Lo consiguió, pero sólo a medias. Fue evidente que se encuentra notablemente disminuido por los efectos devastadores del cáncer, aunque su voluntad, con la ayuda de una excelente puesta en escena del acto de su cuarta postulación como espectáculo para la televisión, consiguió transmitir la imagen de un hombre con menos problemas físicos de los que en verdad tiene.

Era lo que estaba previsto. Lo que sin duda sí llamó la atención fue la parquedad del discurso de Capriles, reducido a una breve reiteración de sus anhelos de paz, reunificación ciudadana y solución de los problemas concretos que acosan y desesperan al ciudadano común, y que Chávez, sin tener en cuenta para nada las circunstancias del momento, cayó una vez más en la tentación de aburrir a su público con una farragosa lección de muy elemental doctrina marxista-leninista en el mejor (es decir, peor) estilo tercermundista de los años sesenta, lección en la que, por otra parte, se limitó a repetir sus consignas más básicas de siempre: independencia patria, sustitución de un modelo económico capitalista por otro socialista del siglo XXI, conversión de Venezuela en lo que él viene llamando "paíspotencia", fomento de un mundo multipolar y firme defensa ecológica del planeta y de la raza humana, según Fidel Castro, amenazada con el exterminio por la voracidad sin límites de los grandes centros del poder capitalista mundial. ¡Por favor! Desde esta perspectiva, cabe preguntarse cuál de los dos mensajes se impuso ese fin de semana. 

¿La promesa chavista de darle a Venezuela la misma medicina de estos últimos 13 años, pero en dosis considerablemente mayor, o la de Capriles de producir un vuelco modificador del disparate chavista para garantizarles a todos los venezolanos seguridad, vivienda, empleo, educación y salud? O sea, ¿preferirán los electores apostar por la posibilidad de reordenar sus vidas en el marco armonioso de una sociedad moderna, aunque no existan garantías reales de que Capriles pueda hacerlo, o seguir hundiendo a Venezuela, y de eso sí se tiene plena certeza, en el pozo sin fondo del modelo cubano, aun a sabiendas de las consecuencias del experimento? 

O sea, insisto, ¿le bastará a Chávez manipular una vez más las palabras pronunciadas por Bolívar en 1820 sobre su resolución de conquistar la independencia o encontrar la muerte, y las de 1830, cuando ante el desastre del momento sostuvo que la independencia (en aquel caso nada menos que la independencia suramericana de un dominio español absoluto que había durado tres siglos) era un fin que justificaba todos los sacrificios habidos y por haber? ¿Puede ese argumento servir para persuadir a los electores de hoy que la lucha contra Estados Unidos y la construcción de una sociedad socialista a la manera cubana constituyen el bien más preciado, tan preciado que para conseguirlo y conservarlo vale la pena perder todo lo demás? 

En cuanto a Capriles, ¿le bastará ofrecerle a los electores un listado de buenas intenciones y prometerles que a corto plazo remediará sus problemas más urgentes en un clima de entendimiento, libertad y democracia como mecanismo susceptible de conmover hasta los corazones más endurecidos por el incumplimiento de las promesas que Chávez les ha hecho año tras año y que nunca ha cumplido, sino todo lo contrario?

A estas alturas resulta difícil medir el estado de la opinión pública, la credibilidad de un árbitro electoral sumiso y de un estamento militar que el pasado miércoles renovó en cadena de radio y televisión su lealtad pretoriana a los deseos personales de su comandante en jefe, pero una cosa luce irrebatible. Venezuela sigue amargamente dividida en dos mitades que, a pesar del discurso conciliador de la oposición y del de José Vicente Rangel el lunes, es, instigada tercamente a todas horas por Chávez, "candidato (y corazón) de la patria", como si la patria sólo le perteneciera a él, a no resolver sus diferencias por la vía pacífica y democrática de las elecciones, sino por la de profundizarlas hasta un punto de ruptura sin remedio mediante la confrontación y la guerra. Ese es, aunque no lo queramos, el verdadero desafío que nos presenta el 7 de octubre.

@aduran111 

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