A lo largo de la historia de la humanidad han existido infinidad de manifestaciones de enfrentamiento entre los hombres. Dentro de las razones más comunes que han originado tales eventos se encuentran: conquistar nuevos territorios, imponer ideologías, desacuerdos culturales y religiosos, segregación racial, etc. Estos lamentables sucesos representados por guerras, cruzadas y batallas han ocasionado millones de muertes de personas, algunas cayeron orgullosamente en el mismo frente de combate defendiendo sus ideales, así como otra gran parte que fueron víctimas de la inclemencia de otros.
Hoy en día, se siguen viendo estas demostraciones de
intolerancia pero con un nivel de perfeccionamiento aún mayor, evidenciado por
el equipamiento bélico de alta tecnología en los ejércitos de muchos países, lo
cual ha hecho de la industria militar un negocio de proporciones inimaginables.
De hecho, en la actualidad los países se miden por su grado de poderío militar,
donde destacan las grandes potencias del mundo, pero, si las armas fueron
creadas para destruir y hacer daño, ¿Cómo puede entonces catalogarse como
“potencia” a una nación por su capacidad de destrucción? ¿Qué orgullo
maquiavélico subyace en la mente de algunas personas en demostrar su capacidad
de tener más poder? ¿Es que no se puede ver la hipocresía en el doble discurso
de los líderes del mundo que se jactan de promover la paz mientras gastan
millones dólares en equipamiento militar? Todas estas incoherencias han
sembrado en mí una aversión ante el militarismo y todo lo que ello representa.
Debo ser sincero; desde mi adolescencia sentí repulsión por el
mundo militar pero no entendía el porqué. Recuerdo claramente todas las
peripecias por las que muchos tuvimos que pasar para no ser capturados por la
temida “recluta”, que es como se le conoce al alistamiento militar en
Venezuela. En la década de los 80 era obligatorio hacer el servicio militar, y
para los jóvenes de ese entonces fue una época de verdadero terror.
Obviamente, es inútil tratar de inculcar una disciplina
castrense a una persona sin ‘vocación’
para este tipo de actividades, así como tampoco se le puede obligar a ningún
ser humano a que aprenda a usar armas, así sea para autodefensa. Por otra
parte, la corrupción que existe dentro de la institución militar ha sido puesta
en evidencia en más de una oportunidad: sobornos, cobro de comisiones, tráfico
de armas, etc.; y más lamentable aún es la corrupción entre los mismos
militares cuando se irrespeta el mérito en el nombramiento de los altos cargos
y mandos, ya sea por temas políticos, conflictos internos o por simple
discriminación entre ellos. Particularmente nunca le encontré sentido a aquello
de “entrenarse para matar” con el fin
de “defender la patria”, pero
¿Defenderla de qué? ¿De quién? Todavía lo sigo esperando, aunque tengo
consciente que mi vivencia personal no es la misma a la de miles de personas en
naciones con historia bélica o que han vivido azotadas por otras formas
distorsionadas de militarismo como el terrorismo o la guerrilla.
Más allá de encontrarle una explicación al origen de las guerras
se encuentra el afán del hombre por demostrar su poderío a través de las armas,
lo cual a mi juicio no es más que el opaco reflejo del lado más oscuro del ser
humano. Desconozco lo que se debe sentir al tener un fusil en mano, pero
definitivamente debe despertar algún tipo de sensación de poder sobre el otro,
y cuando a éste se le unen más personas, bajo el mando de un líder, portando
armas sofisticadas, con un ideal común y con entrenamiento para matar, se
transforma en toda una maquinaria de destrucción capaz de cometer los actos más
atroces. Más peligroso aún es cuando un militar llega a convertirse en el
Presidente de un país, ya sea por voto popular o a través de un golpe de estado
¿Cómo puede un hombre con mentalidad militarista presidir una nación sin ver a
su gente como peones o parte de su batallón? ¿Es que acaso la disciplina
militar se le puede imponer a todo un país?
Más triste aún es ver como hay personas en esos países con
mandatarios militares que se dirigen a su presidente con la expresión “mi
comandante”, lo cual a mi juicio es un acto de total subordinación y sumisión.
Algunos ejemplos de esta peligrosa combinación (presidente/militar) se
encuentran en la figura de Adolf Hitler (Alemania), quien logró de manera muy
hábil manipular las mentes de millones de personas y provocar uno de los
mayores exterminios humanos del cual se tenga conocimiento en la historia
mundial; Josef Stalin (Rusia) a quien se le atribuyen entre 20 y 30 millones de
víctimas bajo su régimen (aunque se estima un número superior); también es
importante nombrar a criminales que se apoyaron en el ejército para diezmar a
sus contemporáneos, cegados por su aberrada ansia de poder, como es el caso de
Gengis Khan (Mongolia), Napoleón Bonaparte (Francia), Idi Amin (Uganda), Pol
Pot (Camboya), Mao ZeDong (China).
Es indudable que la industria del armamento militar incide en la
economía mundial. Sería interesante ver el grado de desarrollo que tendría la
humanidad si en vez de asignar recursos para la compra de equipamiento bélico
se hubiesen destinado esos fondos a la investigación para la cura de tantas
enfermedades que siguen causando estragos en la población mundial, o
desarrollar tecnologías para mejorar la calidad de vida de las personas, o para
acabar con la pobreza y la hambruna de los países subdesarrollados. Al
contrario, existen organismos financiados por las grandes potencias dedicadas
al desarrollo de armas de destrucción masiva en forma de sofisticados aviones
equipados con misiles autodirigidos, buques de guerra con cañones de largo
alcance, submarinos con sistemas anti-detección de radares, tanques blindados
con material anti-impacto; hasta llegar a las temibles bombas nucleares y armas
bacteriológicas.
Pareciera que con estos hechos la humanidad, lejos de evolucionar,
estaría en un proceso de involución
¿Hasta donde llegará el afán de poder del hombre? ¿Cómo se puede promover la
paz en el mundo si estas industrias siguen desarrollando formas más
perfeccionadas de aniquilación?
Más de una vez me he preguntado si esta posición antimilitar
tenga que ver con falta de patriotismo, pero considero que ese término no puede
medirse por el nivel de agrado que tenga por la milicia de mi país, ya que ser
patriota no es necesariamente ser pro-bélico. Quizá aparezca por ahí alguien
tratando de justificar los hechos históricos de las batallas por la
independencia de Venezuela, lo cual pudiese tener algún sentido si se observa
bajo la perspectiva de la “libertad del
yugo español”, pero es que en primera instancia, si hubo una guerra para
lograr la independencia fue porque antes hubo una invasión armada de otro país,
y así una secuencia de eventos del pasado con el mismo denominador común: el
afán de poder del hombre para dominar, imponer o tomar a la fuerza territorios
acabando con vidas humanas, y poniendo fin a la cultura y tradiciones de los
pueblos conquistados. Y es que no se puede hablar de guerra sin asociarla con
miedo, muerte, destrucción, desolación y miseria.
Es entendible, más no justificable, que existan todavía fuerzas
armadas en muchos países del mundo ya que parte de la distribución geopolítica
actual es consecuencia de guerras pasadas. Pero ya es tiempo de ver ese poderío
militar transformado en una única fuerza humanitaria que vele por la igualdad y
la paz, que haga respetar las diferencias culturales de las naciones y que
promueva la hermandad entre los hombres. Es el momento de que reconozcamos a
las naciones por la calidad de su gente y no por su grado de poderío militar.
Si tan sólo viéramos que el mundo sería mejor si no existieran armamentos que
pongan en peligro la vida en el planeta. Es hora de que todos los seres humanos
vivamos en armonía y dejemos a un lado nuestro afán de poder. Quizá todos estos
pensamientos sean demasiado idealistas producto de un mundo utópico, pero no
imposible, ya que la codicia y la avaricia no son precisamente atributos que
resalten en el ser humano. Estoy seguro que no soy el único con esta forma de
pensar, y sólo espero tener la dicha de ver a una humanidad donde las fronteras
que separan los países no sean el límite de la convivencia entre los pueblos,
sin armas, sin guerras; y que la Patria sea la tierra que pise, puesto que no
sólo somos hijos del país que nos vio nacer, sino que además formamos parte del
planeta y por ende ciudadanos del mundo.
rafa.baralt@gmail.com
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.