«En estos aciagos tiempos, es inocultable que las universidades públicas están degenerándose a causa de la discordia política instigada por jerarcas del Funcionariado Mayor Revolucionario»
Formalmente,
las corporaciones son organismos compuestos por personas que laboran en pro de
un mismo fin. En el caso de las universidades gratuitas, que están todavía
distantes de la posibilidad de ser calificadas como tales, abundan grupúsculos
con disímiles intereses: lo cual las convierte en instituciones atomizadas.
En
nuestras públicas universidades, todos piensan, desean y actúan como que se les
antoja. No existen concretos y corporativos proyectos. Sectores de estudiantes
violentos, por ejemplo, destruyen sus instalaciones sin reflexionar respecto al
daño que ocasionan al país y a quienes están por venir. Y ciertos profesores,
con su inconcebible apoyo a la insurgencia juvenil, igual la socavan.
Los
recursos financieros, que podrían destinarse a distintas y serias
investigaciones, a editar libros científicos o humanísticos, suelen dispersarse
en asuntos frívolos u ostentación. Quienes se adhieran a la tesis según la cual
las universidades nacionales deben convertirse en corporaciones son, de
inmediato, execrados. Acto reflejo del subdesarrollo intelectual, lo relevante
para los trabajadores de la Educación Superior
(docentes, empleados, obreros) es proseguir con absurdas y vacuas
consignas: y, por supuesto, las tradicionales «pugnas políticas» por la
consecución de mandos. En realidad, durante décadas, quienes han representado
jurídicamente al Estado no han favorecido, con presupuestos dignos, a las
universidades «autónomas»: pero, si las han infectado de vandalismo y
resentimientos.
[¿Qué promover para mejorar la
«institucionalidad universitaria»?]
En
primer lugar, es menester descartar la nefasta idea de insistir en la errática
postura según el cual el Estado debe
(sempiternamente) financiar universidades gratuitas o públicas. La mayoría
descuida o desestima lo que no ha obtenido mediante el esfuerzo personal: nadie
llora a muertos inidentificables ni multiplica fortunas de ilícita procedencia.
Las
dos últimas constituciones de la República (¿«Bolivariana»?) de Venezuela han
santificado la «educación gratuita». En la Postmodernidad y dada las
circunstancias en las cuales nuestro país ha sido económicamente depredado,
resultan insostenibles para el Estado
las megaerogaciones.
Además, el modus educativo «socialista» ha
fracasado en el mundo: porque no instruye, fomenta adhesiones ridículas, «ideas
mohosas» y «comportamientos parasitarios». Es fundamental invertir en la
«enseñanza básica», lo admito, pero no en esa especie de «títulos nobiliarios»
representados en licencias académicas.
Los
habitantes de Latinoamérica deberíamos rechazar el nefasto «populismo».
Necesitamos comprender y admitir que es impostergable pagar por la instrucción
superior, como lo hacemos por los lujos.
La «Educación Básica» no lo es: pero, sí la «Superior». La mayoría de quienes
se la procuran lo hacen con el propósito de merecer un «status de existencia»
privilegiado: en una sociedad uniformada en la miseria, escasez o austeridad,
jamás en la riqueza. Un gran porcentaje de estudiantes universitarios proviene
de la Clase Media y Clase Media Alta. Los de «bajísimos recursos» conforman
menos de la mitad de los adscritos a las instituciones públicas para la
Educación Superior.
En
Mérida, por ejemplo, muchos estudiantes provienen de distantes ciudades. Es
imposible para padres de modestas remuneraciones (Clase Media Baja o
simplemente Baja) enviar a sus hijos a cursar en una universidad situada en
otro lugar. Los gastos son elevados: transporte, alquiler de habitación, higiene
personal, libros (...). Podemos deducir que no son de «miserable» procedencia.
La
Educación Superior no tendría por qué
tergiversarse y podría estar destinada exclusivamente para quien tenga
vocación. En una sociedad de valores distorsionados, como la venezolana,
obtener una licenciatura o doctorado es suficiente requisito para exigir
distinguidos puestos en la «Burocracia Parasitaria» (a los jerarcas del
«Funcionariado Mayor de Estado» no les importan los méritos del ciudadano ni su
propensión al trabajo honesto y arduo, sólo su adhesión incondicional al
sistema que impere). Sostengo que no se requiere vivamos regidos por un
«Sistema Comunista» para que fomentemos transformaciones en materia de
«Igualdad», «Fraternidad» y «Justicia». El Comunismo es una chatarra
filosófica-política.
Pienso
que el «abismo remunerativo» entre la «Casta del Clientelismo Revolucionario» y
el resto de los ciudadanos es doloroso, inmoral, mezquino y explosivo. No es de
la Justicia que los jerarcas del «Funcionariado Mayor de Estado» exhiban,
soberbios, un dispendioso estilo de vida mientras los obreros o empleados de
organismos públicos experimenten penurias.
No
es tampoco inteligente difundir, en los medios de comunicación nacionales,
ideas que denigren a la persona por su condición laboral o social. Un artesano,
zapatero, obrero de la construcción o aseador de calles es un ser humano: tan
respetable como cualquier profesional universitario, intelectual, asambleísta,
alcalde, gobernador o ministro. El día cuando ello sea entendido mejorará, sin
necesidad de imponer «doctrinas políticas de factura criminal», la calidad de
vida de los habitantes. Ya nadie buscará, con avidez, un título universitario
ni se obsesionará por ejercer una carrera para la cual (en realidad) no sirve e
intentará aprender el oficio para el cual sea apto.
Para
aproximarse a lo que son las corporaciones, las universidades públicas
necesitan depurarse de la «majadería revolucionaria»: deshacerse de los
agitadores que convierten las instituciones académicas en «centros de
convenciones» para la plática o discusión repetitiva, estéril y fatua alrededor
de temas que suelen empantanarla.
[Selección de personal con aptitudes]
La
«selección de personal con aptitudes» debe realizarse sin influencias políticas
o de otra índole (condición social o raza, entre otras). Quien ingrese debería
someterse a «despojamientos psíquicos» (liberación de absurdos prejuicios,
supersticiones, odios de clase, resentimientos, banalidades ideológicas). Las
universidades corporativas exigen hombres y mujeres que la amen, cuiden y
protejan de los parásitos. Requieren gente inagotable, proba, racional,
disparada hacia el futuro.
Los
sindicados, asociaciones de profesionales y federaciones de trabajadores de la
Educación Superior desaparecerían: porque, sin presiones, todos lograrían
sueldos ajustados a la realidad. Lucharíamos por una patria autosuficiente:
cuyos habitantes pudieran competir humanística, científica y tecnológicamente con la oferta foránea.
La
institucionalidad universitaria necesita experimentar acelerados cambios:
auténticas transformaciones. Sus autoridades no deberían verla como un objeto
para su disfrute personal o figuración pública. Tienen la obligación moral de
fortalecerla, pujar para convertirla, final y felizmente, en una infalible
corporación: y no en una cada vez más gigantesca «casa de vecindad» o «albergue
de malvivientes».
jimenezure@hotmail.com
/albertjure@gmail.com
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