Los venezolanos estamos
convencidos de que esto no puede ni debe continuar. No vale la pena seguir
emborronando cuartillas con diagnósticos súper conocidos, pero sin recetas
disponibles, hasta ahora, para poner punto final a los males.
El oficialismo se
empeña en endosar la culpa a quienes no han tenido nada que ver con los
disparates actuales, apelando a la cansona y ridícula retórica contra el
imperio, la oligarquía, los ricos. que ya nadie tolera por falsa y fastidiosa.
En la oposición generalmente nos agotamos en sacarle punta al diagnóstico sin
proponer con audacia y coraje soluciones concretas a problemas primarios. No es
que no existan esas soluciones. Las hay, pero plantearlas en forma supone la
disposición de confrontar al adversario sobre la base de alternativas
democráticas inexistentes para el castro-chavismo.
Para la oposición la ruta
democrática está abierta, aunque preñada de peligros graves. Campaña electoral
más o menos normal, elecciones victoriosas el 7-O, proclamación y toma de
posesión de Capriles, entrega pacífica (¿?) del poder e inicio de la
reconstrucción institucional que necesita, como paso previo, el desalojo del
poder de los bárbaros actuales. Tenemos la obligación de prepararnos para
cumplir exitosamente con este proceso, si queremos estar a la altura de lo que
se espera de un Capriles Radonski como Presidente.
La transición para el
oficialismo está preñada de incertidumbres crecientes. Les impiden hasta el más
sereno y elemental diagnóstico. Para ellos la transición también se inició.
Puede ser con Chávez o sin Chávez, pero en una u otra coyuntura, con la firme
decisión de no entregar el poder, de no perder los “alcances” de la revolución
socialista del siglo XXI. Nadie puede predecir si Chávez vivirá hasta las
elecciones, si se curará el cáncer que lo agobia y no lo deja gobernar, ni en
que condiciones quedará para ser candidato, para entregar el
testigo a otro en caso de no poder serlo e incluso, en el caso de ganar, de
verse impedido de ejercer la presidencia a plenitud. El drama es tremendo. No
hay un líder civil o militar en condiciones de asumir el reto, de calzar las
botas de Chávez, ni con la vocación desbordada de poder que lo lleva a lo que
sea necesario para mantener un poder que empieza a hacer agua.
El alto mundo militar
desconfía, con razón, del oficialismo civil. Mediocres importantizados,
enriquecidos groseramente, cegados por el facilismo derivado del control
absoluto del dinero y del crédito. Son oficiales que, con las excepciones
conocidas, acompañan el proyecto desde antes del 4F-92, mas de veinte años y se
preparan para ser los garantes de la continuidad del mismo, de que la
revolución no se perderá, pase lo que tenga que pasar con Chávez. El problema
está en que son muy mal vistos en sus componentes por razones iguales o peores
a las que atribuyen a los civiles. El camino se despeja para la
institucionalidad constitucional que quiere mantener la mayoría del mundo
militar.
oalvarezpaz@gmail.com gmail.com
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