viernes, 18 de mayo de 2012

FERNANDO MIRES, DEMOCRACIAS ROTAS

Suele pensarse que las democracias son destruidas por guerras civiles, revoluciones o golpes de estado. Sin embargo, revisando diversos acontecimientos, no pocos indican que esos fenómenos históricos ocurren como resultado de procesos que previamente han llevado a la ruptura del orden democrático. En eso pensaba contemplando la ruina política en que se ha convertido la Grecia de nuestros días.

1.

Si uno mira hacia Grecia es imposible no pensar en la Europa de los años 20 y 30, en especial en la ruptura de la democracia alemana durante la “República de Weimar” (1919-1933) de cuyos escombros surgió el totalitarismo nazi, una de las calamidades más grandes de la historia universal.

Del mismo modo como hoy en Grecia, la democracia fue torpedeada en Alemania desde sus propios interiores por una izquierda y por una derecha recalcitrantes.

Todavía los historiadores devanan sus sesos preguntándose acerca de la “causa” de la entrada triunfal de Hitler, ese aciago 30 de Enero de 1933, cuando el anciano Paul von Hindenburg, presidente monarquista, entregó el poder al enloquecido mesías del infierno.

Pero ese día no fue destruida la democracia. Ella estaba siendo destruida desde los años veinte cuando los partidos democráticos (SPD, el Partido de Centro y los Liberales de Izquierda) perdieron, como hoy en Grecia, la mayoría parlamentaria.

La ominosa firma del tratado de Versalles que en todo sentido lesionaba la integridad nacional, enardeció a la derecha alemana. Las turbas ocuparon las calles. Los comunistas, siguiendo ordenes de Stalin y haciendo caso omiso del avance del “nacional-socialismo” (NSDAP), declaraban como enemigo principal a la Socialdemocracia (del mismo modo como la Izquierda Radical en Grecia declara enemigo principal a los socialistas del PASOK) y aterrorizaban a la población con la promesa de una república soviética. 

No faltaban quienes recordaban con nostalgia a la monarquía. Los nazis llamaban a la implantación de una dictadura que pusiera fin a la “república judía”. La crisis de 1929 fue sólo el broche final. La inflación desatada, la inseguridad, el miedo, el antisemitismo milenario, la capitulación de los intelectuales, y quizás cuantas otras razones, pavimentaron el camino al ex golpista Hitler.

2.

Si miro hacia Grecia también resulta inevitable no pensar en esos tres años de la Unidad Popular chilena, cuando de uno u otro modo todos hicimos lo posible por destruir la más duradera y sólida democracia de América Latina. ¿Cómo no pensar en el MIR chileno cuando escucho las palabras encendidas de Alexis Tsipras del Siriza despotricando en contra de un orden político del cual el mismo forma parte? En ese MIR que siguiendo las instrucciones que emitía Fidel Castro nos hizo creer a tantos en la posibilidad de un socialismo que no tuviera que ver ni con el estalinismo ni con el anquilosamiento burocrático de la URSS.

Aunque después de todo el MIR no era parte del “sistema”. Si lo era, en cambio, esa izquierda socialista que dejó solo a Allende en nombre de un histérico “avanzar sin transar” destinado a imponer la “dictadura del proletariado” sobre las ruinas de una “democracia burguesa” de la cual tantos socialistas eran sus mejores exponentes. ¿Y los comunistas? Por cierto, ellos fueron los más prudentes de la UP  pero, a la vez,  los más obsecuentes a la URSS en medio de la “guerra fría”, suficiente como para aterrorizar con su simple presencia a las “clases medias”.

¿Y los democristianos que negaron a Allende la sal y el agua? ¿Y la derecha cavernaria que todavía vivía en los latifundios del siglo diecinueve? Para qué pensar en los militares, aislados del mundo, recluidos en cuarteles, educados de modo sádico, rumiando su odio en contra de todo lo que tuviera que ver con política o civilidad. Y, no por último ¿cómo no pensar en las obsesiones de Kissinger, empeñado en que no surgiera por ningún motivo una segunda Cuba? Algo imposible pues la propia URSS negaba su ayuda a Chile, aterrorizada ante la posibilidad de mantener a otro régimen parásito como era y es el de los Castro.

3.

Cuando miro hacia Grecia pienso también en Venezuela. La razón es que allí, aunque en cámara lenta, está teniendo lugar otro proceso de destrucción de la democracia, uno que había comenzado a manifestarse en los dos partidos que formaban el eje de la democracia venezolana, antes de Chávez.

El ex golpista Chávez, siguiendo el plan diseñado por Castro, hizo su puesta en escena como representante de una tercera vía entre capitalismo y socialismo. Pero lentamente, sobre todo después de los sucesos de Abril de 2002, ha tenido lugar un largo pero muy radical desmontaje de la estructura política de la nación. 

Hoy, de la democracia venezolana sólo quedan las elecciones, cuyos procedimientos están controlados por el gobierno. El partido-estado (PSUV) controla más del 70% de los medios de comunicación, el poder judicial y, pese a no haber obtenido la mayoría, el parlamento. Los organismos de participación popular, Concejos y Misiones, se han convertidos en apéndices del estado en el interior del pueblo. A ello hay que agregar la destrucción de las relaciones sociales: el narcotráfico es una telaraña vinculada a las instituciones, sobre todo al Ejército. La delincuencia ha alcanzado cifras descomunales. La inflación es la más alta del continente.

En el marco de una estrategia organizada por Cuba, Venezuela, convertida en autocracia militar, orbita fuera del espacio político occidental concertando estrechas alianzas con todas las dictaduras del mundo. De la que fue una nación democrática queda muy poco. De este modo, si la oposición no vence en las elecciones del 7 de octubre de 2012, el destino de Venezuela quedará signado. Las tendencias malignas que caracterizan al chavismo serán agudizadas. Sobre todo las tres principales: la corrupción extrema (superior a la que ostentó tiempo atrás el PRI mexicano), la militarización del Estado, y un culto a la personalidad al líder sólo comparable con el dedicado a Mao, Stalin y Hitler.

4.

En esas y en otras “democracias rotas” pienso cuando miro hacia la Grecia de hoy, una “democracia sin demócratas” como también fue denominada la República de Weimar.

La Unión Europea, ya lo ha demostrado, puede soportar una Grecia en bancarrota. ¿Podrá soportar, además, una Grecia ingobernable?

Admito que por un momento tuve ciertas esperanzas. Ocurrió cuando a Alexis Tsipras, el líder de Siriza, un hombre que parece inteligente, le fue encomendada, en calidad de representante del partido de la segunda mayoría, la formación de una coalición gubernamental. 

Pocas veces –pensé- la historia ha regalado una mejor oportunidad a un partido joven. Con sólo un par de concesiones Tsipras habría podido establecer una alianza con el PASOK para desde ahí tender un puente de compromiso hacia la derecha republicana (Nueva Democracia). Así, él y su partido habrían aparecido ante la opinión pública griega y europea como salvadores de la democracia. Pero eso no ocurrió. Una vez más se impuso el egoísmo, la falta de visión, la intransigencia y esa irresponsabilidad propia a las izquierdas extremas. ¿Es que la gente no aprende nada de la historia?

Yo creo que ese podría ser, además, un tema para los historiadores.

 Fernando.Mires@uni-oldenburg.de 

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