El discursito es la única herramienta que le queda a quienes se quedaron con nada para ofrecer.
Por aquello de lo disociado, es
normal que por estos tiempos electorales el gobierno y sus seguidores comiencen
a manejar un discursito según el cual la oposición anda en planes que buscan
desestabilizar, crear zozobra, generar miedo, promover una invasión del
imperio, desatar violencia y pare usted de contar.
Uno tiene que preguntarse por qué el
gobierno insiste en esta práctica que lo deja ante los ojos del mundo como una
institución venida a menos e incapaz de manejar los problemas de la sociedad
que son de su competencia.
Es muy probable que en sus
supuestamente frecuentes lecturas de textos especializados, el presidente y sus
seguidores no se hayan tropezado con esa vieja máxima según la cual el Estado
ostenta el monopolio de la violencia legítima. Que por lo tanto, es inadecuado
para quien administra ese Estado decir a los cuatro vientos cual damisela
indefensa en busca de protección que hay grupos que promocionan la violencia
sin que medie acción alguna para impedirlo.
Lo cierto es que la violencia es el
signo de este gobierno. Si algo ha crecido de una forma alarmante y dramática
durante el siglo XXI en Venezuela son los grupos armados que retan al gobierno
es diferentes ámbitos y terrenos. Podemos comenzar por esos grupos que en zonas
populares de Caracas se enseñorean declarando territorios liberados. Y esto
pasa a menos de dos kilómetros de palacio a vuelo de pájaro. Hemos visto al
presidente hacer la finta de rechazar la existencia de estos grupos. Lo hemos
visto ordenar la detención de uno de los pandilleros mayores sin tener el mismo
éxito que tuvo, por ejemplo, con la jueza Afiuni.
La existencia de estos grupos es una
bofetada al Estado de derecho en Venezuela. Resulta insólito que un gobierno
deje que estas pandillas crezcan y se desarrollen de forma tal que en algún
momento puedan poner coto a las acciones de cuerpos policiales en esos terrenos
que dicen tener liberados. No vemos al presidente insultarlos o amenazarlos con
la misma saña con la que lo hace contra venezolanos indefensos que se dedican a
la producción o al comercio. Lo he dicho antes: aplaudiría de pie al presidente
si llamara al pran que tiene en vilo a los vecinos de La Planta y lo sometiera
de la misma forma que lo hizo con el representante del Provincial en cadena
nacional.
Con lo de las cárceles encontramos
otro triste ejemplo de instituciones en las cuales el gobierno perdió el
control de la violencia. Al término de poder decir que en el sistema
penitenciario venezolano existe una condición de ingobernabilidad: los reos
liderados por pranes han impuesto reglas y condiciones por encima de la
capacidad del gobierno de hacer cumplir lo que dicen las leyes al respecto. De
ahí que las cárceles sean antros de violencia en los cuales el Estado está
pintado en la pared. Y cuando digo Estado me refiero a todos los poderes
implicados en esta problemática.
¿Y qué de la violencia que le toca
vivir a los venezolanos 365 días al año 24 horas al día? Esa delincuencia
desatada sobre la cual el gobierno no puede ejercer control alguno. Este problema
se le escapo de las manos a un ministro que es capaz de decir que un ex
magistrado se le fugó y no renunciar en el mismo acto. Un ministro al que vista
su incapacidad lo despojaron del control de las cárceles. Un ministro que
dedica parte de su tiempo a la campaña electoral mientras en cualquier rincón
del país, mientras usted lee estas líneas apreciado lector, se está cometiendo
algún tipo de acto delictivo.
He aquí la razón del discursito al
que hacíamos mención al principio de este artículo. Un discursito dirigido a
dos asuntos fundamentales: primero eludir la responsabilidad que estos
incompetentes funcionarios liderados por el presidente han demostrado ante
estos agobiantes problemas y segundo, establecer una agenda alternativa que
ponga a la gente a hablar de cualquier cosa menos de los asuntos que le son
urgentes y entre los cuales la violencia ocupa un lugar de primerísima
importancia.
El discursito es una especie de
cortina que se usa para esconder que no se ha hecho nada, absolutamente nada,
para controlar la delincuencia. Peor que eso, trece años después ya nadie cree
el intento de responsabilizar a otros, Pero, aún más grave, nadie les va a
creer que tienen una propuesta nueva y diferente.
El discursito se convierte en una
burda herramienta de comunicación política para que el pueblo y los medios se
empantanen en una mediocre agenda alternativa que solo busca diluir las
energías políticas en discusiones sin sentido que no van al centro de los
problemas y sus origines.
Trece años más tarde no hay más nada
que decir. Se acabaron los recursos humanos para nombrar nuevos ministros. La
resolución de los problemas de la gente no es lo importante. La prioridad la
tiene mantenerse en el poder a como de lugar para seguir dilapidando los
dineros de los venezolanos en favorecer a otros países mientras aquí seguimos
sufriendo las consecuencias de la marcha al pasado que emprendimos en 1999.
El discursito es la única herramienta
que le queda a quienes se quedaron con nada para ofrecer.
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