Nuestros maestros de la
Democracia Cristiana nos enseñaron que los pueblos no votan ni por el pasado ni
por agradecimiento. Lo que se les da o la obras materiales que los benefician,
son obligaciones del estado-gobierno a lo que tienen pleno derecho. Votan por
la esperanza. Esto significa que aspiran progresar en el camino de la movilidad,
hacia arriba. Mientras más avanzan menos necesitan la asistencia social.
Existe en todos los
humanos responsables las ganas de vivir en un país capaz de garantizarles la
seguridad de sus personas y bienes, de tener la posibilidad, con el esfuerzo
sostenido, de formar decentemente a una familia. Educar a los hijos,
garantizarles techo, educación, salud, comida y vestido. Tener acceso a los
servicios básicos y, especialmente, a la administración de justicia, en fiel apego
a la Constitución y las leyes. En definitiva, de abrirle a los hijos más y
mejores oportunidades ante la vida que las tenidas por cada uno de nosotros. Es
así como se mide el verdadero desarrollo de las naciones. No sólo por los
recursos naturales, barriles de petróleo o reservas de oro. En definitiva no
significan mayor cosa si lo primero no está plenamente garantizado.
A estas alturas no
podemos limitarnos a especulaciones teóricas sobre ideologías o tendencias
políticas matizadas por ellas, mucho menos cuando están marcadas por dosis de
hipocresía que las deslegitiman al contrastarlas con la dura realidad. Podemos
hacerlo. Discutir en planos superiores no es necesariamente inútil, pero
agotarnos en eso es una verdadera estupidez. Hay que tener claro lo que sirve y
lo que no sirve, lo útil y lo perjudicial para los pueblos. Lo bueno y lo malo.
No se trata de agotarnos en hablar de derechas o izquierdas, de capitalismo o socialismo, de estatismo
centralizado o de libertad esencial para que cada cual sea dueño de su destino.
La idea es encontrar y mantener el rumbo que haga posible la vigencia de la
dignidad de la persona humana, la perfectibilidad de la sociedad civil y la
justicia social como instrumento para alcanzar el bien común. No es complicado
visualizarlo. Lo difícil es tener el coraje y la mística para romper con tantos
vicios y corruptelas del pasado y del presente.
Lo peor del pasado
son las desviaciones del presente, del actual régimen castro-chavista. En
nombre del socialismo comunistoide a la cubana que pretenden imponer, trabajan
contra toda esperanza. La ha matado la obsesión personalista y totalitaria del
enfermo. No hay esperanza de un futuro mejor con este régimen. Henrique
Capriles Radonski le está devolviendo a Venezuela la fe y la alegría. El
renacer de la esperanza está en sus manos, pero la responsabilidad del éxito en
la de todos los que creemos en la libertad y en los valores fundamentales de la
democracia. Lo peor del pasado termina con Chávez. Ojalá y no se les ocurra
intentar sobrevivir de mala manera. Será peor para ellos.
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 12 de
marzo de 2012
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