viernes, 25 de mayo de 2012

FERNANDO LONDOÑO HOYOS, EDITORIAL, LA HORA DE LA VERDAD

Que suene el clarín y que nos conduzca al silencio. Por los jóvenes que murieron para defenderme, por los jóvenes militares que ayer entregaron su vida en La Guajira, por los jóvenes policías que fueron cobardemente asesinados en La Gabarra hace unas horas, por todos los colombianos que están cayendo en esta guerra donde nos la jugamos toda. Nos jugamos el presente, nos jugamos nuestros valores, nos jugamos nuestro derecho al porvenir. Aquí no están en juego cosas menores.

¿Por que querían matarme? Por lo que represento, y represento un voz que resultó ser demasiado fuerte para los enemigos de eso que represento: una filosofía de la existencia, una manera de concebir la Vida, que está basada en un pilar fundamental, el principio de la Dignidad de la Persona Humana que arranca del mensaje de Jesús y de su Sermón de la Montaña: la vida humana es sagrada por encima de toda consideración.

Porque los hombres somos hijos de Dios y herederos de su Gloria. Porque tenemos que construir con nuestras obras nuestro propio destino. Eso molesta a muchos, a todos los que a lo largo de la Historia han sido los practicantes y los beneficiarios de las autocracias y de las tiranías, del poder ciego de la fuerza y de la violencia. Los remito al dialogo platónico de La República, cuando Callícles y Trasímaco se enfrentan a Sócrates. “Lo justo es lo que conviene al más fuerte”, decían Callícles y Trasímaco. No. Lo justo es lo que conviene a un principio superior, a definirlo, a plantearlo, decía Platón en sus quinientas páginas de La República. Ahí comienza esa búsqueda del Hombre para encontrar su destino, que encuentra la plenitud de su expresión en las palabras de Jesús: la vida del Hombre solamente es de Dios.

Pero la vida del hombre pleno, con su libertad, su libertad de conciencia, de pensamiento, de religión, de trabajo, de asociación, de movilización, de búsqueda de su destino. La libertad plena cuantos enemigos tiene. Porque yo la predico sobro para todos los amigos de los totalitarismos que vivieron siempre pero que tuvieron su expresión filosófica más cabal en Hegel y en su expresión que cubrió de dolor los siglos: el Estado es dios sobre la tierra, y de ahí nacieron el nazismo, el fascismo y el comunismo. Les molesto claro, porque insisto en la dignidad de la persona humana.

No estoy defendiendo mi pobre propia vida, que existe por la gracia de Dios. Estoy defendiendo, como la he defendido siempre, la vida de todos, la vida plena de todos. Alguien decía, en comentario a estos hechos trágicos, que el atentado en mi contra podría suponer reacciones contra miembros de lo que se llama, así se llama, la izquierda. Si alguien quiere ser mi enemigo ideológico, que toque a alguien con la fuerza de la violencia, no lo tolero, no lo permito, pero por honda convicción, no por razones circunstanciales, ni acomodaticias.

Hace cincuenta años por lo menos, estudio filosofía, y para que se sepa bien, soy todavía de los partidarios que pueden quedar de la filosofía aristotélico-tomista, y no acepto que la violencia pueda substituir al Derecho. No lo acepto. Pero quienes insisten en otra manera de ver la vida humana, encuentran que somos un estorbo. La libertad es condición de la sociedad humana, la libertad plena, y hay que defenderla. A la gente no se la puede manejar a látigo, porque esa es la negación del ser humano. Hay que respetar la libertad de todos, y solamente la libertad creativa ha hecho grande el mundo en el que todavía vivimos.

Lo que vale la pena en la historia humana se le debe a la libertad. Ese ha sido un principio fundamental de mi quehacer, de mi decir y de mi obrar. Por eso soy enemigo de todos los violentos, de todos los que tienen armas en la mano, dicen para enfrentarse al Estado. ¡No! Para sojuzgar a los demás hombres, para imponerles su voluntad, para regir sobre sus vidas. Y lo hacen en Colombia parapetados detrás de esa cosa atroz que es el narcotráfico.

He sido un luchador contra el narcotráfico, primero en el campo intelectual, mucho antes de ser designado ministro del Interior, y como ministro del Interior y de la Justicia fui un abanderado de esa lucha. Con el presidente Uribe sabíamos que la paz no podía llegar sino con la derrota de los narcotraficantes. El que no tenga eso claro se equivoca. Y los narcotraficantes, es decir las Farc, todas las guerrillas y todos los bandidos de esa cosa horrorosa que gira alrededor de ese negocio inmundo, habían jurado que algún día se vengarían de mí. Parece que mis palabras alcanzaron hacerles daño. Yo no lo sabía. Creía que habían sido protestas inútiles en defensa de una sociedad que no se quiere defender.

Y todo esto, queridos oyentes de La Hora de la Verdad, viene de la mano de un tema fundamental: el desarrollo económico como condición de la vida de los pueblos. Sin desarrollo económico no hay nada. El desarrollo es el nuevo nombre de la paz. ¿Y cómo se hace desarrollo económico? Defiendo, defenderé, seguiré defendiendo hasta donde Dios me dé fuerza, el único principio que ha sido rector de la riqueza de los pueblos, que la ha explicado y que ha permitido que centenares y centenares de millones de hombres salgan de la pobreza y tengan una vida digna: el principio de la libertad económica, el principio de los mercados bien regulados en lo que fuere estrictamente indispensable, bien manejados impidiendo que el más poderoso aplaste al débil, pero poniendo la capacidad creativa del hombre como el centro de todo el universo económico.

Eso molesta a muchos. Molesta a todos amigos del torpe socialismo del siglo XXI. Molesta a los que quieren conducirnos retardatariamente al “progresismo” que llaman de la historia cubana, o de la historia de la vieja Unión Soviética, de todas las miserias que ha concentrado el siglo XX a nombre del socialismo.

Soy su enemigo, soy defensor de la libertad como único poder creador de una vida digna que valga la pena vivirse. Y eso molesta, eso perturba. Lo siento, pero son principios que no son renunciables y no voy a renunciar a ellos. No voy a renunciar al principio de que la sociedad colombiana, constituida en Estado, tiene unas fuerzas para su defensa y que esas fuerzas constituyen la entraña misma del ente social. Las “partes del conflicto” no son unos guerrilleros por un lado y unos soldados por el otro. Las “partes del conflicto” son unos guerrilleros, narcotraficantes, bandidos atroces y la sociedad armada para su defensa. La sociedad que encuentra en la vocación de uno seres especiales, soldados y policías, la voluntad de lucha para mantener el derecho, para mantener la fe, para mantener la libertad.

Parece que eso le duele a muchos. También lo siento, pero tampoco el principio es renunciable. Y seguiré hasta donde Dios me dé esta nueva oportunidad de vida, diciendo estas cosas, sosteniendo estos valores, que son comunes a todos, inclusive aquellos que no coinciden conmigo. Esos que no coinciden conmigo enaltecen el debate y explican mi lucha. Los que consideran que soy un retrógrado porque creo en los principios del comercio, en los principios del desarrollo económico, en el principio fundamental de que la sociedad se arma legítimamente para su defensa a través del Ejército y de la Policía. Eso les puede parecer retardatario, pero ahí está el debate. Y ese debate, a través de un proceso dialéctico y enriquecedor, es la condición de la paz y la condición del progreso.

El progreso no se hace sino sobre la contradicción de pareceres. Y aquí estamos para sostener nuestras ideas. Consideramos que vamos por muy mal rumbo, que hemos cometido muchas equivocaciones, muy pesadas, muy gruesas, en nombre de un  supuesto progresismo devastador. Pero ahí seguiremos. Dios nos ha dado una nueva oportunidad de vida sobre la tierra y tenemos que advertir cuales peligros atroces se ciernen sobre la sociedad colombiana.

Nuestro “nuevo mejor amigo”, que es una amistad que hemos puesto ante los ojos del mundo como una amistad detestable, es el amigo de Gadafi, de Ahmadinejad y de Bashar al Assad, y eso no nos parece tolerable porque no es tolerable ninguna forma de terrorismo, y mucho menos ninguna forma de totalitarismo. Uno no puede ser amigo de sanguinarios totalitarios, ni amigo de quienes sean amigos de esos  sanguinarios totalitarios.  Habrá que tolerarlos con respeto, habrá que cuidarlos porque representan naciones dignas de un mejor futuro.

El noble, el querido pueblo venezolano tiene todo nuestro amor, pero no lo tiene – no puede tenerlo – el déspota que ahora los dirige, y es el que ha importado a América estas formas de terrorismo que empiezan a manifestarse. Hemos sido gobernados por débiles, y no hay peor gobierno que el de los débiles en los momentos críticos de las naciones.

He sido víctima de un atentado del que he escapado milagrosamente con vida, pero no salí con  vida para salir en fuga. Salí con  vida para decir estas cosas. El que esté en desacuerdo que levante la voz y discutamos como seres racionales, como hombres que quieren la libertad y el respeto. Respeto a mis contradictores pero no acepto como tales a los que para aparentar serlo ponen bombas, asesinan gente, destrozan nuestros bosques, arruinan la libertad en nuestra sociedad. Esos no son contradictores, son bárbaros que hay que derrotar antes que sea demasiado tarde. Con todos los demás, bienvenida la controversia.

Sé que a muchos molesta mi discurso. Lo lamento. Si de ese discurso lo que les molesta es algo de mi estilo, acaso demasiado vehemente, ofrezco mis disculpas y quisiera moderar mis palabras pero no su sentido, no su alcance. Aquí seguiremos, desde La Hora de la Verdad, que tiene una misión histórica hoy más que nunca, pregonando estas verdades y defendiendo estos valores. Los recordamos: la dignidad de la persona humana, la libertad como condición de la sociedad humana, la necesidad de la lucha imperiosa contra el narcotráfico y todo para la búsqueda del desarrollo económico que es el nuevo nombre de la paz, construido sobre la libertad creativa de las empresas, de las pequeñas, de las grandes, de las medianas. Esos son principios por los que seguiremos batallando con tesón y con ninguna arma distinta de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad de acierto.

Gracias a todos los colombianos que nos han apoyado. Gracias a los contradictores que entienden que esta es una lucha por la supervivencia de eso que llamamos la Democracia, es decir la forma de gobierno que permite edificarse sobre la libertad de todos. ¡Gracias! ¡Gracias a todos!

Y a quienes me pusieron la bomba un mensaje claro: no hay espacio en mi corazón para el odio, no los odio; no voy a secar las fuentes de mi alma en un  sentimiento tan negativo y tan destructivo. No tengo espacio para odiarlos. Pero tampoco tengo espacio para tolerar el que reciban el perdón cobarde de unas instituciones que quieren entregarse y entregarnos. ¡No nos vamos a entregar! 

Los colombianos seremos fieles a nuestro destino y tenemos que jugar un papel fundamental en la lucha por eso que se llama la Civilización Cristiana frente a los bárbaros que la ataquen. Que Dios nos pida cuentas si seremos o si resultaremos ser inferiores a ese destino histórico. Gracias a todos, y gracias Dios mío por el milagro de la vida.

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