Dolores anda en problemas no maneja la
situación creada por la enfermedad de Zeus
EL
DIVÁN
Dolores la roja, anda en problemas. No logra
manejar la situación creada por la enfermedad de Zeus. El Olimpo está
convertido en hospital de campaña, con dioses menores ocupados de la
radioterapia, las vendas, el mercurocromo y el alcanfor. Lo que más turba su
espíritu es lo que rodea al abatido que, en las tardes, deambula sin que sus
pasos sean registrados por la historia. No encuentra sosiego, pendiente de La
Cosiata que, como la otra de 1826, en manos de Adán-Nicolás-Páez, no quiere
desconocer la autoridad de Hugo-Bolívar sino de Diosdado-Santander.
Dolores me convoca a su departamento para la
cena. Apenas entro veo en la cocina a El Químico que mueve frascos. Me imagino
que estará en la preparación de un extraño potingue, pero apenas me acerco,
advierto que en realidad elabora el aderezo para la ensalada. Lo veo despeinado,
barbado, irritado, y hago gesto de sorpresa.
-Esto se nos va por el sumidero-, dice el
antiguo explosivista.
-¿Qué? ¿La salsa?
-No, la revolución o lo que podría haber sido o
lo que quisiéramos que hubiera sido una revolución o lo que aspirábamos que
alguien pudiera denominar sin vergüenza revolución, dice.
Al carecer de tiempo para consolar a quien no
merece consuelo, pregunto por la camarada. Apenas lo hago, siento unas manos
olorosas a almendra y leche que me cubren los ojos; eran los mismos dedos de
siempre, largos, robustos, terminados en uñas de reina, apenas barnizadas con
un rosado lánguido. Volteo con asombro: allí estaba la emperatriz escarlata
envuelta en una túnica de seda, como si viniera de una conferencia olímpica,
mientras el viento que atraviesa los espacios de su residencia delinea
opulencias de seda desde el hombro hasta Extremadura y sugiere osadías al
envolver con impudicia cada una de sus piernas. Ahora estoy seguro que Dios
debe haberse tomado unos minutos extra en la confección de este cuerpo
perfecto, coronado por una cabeza llena de ideas confusas.
-Aunque con tus escritos me expones al escarnio
público, te sigo informando. He visto que en twitter llegan a decirte que mis
confidencias son porno-política-, musita mientras se persigna de manera
equivocada.
-Tú no te sabes persignar.
-No importa. Desde que comenzó la enfermedad
tenemos que aprender ritos religiosos porque, como decía aquel científico, en
mi pueblo dicen que si uno se persigna, los milagros ocurren aunque no se crea
en ellos.
ESTAMOS
CUCÚ.
Me cuenta que ha visitado al psicoanalista, el
afamado doctor Von Schneider quien tiene dos consultorios, uno para los del
"proceso" y otro para las víctimas de éste. Los settings son
diferentes, especialmente la música que en el caso del primero combina la nueva
trova cubana y los himnos militares soviéticos, porque dice que estimula la neurosis
revolucionaria que hace que los pacientes hablen sin continencia como en un
peculiar y personal Aló Paciente.
Estoy algo fastidiada de Karl -nombre de pila
del psicoanalista-, porque hablo y hablo y hablo y luego de 50 minutos me dice
que la sesión ha terminado. Vuelvo y pasa idéntico; en forma ocasional hace una
pregunta, me sugiere pensar en esto o aquello, y lo noto empeñado en que piense
en lo que no quiero pensar, en que hable de lo que no quiero hablar,
especialmente de Hugo. A veces creo que es un espía alemán, aunque es
argentino, criado en Biruaca, estado Apure. Estoy confusa, dice.
Para mi sorpresa se acuesta en el diván de la
sala en donde se encuentra la cámara hiperbárica, pero mirándome de frente,
mientras le dice al mayordomo que traiga "los drinks y el jamón ibérico
que me acaba de regalar el Embajador". Se acomoda en su diván, yo
enfrente, y El Químico a su lado.
-Te he insistido en que la cosa está difícil,
porque Hugo reina pero no gobierna, y la zamurá tira de un lado y de otro, y él
no puede hacer mucho. Fíjate el desorden: más de 1.000 oficiales votaron en tus
primarias y no pasó nada. Entre los damnificados de Fuerte Tiuna también hubo
muchos que votaron y no pasó nada. No era posible hacer la lista; nadie quería
hacer listas, aun los que siguen fieles a Hugo.
-Pero, ¿qué querías tú que pasara?, digo con
extrañeza.
-Yo no objeto- se apresura. Lo que digo es que
en otro tiempo esto era impensable. Ahora la nueva doctrina es que la lealtad
de la oficialidad es con el pueblo, el-pue-blo -remarca-, no con el proceso,
que el pueblo decida...
-¿Y ese cambio?, insisto.
-Si supieras. Hay oficiales que entregan cargos
por enfermedades inexistentes porque no quieren estar aquí a la hora de los
hornos...
VOTOS,
CALLES Y ESTRELLAS.
Me entusiasma lo que dice porque la transición
puede ser menos traumática de lo que he supuesto. El Químico advierte mi
contento, mientras el mayordomo nos invita a pasar al comedor grande en una
mesa con adornos florales, rosas, claveles y gladiolas rojos. Traen el foie
gras ante la protesta de El Químico: "yo no trago hígado de pájaro y menos
medio crudo". Apenas prueba el plato mientras se divierte con pan y
mantequilla. Más adelante se congracia con la carne preparada a la borgoñesa
que enloquece a Dolores desde que fue la primera vez a Saint Martin. El Químico
habla:
-Ustedes viven de ilusiones y tú -se dirige a
Dolores- has sido envenenada por tu loquero. Hugo gana las elecciones desde la
cama: miren las encuestas.
-Pero, esta es la vez que más pareja ha
empezado la competencia, le digo.
-Necesitamos un rato en la oposición, señala
Dolores.
El Químico se acomoda los lentes, se
rascabuchea el bajo vientre y lanza su reláfica: "Aquí no estamos
discutiendo de votos sino de voluntad de poder. Ustedes -me mira- no la tienen;
Diosdado, Elías, Nicolás, Adán, aun en su infinita modestia intelectual, se les
hace la boca agua con el poder. No van a entregar a menos que ustedes tengan
más de 60% de los votos y eso no va a ocurrir... No es que no quieran entregar;
es que no pueden... la trama ya no los deja".
-Yo sé que no quieren entregar, el problema es
que van a tener que hacerlo. El país y la comunidad internacional se alzarían.
-El país sólo se alza si el CNE dice que ustedes
ganan-, suelta este alquimista.
-Lo dirá... la oposición toma las previsiones,
vuelvo a intervenir.
Dolores se levanta del diván, su túnica
perturba, sus pies perfectos se juntan y sus manos también: "Ustedes para
ganar necesitan sacar más votos que Hugo, tener más gente en las calles que
Hugo, y más estrellas y soles en los cuarteles que Hugo. Algo difícil".
Pienso en que quiero llamar a los espíritus de
la sabana para que me iluminen.
La túnica que esculpe el cuerpo de Dolores
desaparece entre recámaras y cortinajes para dejar delante de mí a El Químico,
quien ve esfumarse a la camarada, como a la revolución, entre mármoles y sedas.
Twitter @carlosblancog
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