jueves, 12 de abril de 2012

ALBERTO JIMÉNEZ URE / INSTITUCIONALIDAD UNIVERSITARIA SIN «MAJADERÍA REVOLUCIONARIA»

«En estos aciagos tiempos, es inocultable que las universidades públicas están degenerándose a causa de la discordia política instigada por jerarcas del Funcionariado Mayor Revolucionario»
Formalmente, las corporaciones son organismos compuestos por personas que laboran en pro de un mismo fin. En el caso de las universidades gratuitas, que están todavía distantes de la posibilidad de ser calificadas como tales, abundan grupúsculos con disímiles intereses: lo cual las convierte en instituciones atomizadas.
En nuestras públicas universidades, todos piensan, desean y actúan como que se les antoja. No existen concretos y corporativos proyectos. Sectores de estudiantes violentos, por ejemplo, destruyen sus instalaciones sin reflexionar respecto al daño que ocasionan al país y a quienes están por venir. Y ciertos profesores, con su inconcebible apoyo a la insurgencia juvenil, igual la socavan.
Los recursos financieros, que podrían destinarse a distintas y serias investigaciones, a editar libros científicos o humanísticos, suelen dispersarse en asuntos frívolos u ostentación. Quienes se adhieran a la tesis según la cual las universidades nacionales deben convertirse en corporaciones son, de inmediato, execrados. Acto reflejo del subdesarrollo intelectual, lo relevante para los trabajadores de la Educación Superior  (docentes, empleados, obreros) es proseguir con absurdas y vacuas consignas: y, por supuesto, las tradicionales «pugnas políticas» por la consecución de mandos. En realidad, durante décadas, quienes han representado jurídicamente al Estado no han favorecido, con presupuestos dignos, a las universidades «autónomas»: pero, si las han infectado de vandalismo y resentimientos.
 [¿Qué promover para mejorar la «institucionalidad universitaria»?]
En primer lugar, es menester descartar la nefasta idea de insistir en la errática postura según el cual el Estado  debe (sempiternamente) financiar universidades gratuitas o públicas. La mayoría descuida o desestima lo que no ha obtenido mediante el esfuerzo personal: nadie llora a muertos inidentificables ni multiplica fortunas de ilícita procedencia.
Las dos últimas constituciones de la República (¿«Bolivariana»?) de Venezuela han santificado la «educación gratuita». En la Postmodernidad y dada las circunstancias en las cuales nuestro país ha sido económicamente depredado, resultan insostenibles para el Estado  las megaerogaciones. 
Además, el modus educativo «socialista» ha fracasado en el mundo: porque no instruye, fomenta adhesiones ridículas, «ideas mohosas» y «comportamientos parasitarios». Es fundamental invertir en la «enseñanza básica», lo admito, pero no en esa especie de «títulos nobiliarios» representados en licencias académicas.
Los habitantes de Latinoamérica deberíamos rechazar el nefasto «populismo». Necesitamos comprender y admitir que es impostergable pagar por la instrucción superior,  como lo hacemos por los lujos. La «Educación Básica» no lo es: pero, sí la «Superior». La mayoría de quienes se la procuran lo hacen con el propósito de merecer un «status de existencia» privilegiado: en una sociedad uniformada en la miseria, escasez o austeridad, jamás en la riqueza. Un gran porcentaje de estudiantes universitarios proviene de la Clase Media y Clase Media Alta. Los de «bajísimos recursos» conforman menos de la mitad de los adscritos a las instituciones públicas para la Educación Superior.
En Mérida, por ejemplo, muchos estudiantes provienen de distantes ciudades. Es imposible para padres de modestas remuneraciones (Clase Media Baja o simplemente Baja) enviar a sus hijos a cursar en una universidad situada en otro lugar. Los gastos son elevados: transporte, alquiler de habitación, higiene personal, libros (...). Podemos deducir que no son de «miserable» procedencia.
La Educación Superior  no tendría por qué tergiversarse y podría estar destinada exclusivamente para quien tenga vocación. En una sociedad de valores distorsionados, como la venezolana, obtener una licenciatura o doctorado es suficiente requisito para exigir distinguidos puestos en la «Burocracia Parasitaria» (a los jerarcas del «Funcionariado Mayor de Estado» no les importan los méritos del ciudadano ni su propensión al trabajo honesto y arduo, sólo su adhesión incondicional al sistema que impere). Sostengo que no se requiere vivamos regidos por un «Sistema Comunista» para que fomentemos transformaciones en materia de «Igualdad», «Fraternidad» y «Justicia». El Comunismo es una chatarra filosófica-política.
Pienso que el «abismo remunerativo» entre la «Casta del Clientelismo Revolucionario» y el resto de los ciudadanos es doloroso, inmoral, mezquino y explosivo. No es de la Justicia que los jerarcas del «Funcionariado Mayor de Estado» exhiban, soberbios, un dispendioso estilo de vida mientras los obreros o empleados de organismos públicos experimenten penurias.
No es tampoco inteligente difundir, en los medios de comunicación nacionales, ideas que denigren a la persona por su condición laboral o social. Un artesano, zapatero, obrero de la construcción o aseador de calles es un ser humano: tan respetable como cualquier profesional universitario, intelectual, asambleísta, alcalde, gobernador o ministro. El día cuando ello sea entendido mejorará, sin necesidad de imponer «doctrinas políticas de factura criminal», la calidad de vida de los habitantes. Ya nadie buscará, con avidez, un título universitario ni se obsesionará por ejercer una carrera para la cual (en realidad) no sirve e intentará aprender el oficio para el cual sea apto.
Para aproximarse a lo que son las corporaciones, las universidades públicas necesitan depurarse de la «majadería revolucionaria»: deshacerse de los agitadores que convierten las instituciones académicas en «centros de convenciones» para la plática o discusión repetitiva, estéril y fatua alrededor de temas que suelen empantanarla.
 [Selección de personal con aptitudes]
La «selección de personal con aptitudes» debe realizarse sin influencias políticas o de otra índole (condición social o raza, entre otras). Quien ingrese debería someterse a «despojamientos psíquicos» (liberación de absurdos prejuicios, supersticiones, odios de clase, resentimientos, banalidades ideológicas). Las universidades corporativas exigen hombres y mujeres que la amen, cuiden y protejan de los parásitos. Requieren gente inagotable, proba, racional, disparada hacia el futuro.
Los sindicados, asociaciones de profesionales y federaciones de trabajadores de la Educación Superior desaparecerían: porque, sin presiones, todos lograrían sueldos ajustados a la realidad. Lucharíamos por una patria autosuficiente: cuyos habitantes pudieran competir humanística, científica  y tecnológicamente  con la oferta foránea.
La institucionalidad universitaria necesita experimentar acelerados cambios: auténticas transformaciones. Sus autoridades no deberían verla como un objeto para su disfrute personal o figuración pública. Tienen la obligación moral de fortalecerla, pujar para convertirla, final y felizmente, en una infalible corporación: y no en una cada vez más gigantesca «casa de vecindad» o «albergue de malvivientes».
jimenezure@hotmail.com
/albertjure@gmail.com

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