Fue al sur del lago de
Maracaibo cuando el 17 de diciembre de
2010, una avioneta, posaba sus ruedas en el aeropuerto bañado por los vientos
cálidos, que hacían pegar la ropa al cuerpo, por una especie de sustancia
intangible, que la piel no podía evitar.
De la aeronave se baja un
personaje vestido de negro-una extravagancia sin dudas, cuando lo lógico era
verlo vestido de blanco o por lo menos de pantalones vaqueros y camisa fresca
de cuadros y manga corta, para enfrentar el intenso calor en la zona-; que daba
la impresión que se había escapado de
una novela de Don Rómulo Gallegos o quizás de un poema del ilustre creador
lírico Alberto Arvelo Torrealba, donde el diablo - vestido de negro, con todo y
capa - sale dispuesto a enfrentar a un Florentino, que tiene que pedir ayuda a
la Madre de Jesús, para que lo proteja de semejante acoso del otro mundo y que
pretende despojarlo hasta del alma y mandarlo a lo más oscuro del infierno.
El tipo calzaba unas botas negras bien lustradas, que
casi le llegaban a las rodillas-quizás por precaución ante una posible picadura
de serpiente-; llevaba un pantalón negro ajustado y una franela negra bajo una
chaqueta de igual color, que no ocultaba su corpulencia desarrollada en algún
gimnasio urbano. Su rostro regordete daba a entender algún desequilibrio en la
ingesta de carbohidratos para mantener su figura de “gordo ejercitándose”. En
las manos lucía dos anchas muñequeras-también negras- que le añadían mas
volumen a su cuerpo y al cinto -mostraba cual Clint Easwood en un video
cinematográfico del lejano oeste-, una pistola como de 300 balas, que superaba
generosamente el viejo Colt o una Mágnum 44: el asunto no es que anduviese
armado, sino que se pavoneaba entre los hacendados luciendo su arma, creyéndose
quizás un Juan del Barrio, tratando de amedrentar a las víctimas de su gestión.
Llegué a pensar en aquel
momento, que el tipo estaba viviendo su película y que él era el personaje que
representaba una escena en Doña Bárbara, a comienzos del siglo XX. Y
sinceramente, llegué a imaginarme un tiroteo con cualquier ganadero con tabaco
en la vejiga, que hay bastante por estos predios, sin embargo, los mismos no
andaban con esos ánimos y seguían al pie
de la letra la recomendación pertinente de algún abogado maracaibero de
defenderse en los tribunales ante cualquier atropello y no convertir aquello en
una masacre de hombres con pelo en el pecho, como Justo Brito y Juan Tabares. Y
eso quedó demostrado cuando el más viejo y venerable de los ganaderos, Don
Jesús Meleán, dijo ante las cámaras de TV, que si el Estado quería esas
tierras, entonces, no había problema, siempre y cuando les pagaran de acuerdo a
lo que justamente valían y tal como se expresa en la Constitución, en el articulado pertinente.
Seguido por un grupo de
burócratas salidos de una bolsa portátil de “casquillos”, que hacían una
comparsa extraña, el hombre se dirigía a las fincas productivas para proceder a
expropiarlas, obedeciendo órdenes expresas del presidente Chávez de adueñarse
de esas tierras y de darle una patada por el trasero a casi 50 productores de
leche, queso, plátanos, maíz y otros rublos. (Más de un año después de ese
incidente, se podía observar una baja de un 50% de la producción en la zona,
que irónicamente, coincide con el 50% de las fincas, que fueron las expropiadas
en aquella oportunidad y que se mantienen en tribunales peleando su
indemnización).
Nuestro personaje no es
otro que el ministro de agricultura para ese momento, el Economista Juan Carlos
Loyo, quien inmediatamente informó a la colectividad, que esas tierras serían
expropiadas de un solo plumazo. Los empresarios se miraban las caras, sintiendo
en el estómago, que el trabajo por más de 50 años, se iba por el barranco ante
las gestiones de un gobierno, que ahorcaba la producción y el trabajo, con
múltiples planteamientos, como era principalmente: una supuesta ociosidad de
las tierras.
Los campesinos
trabajadores del lugar en distintos oficios estaban divididos ante la medida.
Algunos mostraban un claro apoyo a sus patronos con quienes tenían más de 30
años trabajando y gozaban de aprecio, atención y solidaridad, que se fortalece
incluso, con un compadrazgo característico en estos lugares-según me confesó,
mi amigo Eulogio Montiel-. Otros trabajadores –algunos colombianos-, celebraban
la medida que acabaría con los terratenientes, explotadores, oligarcas de
siempre, que supuestamente mantenían el terror en estas tierras inundadas de
injusticia capitalista y les daba la oportunidad de ser parte de un nuevo
proceso de producción, el cual les daría una participación en la nueva
propuesta, con mayor seguridad y
dignidad-según dicen-.
“El terror del llano” tomó la palabra en medio
del terraplén donde estaba la gente trabajadora, los ganaderos , los milicianos
y el ejército, para lanzarse un discurso agresivo inspirado en algún texto de
Marx o quizás en ”La Cabaña del Tío Tom”. Loyo, lucía entonces, su franela
negra con la imagen del “Ché Guevara” estampada en su pecho y con sus lustrosas
botas pisoteaba el terreno como matando bachacos, diciendo que de ahora en
adelante estas tierras producirían bajo una economía mixta, con principios
socialistas, siguiendo los lineamientos de su amado presidente Chávez.
Ha pasado un año desde
entonces, pero los resultados de la política agraria del gobierno hablan con
unos números que traslucen el desastre. Esa es la razón por la cual le cortaron
la cabeza al “terror del llano” entre otros elementos-que el partido de
gobierno no quiere reconocer en plena campaña electoral-, que habla
precisamente de una corrupción escabrosa, que pondría a caminar a una momia y a
los espantos del llano, asustando a los parroquianos a media noche: Tan solo
con la expropiación de Agroisleña se perdieron de la noche a la mañana cerca de
50 millones de dólares, que nadie sabe a dónde fueron a parar, fuera de tres
créditos adicionales entregados a Loyo para levantar Agropatria-sucesora de
Agroisleña - y cuyo dinero parece que se lo chupó la tierra o se fue volando
hacia algún paraíso suizo, Iraní, Ruso, Bielorruso, Libio, Sirio o fue
enterrado dentro de una botija en el patio de una casa por Valencia, como si se
esperara una guerra y el posterior amanecer de mejores tiempos, para vivir como
un rey...
Al momento de escribir
este artículo, se rumora que Loyo está detenido en la sede de la policía
política, rindiendo declaraciones y preparándole un gordo expediente que lo
hundiría tras las rejas como si fuera un vulgar opositor caído en desgracia y
defenestrado por el Poder rojo, sin defensa legal, como ha sucedido con otros,
como Fernández Barrueco, por ejemplo, que uno no sabe de la vida de ese sujeto
ni de su destino, dando la idea que se vive en tiempos del Conde de
Montecristo, que por poco no termina podrido en una cárcel, cual despojo
humano.
Extrañamente, el gobierno ha dicho que no es
cierto, y que Loyo se encuentra en Cuba con una rara enfermedad –la cual no
tiene cura o que la ciencia busca un remedio milagroso; que lo saque de un
cuadro fatal, como si fuera un hombre que se lo come un virus mortal, que se lo
va comiendo poco a poco hasta desaparecerlo y no dejar nada, ni siquiera
las muñequeras. Pero, ante tantos
rumores, Loyo no ha salido a dar declaraciones para afirmar o desmentir, ni usa
sus redes sociales.
Mi ahijada Barbarita me
dice, que al parecer: “El terror del llano”, se quedó mudo y perdió la razón,
para terminar esa historia de novela como si fuera un personaje maquiavélico,
castigado por el destino, en la última página de una obra compleja, que habla
del desmadre de la política agrícola de un gobierno revolucionario, que todo lo
ejecutaba a trompadas y amedentramientos incesantes. Lo cierto, es que el
gobierno tiene que defenderse en un año electoral contra la acusación que se le
hace de no respetar la propiedad privada, afectar la productividad agropecuaria
y propiciar las importaciones, dentro de una telaraña de corrupción. ¡Una
pelusa!
luisrapozo@yahoo.es
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