viernes, 4 de mayo de 2012

DIEGO BAUTISTA URBANEJA, EL CINISMO ETAPA SUPERIOR DE “LA REVOLUCIÓN”

El caso Aponte Aponte pone de relieve una dimensión del período que hemos estado viviendo estos últimos años, que quisiera explorar en las líneas que siguen.

La faceta más visible del fenómeno ha sido denunciada mil veces por las fuerzas democráticas del país. Nos referimos a las insondables profundidades que ha adquirido en estos años la corrupción y la perversión del ejercicio del poder. No más uno se asoma a los abismos en los que en eso se ha caído, hay que retirarse rápidamente de la escena, así de nauseabundo es el espectáculo que se ofrece a la vista y al olfato. 

Nunca en todo el siglo XX se llegó a niveles siquiera cercanos a lo que revela una exploración somera de los negociados que se han venido practicando en estos años: sus montos, el daño que se le ha hecho al país, la forma en que por allí se han ido decenas de miles de dólares que hoy reposan en cuentas rebosantes de personeros del régimen y de sus allegados.

Aponte Aponte lo que hace es revelar datos, detalles, episodios que ponen sustancia a la verdad general antes enunciada. No es el primero que lo hace, ni será el último. Lo importante sería que sus revelaciones disminuyeran el efecto de la anestesia en que parece sumida una parte importante del país, que aún dice estar respaldando a Chávez.

Pero no era a eso a lo que principalmente quiero referirme en este escrito. El caso es que esta experiencia que sus actores llaman “el proceso”, “la revolución”, pudo aspirar a la respetabilidad ética y política. 

A pesar de las grandes diferencias que lo separarían a uno de ella desde su inicio, tenía planteamientos que significaban una perspectiva política sustancial. Se trataba - se hubiera podido tratar - de algo frontalmente opuesto a la perspectiva demoliberal que predomina en las democracias que conocemos. Una concepción diferente del pueblo, de la relación del individuo con la sociedad, de la relación del pueblo con su líder, etc. Una concepción anacrónica, fracasada, ruinosa: seguramente y yo así lo creo. Pero, vaya, algo que en medio de su fracaso podía ser respetado como una opción por la que la mayoría del país optó, a la espera de que la dura experiencia hiciera ver a la mayoría el gran error que estaba cometiendo y que no pocos veníamos advirtiendo desde el comienzo de esto. (Algunos estudiosos le han puesto a esa perspectiva el nombre de populista, dándole a esa palabra un sentido que va más allá del significado que habitualmente le damos en nuestras conversaciones. Pero no entremos en precisiones académicas).

Pero no. Ese proyecto se ha hundido en el fango. No sólo es que carece de épica. Se le ha querido construir una en torno a las fechas de febrero del 92 y de abril del 2002 que el tiempo se encargará de desmontar en toda su falsedad. Pero no es eso lo más importante. Al fin y al cabo, a no todo el mundo le es dado practicar el heroísmo y tampoco las formas más ostensibles de la valentía. Lo más decepcionante es el lodo moral. Personas que usted ve y oye cortándose las venas por “la revolución”, tienen tras de sí tinglados tras los cuales amasan fortunas. No es posible creer en la autenticidad de algo así. Otros procesos radicales que también fracasaron en países no muy lejanos, pueden sin embargo mostrar que en verdad soñaron con lo que intentaron construir. Pero no esta trapisonda.

Esto no tiene nada que ver con el grueso de lo que es habitual llamar “el pueblo chavista”. Las razones del respaldo que ha dado a Chávez buena parte de los sectores populares se nutre de variadas vertientes de diversa calidad, pero en ningún caso puede ser él responsabilizado de lo que los personeros de “la revolución” han hecho con la ética del “proceso”: volverla trizas. Si algo hay que censurar allí, es la tardanza, la resistencia, a ver, a admitir, la trama de corrupción en que ha parado lo que tantas esperanzas sembró, hace ya años.

Podemos verlo todo en la imagen que nos ofrece el ex magistrado que es hoy un testigo protegido de organismos norteamericanos. Un hombre destruido, derruido. Obligado a confesar cosas que exponen de forma traslúcida todo el entramado del degrado, del cual él mismo fue protagonista de primer orden hasta hace nada. La vida dirá si le da una segunda oportunidad. Para nuestros efectos, lo fundamental es que sus declaraciones nos ofrecen la imagen moral íntima de este “proceso”, roído en las entrañas por la carcoma de la corrupción y del cinismo: del cinismo, la etapa superior de “la revolución”.

dburbaneja@gmail.com

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1 comentario:

  1. El cinismo 'robolucionario' es la consecuencia, en cierta medida lógica, de la política comunicacional de este desgobierno, que hizo de la mentira el recurso persuasivo preferido y casi único del Estado, y de la frase goebeliana 'miente, que algo queda,' un perverso sustrato deontológico.
    Su lector de siempre,
    Andrés Simón Moreno Arreche

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