Empecemos por definir el vocablo castigar: Imponer castigo al que ha
incurrido en una falta. Obligar a alguien a que sufra física o moralmente por
haber cometido alguna falta o haber tenido un mal comportamiento. Sus sinónimos
son: azotar, corregir, disciplinar, flagelar, fustigar, meter en cintura,
escarmentar.
Es éste un tema que nunca pierde actualidad; siempre estará presente de
generación en generación. El castigo físico, se utilizaba en las generaciones
más viejas de nuestros ancestros con sus hijos, siempre y por cualquier falta
por pequeña que fuera. Creían los padres de ese entonces, que así los levantarían
correctamente, con una disciplina férrea, con la creencia, que esa era la
manera más adecuada para hacer de ellos, personas de bien.
Los maestros o profesores a su vez, utilizaban la regla o cualquier
objeto parecido, con el convencimiento que “la letra entra con sangre”. De tal
educación, no vamos a decir que todo fue malo; por el contrario, sabemos que a
muchos les dio buenos resultados y sacaron hijos buenos trabajadores, honrados,
decentes, virtuosos, disciplinados y otras tantas cosas satisfactorias.
Pero…ahí viene lo peor: Algunos se excedían; las pelas que ellos llamaban así,
eran verdaderos martirios, suplicios, torturas; con excesos cometidos por
padres furiosos, casi dementes en el momento de aplicar el castigo.
Esos hijos e hijas, por el temor, por la angustia que tal reprimenda les
significaba, se sometían, obedecían, y prometían no volverlo a hacer. Otros,
más osados, más valientes o más rebeldes, encontraban otra solución: Volarse de
la casa; se iban a recorrer el mundo, aún en edades muy tempranas; algunos
regresaban, otros no. Factores como la
mala educación y la ignorancia, hacían de esos padres unos dictadores, unos
verdaderos tiranos, con un dominio absoluto de su esposa y de sus hijos; estos últimos,
con unos enormes traumas, que vinieron a exteriorizar en su vida adulta, con
graves repercusiones en su personalidad tan duramente maltratada.
Pasaron los años; una gran mayoría de esos hijos, siguieron el ejemplo
del castigo físico, de pronto, no tan exagerado como el aplicado por sus
progenitores, pero al fin y al cabo, también castigo, con consecuencias más
malas que buenas: Hijos disciplinados a la fuerza, con actitudes rígidas,
estrictas, que llevaron a estas nuevas generaciones a situaciones de rebeldía,
de no aguanto más y entonces, buscaron un desahogo, una liberación, en acciones
no tan santas: La droga, las malas compañías, la delincuencia, la prostitución,
el embarazo adolescente y esto llevó a las familias a determinaciones un tanto
equivocadas, tratando de salvar a niños y adolescentes.
Hoy, en este siglo XXI de enormes adelantos científicos, de alta
tecnología, de generaciones de niños y adolescentes precoces, que tienen tanto
para enseñarnos desde muchos puntos de vista, tenemos a un buen número de
padres que se preocupan por su educación, por su formación y han tratado a toda
costa de eliminar el castigo físico, recurriendo a la disciplina de la
privación, de la prohibición: ¿Te fue mal en el colegio o en la universidad?
Este fin de semana no sales, no recibes llamadas, no ves televisión ni te metes
en Internet.
Algunos padres hacen esto; pero aún quedan los que siguen con la
aplicación del castigo físico y además lo están haciendo con una crueldad
increíble. Martha Ordóñez, publicó su libro: ¿Dime cómo te castigaron y te diré
quién eres? Es un doloroso diagnóstico sobre la una y mil formas de castigo que
se aplican en los hogares Latinoamericanos y Venezuela no escapa de ello. Dice
la autora citada que: “Esta forma de crianza, no conduce a enseñar valores,
sino que es un factor generador de intolerancia y violencia. No hay derecho a
que traigamos hijos al mundo, para destruirlos por fuera y por dentro. Nos
preguntamos: ¿Por qué tenemos una sociedad tan violenta?”
britozenair@gmail.com
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