En América
Latina, hay dos “procesos”, para usar la muy manida expresión de los amigos del
señor Chávez. Por una parte está el proceso que, en tiempos en los que estamos,
se ha hecho “tradicional” por común. Es el proceso que, normalmente, han
conducido los gobiernos del Continente que siguen ciertos patrones establecidos
y ciertas “recetas”, casi siempre provenientes de regiones e instituciones
extrañas a nuestra realidad. Ha habido un “modelo” --digamos tradicional-- de gobernar que no atiende directa, verdadera
y sinceramente las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías de
nuestros pueblos, que se sienten y están al margen, excluidos de la atención y
de los propósitos de sus gobernantes. Que más parecieran ser “rellenos”, apenas
útiles para legitimar gobiernos, pero que no son centro de preocupación ni
objetivo principal de los planes, programas e intenciones de éstos.
Los rostros
verdaderos de ese pueblo doliente se ocultan tras montañas de papeles que la
burocracia genera en su estolidez, para ser olvidados en “importantes”
reuniones que multiplica la dirigencia. Mientras, los partidos políticos, que
se han ido alternado en gobiernos de
nuestros paises, de manera progresiva han venido perdiendo apoyo real y no
cuentan más con aquéllas multitudes que, entusiasmadas, los respaldaron y
acompañaron en el pasado.
Debo confesar
que estamos en un vacío que, por omisión, hemos dejado abrir quienes no
compartimos ni el populismo, ni el llamado neo-liberalismo salvaje y menos aún
ese cadavérico proyecto de “socialismo del siglo XXI”, propiciado por los
eternos derrotados de la ultra-izquierda latinoamericana, reliquias de un
pasado doloroso que fue enterrado bajo el Muro de Berlín. Están imbuidos, ellos, en el “proceso” tan
caro al señor Chávez y a su corte de alucinados.
Pero, al menos
en América Latina, los pueblos que tanto ellos invocan --pueblos de los excluidos, de los
desamparados, de los marginales-- han
entendido que solamente ellos mismos y sólo mediante sus propias acciones de empeño
y tenacidad, alcanzarán, más temprano que tarde, acceder a los derechos y
beneficios de una vida digna en Sociedad, como corresponde a la condición de
persona humana que el Creador a todos ha regalado. Ignoran, los actores del
proceso que está haciendo aguas en Venezuela, todo lo que estos pueblos están
trabajando, en el tiempo presente, por rescatar su dignidad.
Ignoran que
los llamados “pobres,” desde hace màs 20 años, se están organizando desde la
frontera norte de México hasta Tierra del Fuego. Que están tomando en sus
propias manos la gestión de sus vidas personales y familiares mediante acciones
concertadas a través de diversas formas comunitarias de organización y de
acción, pero no para hacer ninguna guerra, ninguna revolución de destrucciones
y venganzas, sino para no depender de los cantos de sirena de un liderazgo en el
que ya no creen, el peor de ellos el de nuestra más reciente y presente
experiencia venezolana.
Ignoran que
los esfuerzos de estos “pobres” están creciendo desde las bases donde hoy
habitan y están logrando progresiva,
pero sistemáticamente, conquistar cuotas importantes de poder en gobiernos
locales. Hay ejemplos, desde hace más de veinte años, en multitud de
localidades del Continente. En Perú, para dar algunos lugares, en la propia
ciudad de Lima; en Cuenca, Ecuador; en Sao Paulo; en Manizales de Colombia; en
varias zonas de Buenos Aires; en Talca, Chile; en Montevideo; en Quetzaltenango
de Guatemala; en la región de Pará en Brasil; también en Brasil en Fortaleza y
Maruhuapí; en Bolivia, en las cercanías de Cochabamba; en Santiago de Chile las
mujeres mapuches; en todo el Uruguay...
¿QUÉ HAN LOGRADO?
A veces
apoyados por ONGs, pero en igual proporción mediante actuaciones generadas a
partir de sus propias organizaciones, han creado Mesas de Concertación que son
verdaderos consejos de articulación entre el poder público local y municipal
con las ONGs y los grupos de participación; han logrado compartir atribuciones
con los Concejos Municipales en cuanto a las decisiones que les atañen.
Han alcanzado
llevar a su realización propuestas que provienen del sector popular; han
constituido Foros Mixtos para el desarrollo económico de sus zonas; han hecho
que sean reconocidas diversas expresiones de economías informales; han cambiado
usos de suelos de zonas urbanas; han creado bancos de segundo piso; han incidido en intervenciones en las que se
reconoce al sector informal en áreas de servicios públicos, campo ambiental,
recolección y aprovechamientos de desechos y basuras.
Existen
Concejos Municipales que se han entendido con representantes de la Comunidad
organizada y no solamente los ediles electos, para aprobar presupuestos
participativos con posibilidades de que los pobladores determinen y controlen
las secciones y partidas que se destinan a ellos; han logrado que se
constituyan Fondos para financiar grupos de productores populares; han
propuesto, como derechos constitucionales, políticas que concibe la población
organizada; han hecho crear mecanismos contra su exclusión informativa.
En materia de
hábitat y vivienda, hay importantes acciones de gestión participativa a niveles
de barrio, sector, calle, etc. En Argentina, por ejemplo, hay regadas en casi
todo el territorio de esa Nación muchas organizaciones sociales integradas por
vecinos y empleados que han desarrollado cooperativas de participación comunitaria,
las cuales, con autogestión (que no es necesariamente autoconstrucción),
proveen servicios, construcción y mejoramiento de viviendas y pueden
administrar directamente fondos públicos consignados para ello. Una de
ellas --hace ya veinte años-- controlaba
el 40 por ciento de los ingresos municipales recaudados mediante impuestos y
derechos de construcción en su Municipio. Hay multitud de casos de Fondos
Rotativos de créditos para financiamientos de cooperativas y organizaciones
comunitarias de vivienda. En el Uruguay, después de tres décadas, han
desarrollado y fortalecido el sistema de cooperativas de vivienda de ayuda
mutua, cuya Federación es, tal vez, la organización popular más importante de
ese país, incluidas las Centrales de trabajadores, y una de las expresiones
populares de mayor fuerza en el sub-continente.
El proceso
popular en lo que concierne al hábitat no se limita a la producción social de
éste y las viviendas, sino que interviene en temas como los de: la educación
formal; abasto y consumo; salud en cuanto a atención y prevención; seguridad
interna de sus zonas; equipamientos urbanos en general; cultura y deportes; atención de grupos
especiales, sean por defecto o por exceso; trabajos de atención para niños,
jóvenes y ancianos; mejoramiento ambiental, con casos en los que tratan el agua
y con ella se cultivan flores que generan economías. Hay, por lo demás,
innumerables formas de generar recursos. Con ellos se fortalecen las economías
populares.
Toda esta
acción popular comunitariamente organizada, supone, como es obvio, una fuerte
incidencia en el refuerzo de la lucha por los valores democráticos. La
organización popular es esencialmente democrática, porque en ambientes de
opresión y sin libertades no florecen las indispensables armonía, solidaridad y
entendimiento entre los seres humanos.
Durante la
última década el crecimiento del otro proceso, que no es dirigido ni manipulado
por gobiernos o partidos, ha sido enorme. Si hace diez años había unas
quinientas municipalidades que, en la América del Sur y en íntima relación con
sus comunidades, desarrollaba tales actividades, esa cifra, para el presente,
debe ser multiplicada por diez. El crecimiento y desarrollo de “el otro
proceso” es continuo e irreversible.
Ese es el otro
proceso. El proceso propio de esas mayorías que han sido llamadas marginales y
excluidas porque no habían tenido acceso a los beneficios de la vida en
Sociedad. La democracia, para esa parte
sufriente de pueblo que es el pueblo nuestro, es cada vez menos un conjunto
abstracto de postulados según los cuales cada uno es “ciudadano”, abstracto
sujeto de derechos intangibles e inalcanzables, para venir a constituirse,
sobre la aspiración de realidades concretas que corresponden a las necesidades
de un hombre situado, como lo llamó George Burdeau, esto es, inserto en un
tiempo y en un espacio reales y en contacto con semejantes, también reales, con
quienes comparte aspiraciones, pretensiones, angustias, ilusiones y esperanzas.
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