Ni más ni menos. En Venezuela le conocemos, no de ahora, más
bien a partir de la estatización del negocio petrolero el 1º de enero de 1976
con la entrada en vigencia de la ley orgánica que reserva al Estado la
industria y el comercio de los hidrocarburos.
ENVIDIA |
Porque desde entonces una minoría de venezolanos
inescrupulosos se ha dado a la tarea de estimular la natural propensión humana
a la envidia y el igualitarismo, en su propio beneficio político y económico, que
dio lugar a una cada vez mayor injerencia del Estado nacional en la economía y
la política venezolana, con resultados ya conocidos.
Un país como Venezuela, con ingresos petroleros ya deseados
por muchas naciones desarrolladas, hoy sólo podría ufanarse de contar con un
Estado tan hipertrofiado como ineficiente, regentado sí por un tirano vía
Twitter. Y lo anterior no es caso inédito, por el contrario constituye la
experiencia común en toda nación que como Venezuela optó por el camino
estatista de redistribuir la riqueza, en lugar de generarla y acrecentarla
mediante un régimen democrático de libertades, típico en todo país
desarrollado, sin excepción.
Porque no en vano desde 1974 Venezuela ha sido un clásico
experimento estatista, primero a través del populismo democrático, luego a
manos del socialismo hoy en gobierno. Así entonces durante más de 40 años, el
venezolano común y corriente aprendió por cuenta del poder, que la mejor manera
de vivir era: pidiendo, rogando o exigiéndole según el caso, al Estado
nacional, para que éste le entregare su "parte" del caudal patrio. Y
entre un "toma y dame" y un ¿quién da más? se hallaba simplificado el
juego democrático del poder por lo menos hasta el ascenso del teniente coronel
Hugo Chávez, decidido como está a acabar con cualquier competencia política
conforme se lo dicta la "cartilla socialista".
Pero la anterior, historia que por conocida no le faltará
provecho, no tiene porqué perpetuarse. Un pueblo libre sólo llegará
verdaderamente a serlo cuando se integra por individuos en capacidad real de
desarrollar todas sus potencialidades, y el Estado como un organismo creado por
esos pueblos para ejecutar sólo aquellas tareas que de suyo no pueden por sí
mismos los individuos.
Obviamente la generación de riqueza y su cabal redistribución
no es labor que atañe a los Estados so pena de ir conformando países cuyos
habitantes actúen como verdaderos adictos a las dádivas estatales, dejando de
lado su independencia como individuos y su dignidad personal. En la República
Bolivariana de Venezuela ya es moneda corriente el que un asalariado del Estado
socialista en cualquiera de sus escalas (misión, obrero, empleado, funcionario
o militar) resulte capaz absolutamente de cualquier bajeza con tal de no perder
su "puesto", ello por cuanto se entienden incapaces de sobrevivir
fuera de la "burbuja" económica estatal.
La adicción de las mayorías nacionales por las dádivas del
Estado socialista ha alcanzado un punto tal que no hemos encontrado fórmula
política alternativa en capacidad de atraerles. Esta mayoría, electoral y
políticamente activa cree "a pie juntillas" en el sostenimiento ad
infinitum de un modelo político que al tiempo de permitirles
"sobrevivir" les condena a ser los eternos esclavos del Estado,
desiderátum socialista.
Así entonces, vemos con estupor como la candidatura demócrata
a la presidencia de la República, se ha visto en la necesidad de prometer la
continuidad del sistema asistencialista vigente, por lo menos hasta que la
necesaria reactivación económica nacional dé lugar a un proceso de real
empoderamiento ciudadano.
A pesar de las dudas que podamos guardar en relación a esa
particular tratativa, no es menos cierto el que algunas de las más graves
adicciones humanas para ser cabalmente superadas requieren ab initio la sola
reducción del elemento adictivo a modo de hacer posible la total
rehabilitación. Sin embargo no está demás advertir sobre la necesidad de una
oportuna pedagogía no solo a favor del trabajo y la propiedad privada como
instrumentos de liberación y dignidad humana, será también menester instruir
sobre el efecto contrario de esa doctrina llamada socialismo, dejar de hacerlo
sí nos condenaría a repetir nuestro fallo. Valga entonces la palabra de Jorge
Luis Borges: "... creo que si cada uno de nosotros pensara en ser un
hombre ético, y tratara de serlo, ya habríamos hecho mucho; ya que al fin de
todo, la suma de las conductas depende de cada individuo...". ORA y
LABORA.
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