domingo, 18 de marzo de 2012

LUIS ALFREDO RAPOZO: EL TERROR DEL LLANO.

Fue al sur del lago de Maracaibo cuando  el 17 de diciembre de 2010, una avioneta, posaba sus ruedas en el aeropuerto bañado por los vientos cálidos, que hacían pegar la ropa al cuerpo, por una especie de sustancia intangible, que la piel no podía evitar.
De la aeronave se baja un personaje vestido de negro-una extravagancia sin dudas, cuando lo lógico era verlo vestido de blanco o por lo menos de pantalones vaqueros y camisa fresca de cuadros y manga corta, para enfrentar el intenso calor en la zona-; que daba la impresión que se había  escapado de una novela de Don Rómulo Gallegos o quizás de un poema del ilustre creador lírico Alberto Arvelo Torrealba, donde el diablo - vestido de negro, con todo y capa - sale dispuesto a enfrentar a un Florentino, que tiene que pedir ayuda a la Madre de Jesús, para que lo proteja de semejante acoso del otro mundo y que pretende despojarlo hasta del alma y mandarlo a lo más oscuro del infierno.
El tipo  calzaba unas botas negras bien lustradas, que casi le llegaban a las rodillas-quizás por precaución ante una posible picadura de serpiente-; llevaba un pantalón negro ajustado y una franela negra bajo una chaqueta de igual color, que no ocultaba su corpulencia desarrollada en algún gimnasio urbano. Su rostro regordete daba a entender algún desequilibrio en la ingesta de carbohidratos para mantener su figura de “gordo ejercitándose”. En las manos lucía dos anchas muñequeras-también negras- que le añadían mas volumen a su cuerpo y al cinto -mostraba cual Clint Easwood en un video cinematográfico del lejano oeste-, una pistola como de 300 balas, que superaba generosamente el viejo Colt o una Mágnum 44: el asunto no es que anduviese armado, sino que se pavoneaba entre los hacendados luciendo su arma, creyéndose quizás un Juan del Barrio, tratando de amedrentar a las víctimas de su gestión.
Llegué a pensar en aquel momento, que el tipo estaba viviendo su película y que él era el personaje que representaba una escena en Doña Bárbara, a comienzos del siglo XX. Y sinceramente, llegué a imaginarme un tiroteo con cualquier ganadero con tabaco en la vejiga, que hay bastante por estos predios, sin embargo, los mismos no andaban  con esos ánimos y seguían al pie de la letra la recomendación pertinente de algún abogado maracaibero de defenderse en los tribunales ante cualquier atropello y no convertir aquello en una masacre de hombres con pelo en el pecho, como Justo Brito y Juan Tabares. Y eso quedó demostrado cuando el más viejo y venerable de los ganaderos, Don Jesús Meleán, dijo ante las cámaras de TV, que si el Estado quería esas tierras, entonces, no había problema, siempre y cuando les pagaran de acuerdo a lo que justamente valían y tal como se expresa en  la Constitución, en el articulado pertinente.
Seguido por un grupo de burócratas salidos de una bolsa portátil de “casquillos”, que hacían una comparsa extraña, el hombre se dirigía a las fincas productivas para proceder a expropiarlas, obedeciendo órdenes expresas del presidente Chávez de adueñarse de esas tierras y de darle una patada por el trasero a casi 50 productores de leche, queso, plátanos, maíz y otros rublos. (Más de un año después de ese incidente, se podía observar una baja de un 50% de la producción en la zona, que irónicamente, coincide con el 50% de las fincas, que fueron las expropiadas en aquella oportunidad y que se mantienen en tribunales peleando su indemnización).
Nuestro personaje no es otro que el ministro de agricultura para ese momento, el Economista Juan Carlos Loyo, quien inmediatamente informó a la colectividad, que esas tierras serían expropiadas de un solo plumazo. Los empresarios se miraban las caras, sintiendo en el estómago, que el trabajo por más de 50 años, se iba por el barranco ante las gestiones de un gobierno, que ahorcaba la producción y el trabajo, con múltiples planteamientos, como era principalmente: una supuesta ociosidad de las tierras.
Los campesinos trabajadores del lugar en distintos oficios estaban divididos ante la medida. Algunos mostraban un claro apoyo a sus patronos con quienes tenían más de 30 años trabajando y gozaban de aprecio, atención y solidaridad, que se fortalece incluso, con un compadrazgo característico en estos lugares-según me confesó, mi amigo Eulogio Montiel-. Otros trabajadores –algunos colombianos-, celebraban la medida que acabaría con los terratenientes, explotadores, oligarcas de siempre, que supuestamente mantenían el terror en estas tierras inundadas de injusticia capitalista y les daba la oportunidad de ser parte de un nuevo proceso de producción, el cual les daría una participación en la nueva propuesta,  con mayor seguridad y dignidad-según dicen-.
 “El terror del llano” tomó la palabra en medio del terraplén donde estaba la gente trabajadora, los ganaderos , los milicianos y el ejército, para lanzarse un discurso agresivo inspirado en algún texto de Marx o quizás en ”La Cabaña del Tío Tom”. Loyo, lucía entonces, su franela negra con la imagen del “Ché Guevara” estampada en su pecho y con sus lustrosas botas pisoteaba el terreno como matando bachacos, diciendo que de ahora en adelante estas tierras producirían bajo una economía mixta, con principios socialistas, siguiendo los lineamientos de su amado presidente Chávez.
Ha pasado un año desde entonces, pero los resultados de la política agraria del gobierno hablan con unos números que traslucen el desastre. Esa es la razón por la cual le cortaron la cabeza al “terror del llano” entre otros elementos-que el partido de gobierno no quiere reconocer en plena campaña electoral-, que habla precisamente de una corrupción escabrosa, que pondría a caminar a una momia y a los espantos del llano, asustando a los parroquianos a media noche: Tan solo con la expropiación de Agroisleña se perdieron de la noche a la mañana cerca de 50 millones de dólares, que nadie sabe a dónde fueron a parar, fuera de tres créditos adicionales entregados a Loyo para levantar Agropatria-sucesora de Agroisleña - y cuyo dinero parece que se lo chupó la tierra o se fue volando hacia algún paraíso suizo, Iraní, Ruso, Bielorruso, Libio, Sirio o fue enterrado dentro de una botija en el patio de una casa por Valencia, como si se esperara una guerra y el posterior amanecer de mejores tiempos, para vivir como un rey...
Al momento de escribir este artículo, se rumora que Loyo está detenido en la sede de la policía política, rindiendo declaraciones y preparándole un gordo expediente que lo hundiría tras las rejas como si fuera un vulgar opositor caído en desgracia y defenestrado por el Poder rojo, sin defensa legal, como ha sucedido con otros, como Fernández Barrueco, por ejemplo, que uno no sabe de la vida de ese sujeto ni de su destino, dando la idea que se vive en tiempos del Conde de Montecristo, que por poco no termina podrido en una cárcel, cual despojo humano.
 Extrañamente, el gobierno ha dicho que no es cierto, y que Loyo se encuentra en Cuba con una rara enfermedad –la cual no tiene cura o que la ciencia busca un remedio milagroso; que lo saque de un cuadro fatal, como si fuera un hombre que se lo come un virus mortal, que se lo va comiendo poco a poco hasta desaparecerlo y no dejar nada, ni siquiera las  muñequeras. Pero, ante tantos rumores, Loyo no ha salido a dar declaraciones para afirmar o desmentir, ni usa sus redes sociales.
Mi ahijada Barbarita me dice, que al parecer: “El terror del llano”, se quedó mudo y perdió la razón, para terminar esa historia de novela como si fuera un personaje maquiavélico, castigado por el destino, en la última página de una obra compleja, que habla del desmadre de la política agrícola de un gobierno revolucionario, que todo lo ejecutaba a trompadas y amedentramientos incesantes. Lo cierto, es que el gobierno tiene que defenderse en un año electoral contra la acusación que se le hace de no respetar la propiedad privada, afectar la productividad agropecuaria y propiciar las importaciones, dentro de una telaraña de corrupción. ¡Una pelusa!
luisrapozo@yahoo.es

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