La
Venezuela que tenemos está hirviendo, como la rana de la metáfora de Olivier
Clere.
Imagine
una cacerola llena de agua fría en la cual nada tranquilamente una pequeña
ranita. Un fuego se enciende debajo de la cacerola y el agua se calienta
lentamente. La rana se siente feliz nadando en el agua tibia. La temperatura
sigue subiendo. La rana ya no puede gozar y se siente cansada pero no se
asusta. Ahora, el agua está tan caliente que la rana la encuentra desagradable
pero está muy debilitada y no puede hacer nada. La temperatura continúa
subiendo hasta que la ranita termina su vida, hervida.
En
otras palabras: algunos cambios ocurren lentamente y escapan de nuestra
conciencia, ocasionando acostumbramiento y, al final, anulación de nuestra
capacidad psicológica de reacción, de oposición y de revuelta. Y liquidación de
la vida.
Verbigracia:
el chavismo en Venezuela.
La
Venezuela de hoy, por ejemplo, no es la misma de 1998.
En
1998, nuestro país estuvo nadando en el agua tibia de la campaña electoral del
chavismo, full de promesas que crearon la falsa ilusión de contar con un
brillante futuro de manos de una persona auténtica, democrática y hacedor de
milagros, casi un Mesías. Hasta yo voté por él.
Luego
vino la luna de miel, inducida por aquella psicosis chavista, pero de corta
duración porque el país se dio cuenta que aquella persona auténtica y
democrática era todo lo contrario: mitómano, socialista, comunista, hijo
putativo de Fidel Castro y heredero, por derecho adquirido, de la nefasta
revolución cubana. Pero todos lo pensamos demasiado tarde. Tremendo pelón.
A
los 14 años de aquel pelón, la Venezuela de hoy es otra cosa: ya no es un país.
Es un expaís que está hirviendo como la rana. Un expaís sin credibilidad,
endeudado, polarizado y al borde de la ruina.
Es
como un paciente de emergencia: politraumatizado, con múltiples fracturas,
hematomas, vendajes y curitas, después del arrollamiento fatal de la política
chavista y su filosofía esquizoide de un socialismo del siglo XXI que, al
final, ha resultado ser el mismo modelo fracasado del comunismo del siglo XIX,
padre de la ruina.
Y es
un expaís de venezolanos acostumbrados, que han invertido sus valores hasta tal
punto que lo inaceptable de ayer es lo aceptable hoy. Por eso, ya resulta común
y sin sorpresas: las 45 muertes violentas de cada día, asaltos o atracos;
invasiones o expropiaciones de la propiedad privada; un gobierno que viola a su
antojo la Constitución Nacional, un Presidente que gobierna, no desde nuestro
país, sino desde Cuba, repartiendo nuestros recursos como le da la gana. Y lo
más grave: con pérdida de la capacidad psicológica de reacción, de oposición y
de revuelta.
Ante
este fatal acostumbramiento, no sería extraño ver que algunos venezolanos
sientan nostalgia por las mentiras de este gobierno mitómano, las cadenas
nacionales y la autocracia disfrazada con la Ley Habilitante.
Es
la Venezuela que tenemos y no queremos: con compatriotas nadando en el agua
tibia de la cacerola chavista o muertos de indolencia, mirando desde lejos la
ruina de nuestro país que hierve en la quinta paila del atraso. Por deterioro
moral. Colapso de la economía. Declinación de la productividad. Limitación de
la libertad de expresión. Represión de la religión. Y por centenares de
violaciones de los derechos humanos.
Y,
aunque los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, Venezuela no merece
este gobierno tan perverso.
Amén.
riverovfrancisco@hotmail.comEL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
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