No todo fue tan malo en el quinquenio de
Nicolas Sarkozy, al contrario, el presidente puede irse con la cabeza en alto
El sketch humorístico era muy gracioso. El
terapeuta le preguntaba a la mujer "cuándo empezaron los problemas con su
marido". La mujer responde: "después de casarnos, cuando salíamos de
la iglesia..."
Así también los errores garrafales de Sarkozy, que le
costaron ayer la presidencia, empezaron apenas pocas horas de conocerse los
resultados que lo llevaron al Palacio del Elysée, la noche del 6 de mayo del
2007, cuando el candidato de "la Francia que se levanta temprano", el
hombre que defendería ante todo el mérito por sobre las rancias tradiciones de
la ultratradicionalista elite francesa, el "presidente del poder de
compra" defensor irrestricto de la clase media, se reunía con los más engolados
hombres de negocio del Hexágono en la ampulosa brasserie Fouquet's para
degustar exquisitos manjares, en la avenida chic de Champs Elysées, acto
simbólico que le penó por años y que finalmente terminó en febrero pasado por
reconocer como una chambonada brutal. El desatino está hasta documentado en una
entrada ad-hoc en Wikipedia: ver Soirée du Fouquet's du 6 mai 2007.
Es que en Francia las tradiciones, los ritos,
las maneras y los gestos importan. Muchísimo. Se dice que en EEUU cualquiera
puede llegar a ser presidente, algo que George W Bush demostró tristemente,
pero en Francia sólo los graduados de la ENA —la universidad de la elite—,
pueden optar a la primera magistratura (sólo a la señorita Vallejo se le ocurre
que la educación "gratuita" francesa no produce una elite). Sarkozy
hizo una carrera política jactándose de no ser un énarque, si bien el pillo
falló en mencionar que postuló las tres veces permitidas y fue rechazado (luego
se fue a Sciences Po donde no pudo terminar por hablar inglés como Tarzán). Eso
de ser un outisder era su gracia.
Pero a poco andar los franceses se dieron
cuenta que no estaban ante el genuino representante de la meritocracia, sino un
menudo personaje tan ambicioso como grotesco, que trapeó la solemnidad
republicana que exige ser le président de la république, un individuo que
apenas sabe hablar el francés, capaz de trenzarse a chuchada limpia con algún
heckler o algún periodista, hasta emborracharse en reuniones de alto nivel. Un
presidente que le gustan los yates y las modelos, o sea, que usó la presidencia
para darse los gustitos que la adusta carrera de político no le permitían. Su
omnipresencia, su hiperactividad, se volvieron agobiantes. Francia es un país
viejísimo que quiere que las cosas sean como han sido siempre: el presidente
bling bling era un bicho tan raro como desagradable.
Algunos trazarán paralelismos con Piñera. Hay
muchos parecidos. Ambos son petisos y feos, brazos cortos, pintamonos, a
quienes el dominio de la lengua es un arte que no manejan Verlos hablar da
nervio por sus incesantes tics. Ambos dicen defender principios de derecha pero
éstos son "flexibles". Piñera y Sarkozy son igualmente impopulares.
Ambos nacieron para ser presidentes. Claro, diferencias también hay entre
ambos, por supuesto. Para empezar, Piñera amasó una fortuna gracias a su
habilidad, quizás al filo de la legalidad, pero fortuna tiene al fin y al cabo.
Cuando Carla Bruni dice que ella y su marido son gente modesta, les creo.
Sarkozy quiso ganar plata pero nunca supo cómo. Pero además, la gran diferencia
es que mientras Sarkozy desbarró por completo al coquetear con el voto de
ultraderecha, Piñera está jodido porque no le hace cambio de luces a los
fachos: Piñera gobierna con ellos.
La lección que debe sacar todo gobernante es
que con el fascismo no se llega a ninguna parte. Yo el sábado pasado estuve en
un matrimonio de una gran amiga de Chanchi, de religión musulmana, descendiente
de tunisios. Su marido es de extracción blanca, por así decirlo, del massif
central. Ambos son ciudadanos franceses, nadie podría pensar lo contrario. Ese
pequeño melting pot que fue esta fiesta es una muestra de lo que ha sido
Francia siempre, una nación generosa y abierta, heredera de los próceres de
1789. Para el votante promedio, para el ciudadano de a pie, lo que diga el
Frente Nacional da vergüenza ajena. Es repelente. Es ajeno a la tradición
francesa. Las ideas repungantes del FN no se combaten adoptando su discurso,
sino ofreciendo resistencia con los valores fundacionales del país, que aunque
suene como horrible cliché, son la libertad, la igualdad, y la fraternidad. El
presidente aparte de bling bling empezó más encima a sonar como facho. El UMP
es un partido conservador moderado, enmarcado dentro de la tradición
republicana francesa. Nade debe hacer el UMP adoptando el tono del FN. Si esto
ocurre, el electorado debe sancionarlo. Y lo hizo.
La estrategia fue errada, pero, curiosamente,
en el plano económico, Sarkozy equivocó de rumbo, pero ni tanto tampoco. Hubo
logros como por ejemplo extender la jubilación, suavizar las 35 horas
semanales, defender los beneficios de la energía nuclear, echar cagando a
Gadafi, entre muchos otros. Desde que estalló la crisis Francia ha crecido a
paso de tortuga, pero no ha vuelto a contar un semestre de recesión. El poder
de compra se ha mantenido estable. La inflación está bajo control. El plan de
rigueur, la austeridad, se aplicó a la francesa, o sea con calma, no con la
violencia al otro lado del canal de la Mancha. Los británicos cayeron en
recesión, los franceses no. El grito de "Indignez-vous!" se escuchó
primero en Francia, pero no hubo indignados, ni hubo Occupy La Défense, el
distrito de negocios de París.
C'est l'économie, stupid
Ocurrió fue que esta lucha la empezaron
perdiendo los Krugman, los Stiglitz, y en general la brigada de lectores del
New York Times, pero al final, la brigada del Financial Times, y tímidamente
The Economist, han empezado a inclinar la balanza a favor de los primeros. Es
que la austeridad no está resultando. Sarkozy cometió lo que podríamos llamar
un error honesto.
Los franceses detestan los cambios bruscos,
quizás el fantasma de la Revolución y su posterior carnicería les pena en su
siquis colectiva. Reclaman y protestan por todo, pero es para evitar que se
acumulen pulsiones que estallen con violencia. El sistema de seguridad francés
resistió los embates de la crisis, y ahora los franceses, con ese froideur galo
tan característico, se preparan para lentamente comenzar las reformas que
necesitan. Así como nunca se dejaron llevar por la euforia anglosajona y sus
exuberancia irracional, ahora agradecen que su sistema de salud, de educación y
de seguridad social los haya protegido de la tempestad. Pero el sistema es al
mismo tiempo insostenible y un socialista es el hombre indicado para implantar
los cambios necesarios, sin los excesos brutales de la dupla Cameron-Clegg, que
terminó no sólo con el estallido social en Londres, sino más encima, con otra
recesión.
Es por esto que al final Sarkozy perdió, por
un margen muy estrecho. Todo ciudadano sabe de buena fe que Sarko es un tontón
pero no un xenófobo ni un homofóbico. Pero había que castigar su torpe
estrategia y hay que cambiar de rumbo después de un lustro presidencial tan
alocado como éste. Francia no pudo ganar el mundial de rugby porque vencer a
los All Blacks en su tierra era una osadía, pero los franceses recibieron con
una sentida ovación la hazaña de su equipo. Así también, creer que un sólo
hombre o una sola estrategia es capaz de terminar con la crisis es iluso.
Nicolas Sarkozy hizo lo que pudo y trató com energía hasta el final, y se
merece un aplauso. Es hora de dejar al presidente bling bling que disfrute su
era post-presidencia con su pequeño hijo y su hermosa mujer. Pero que se vaya y
que no vuelva. Au revoir.
chileliberal@gmail.com
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