lunes, 26 de marzo de 2012

MARÍA SAENZ QUESADA: CÁDIZ, LOS LIBERALES Y NOSOTROS. LA ESPAÑA EJEMPLAR

El Bicentenario de la Constitución de Cádiz, proclamada el 19 de marzo de 1812, se celebró en la península como el antecedente moderno de la democracia española, con elogios al espíritu “doceañista” por su liberalismo, su rechazo del absolutismo como sistema de gobierno y porque enfatizó la necesidad de educar al pueblo.

En la Argentina el aniversario interesa poco, en parte porque las relaciones bilaterales no atraviesan un buen momento en lo económico, y en parte también porque en el imaginario cultural el vocablo liberalismo, vaciado de su contenido original, se asocia con ciertos excesos de la economía capitalista que fueron aplicados hace años  por el mismo partido que hoy está en el gobierno, entonces entusiasta del consenso de Washington y ahora vuelto a sus raíces nacionalistas. 

Sin embargo, Cádiz  y el espíritu liberal que allí se vivía en la época del asedio por los franceses durante la guerra contra Bonaparte (1808-1812), tuvo fuerte influencia en el proceso de las independencias americanas. Es clásico el ejemplo de San Martín, Alvear y los patriotas de la Logia Lautaro, que compartieron ideas y proyectos durante su residencia en este puerto andaluz.

La guerra contra los franceses y el cautiverio del rey Fernando VII dieron  la oportunidad al liberalismo español de levantar cabeza, dejar de ser un asunto de minorías y buscar apoyo popular. Las Cortes que empezaron a funcionar en Cádiz a mediados de 1810, con 300 diputados –sesenta de ellos americanos–, debatieron el tema de la Constitución política de la monarquía española. En la discusión, los liberales se impusieron a los serviles (absolutistas).
Representó un avance fundamental definir que “la soberanía reside esencialmente en la nación” y que “la nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. No menos  importante fue la incorporación del término ciudadano para los vecinos de los dominios españoles de ambos hemisferios (si bien los originarios de Africa debían hacer méritos especiales para obtener carta de ciudadano). El capítulo dedicado a la instrucción pública establecía que en todos los pueblos habría escuelas de primeras letras y que todos los españoles tenían libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia.
En las Provincias del Río de la Plata,  la Constitución se leyó con la avidez con que se recibían las novedades de España, aun en tiempos de guerra. Los proyectos constitucionales presentados a la Asamblea de 1813, y los trabajos pioneros del deán Gregorio Funes, se inspiraron en ella. Pero como ha observado el jurista Jorge R. Vanossi, la Constitución gaditana fue el resultado de una transacción entre liberales y  absolutistas, que respetaba la forma de gobierno monárquica, consideraba a la religión católica única verdadera y prohibía el ejercicio de cualquier otra, y  mantenía la administración de Justicia en nombre del rey. Por todo eso, no constituye el antecedente de nuestra Constitución de 1853, republicana y federal.
Las Cortes fueron un laboratorio donde se gestaron ideas que echaron a andar en tiempos revueltos. Un laboratorio a la andaluza: en la ciudad, asediada por el ejército más poderoso de la época, los vecinos se daban el gusto de charlar en los cafés, bailar en las calles y asistir a funciones de teatro, todo a tiro de cañón de los sitiadores.
Para evocar ese clima, están las memorias de Antonio Alcalá Galiano, entretenidas y noticiosas. No le van en zaga las memorias del general Tomás de Iriarte, oficial nacido en Buenos Aires y educado en España, que todavía adolescente sirvió en el Sitio y presenció las sesiones de las Cortes en el templo de San Felipe Neri, de bella planta elíptica:
“Los debates eran muy acalorados entre los dos partidos de serviles y liberales –dice– y así siempre se sacaba algún provecho de asistir, pues las cuestiones que se ventilaban eran generalmente del mayor interés. Fue entonces que se arraigaron en mi corazón las nuevas doctrinas y el amor a la libertad, llenándome de entusiasmo, que me ha costado después repetidas y crueles persecuciones de que siempre me vanaglorié por haber sufrido en defensa de una causa justa” (Memorias de Iriarte, prologadas por Enrique de Gandía).
En efecto, el sueño de los “doceañistas” fue breve. Al regreso de su cómodo cautiverio en Francia, Fernando VII abolió la Constitución, “enterrada” en funerales grotescos. El decreto resultó popular. La idea constitucional no había arraigado todavía.
Sin embargo, el texto de 1812 sobrevivió en el tiempo y fue modelo en otros países de Europa. Destaca el historiador François Chevalier como aporte de las Cortes de Cádiz, el éxito de la voz española “liberal” y “liberalismo” para designar el modelo de modernidad política fundado en la soberanía del pueblo.
¿Habría podido el liberalismo español recomponer la relación con las colonias americanas, sobre la base del ideario liberal compartido? Parece difícil, porque la ideología se sustentaba en realidades y en intereses difíciles de conciliar entre la metrópoli y las colonias. También difíciles de conciliar ahora cuando la democracia y la voluntad popular están vigentes en las dos orillas.


*Historiadora.

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